jueves, 28 de julio de 2011

¡Mamacitaaaa!


Bien, pues siguiendo la banalidad de mi publicación pasada hoy hablaremos de melenas, peinados y demás menesteres, la diferencia es que hoy no ahondaremos en los peinados de nuestro hijos sino en los nuestros, aunque puede parecer que AF se está convirtiendo en la revista Cosmopolitan, no se preocupen nos faltan muchos artículos de sexo (que ya llegarán), moda y chismes para serlo ;-) , pero también es justo que de vez en cuando platiquemos de lo que la maternidad implica a nivel físico.

Hechas las aclaraciones pertinentes ¡empezamos!

Cierto nivel de vanidad antes, durante (imposible) y después de tener a nuestras crías me parece más que sano, el problema es que vivimos tantos cambios hormonales que repercuten a nivel físico, que a ratos por más que nos esforcemos en sentirnos lindas, no podemos más que preocuparnos por ciertos fenómenos que parecen anormales.

Antes de estar embarazada escuchaba como todo el mundo decía que durante el embarazo gozabas del pelo más sedoso y brillante, el cutis más limpio y radiante y en general de una belleza extraordinaria. Para ser sincera yo los primeros meses me sentía espantosa, mi piel se volvió más grasosa y sensible que nunca, al menor contacto con el sol me ponía como jitomate y me salieron tantos granos que empecé a pensar que en lugar de estar embarazada estaba regresando a la adolescencia y mi pelo, que normalmente es fácil de peinar, era una maraña esponjosa que tardaba horas en acomodarme.

Después del primer trimestre las hormonas cedieron un poco, mi piel mejoró y aunque tuve que tener un cuidado extremo con el sol por aquello del paño y las manchas, el resto del embarazo ya no me dio tanta lata.

La cuestión capilar desde entonces ha sido un brete, en principio el tema de los tintes, ¿puedes pintarte el pelo durante el embarazo? Yo me lo pintaba con tintes naturales que no contienen amoniaco ni peróxido, lo hice durante el embarazo y el color que normalmente es rubio obscuro se veía más bien anaranjado, por lo que decidí ya no ponerme nada, la enorme sorpresa llegó cuando descubrí que junto con mi tono natural aparecieron unas horrorosas, terroríficas y traicioneras canas, mismas que quería tapar a toda costa. Consulté sobre el uso de tintes normales y encontré opiniones encontradas, personas que dicen que no pasa nada y otras que dicen que puede ser riesgoso por los ingredientes tóxicos que contienen estos menjurjes, al final me lo pinte con un tinte de cajita y no pasó nada.

Cuando nació mi hija pensé que por fin todo volvería a la normalidad, mi cabello recuperaría su textura habitual, la extrema resequedad de mi vientre se iría, volvería a usar mi ropa, en fin, ilusiones superficiales que no dejan de tener su peso en todo este periodo.

Sin embargo, cuando nació mi hija junto con la alegría, los desvelos y todo lo que ya hemos platicado, llegaron también otro puñado de cambios físicos. Los primeros meses no hubo problemas, al contrario yo me sentía feliz de poco a poco volver a mi talla y portar con orgullo unos pechos rebosantes y muy sensuales (¡claro estaba en plena lactancia), me sentía afortunada porque no se me había caído el pelo y mi piel usualmente caprichosa se había comportado de maravilla.

Pero a los tres meses ¡sorpresa!, mi cara era como la de Pin Pon, es decir más de cartón que de piel humana y el pelo se me caía a puños. La primera semana traté de no entrar en pánico, como es mi costumbre leí sobre estos cambios, platiqué con cuanta madre experta me encontré y traté de comer muy bien, tomar vitaminas y no desesperarme, después de un par de semanas la angustia empezó a rondarme.

Al bañarme sentía como mi pelo caía al por mayor, luego lo veía en la coladera y después en el cepillo, creía que literalmente me estaba quedando calva y como sucede en estos asuntos empecé a verme enormes huecos en la cabeza.

La verdad es que no era para tanto, si el pelo se me caía como nunca antes, pero los huecos creo que eran más producto de mi imaginación y angustia que de la realidad. Y es que según leí, durante el embarazo el cúmulo de hormonas que nos rondan provoca que el pelo casi no se caiga, después de parir las hormonas van volviendo a la normalidad y junto con la pérdida habitual de cabello se cae el exceso de pelaje que habíamos acumulado durante la gestación.

Si alguien nos lee y está pasando por esto lo primero que les puedo recomendar es que conserven la calma, les aseguro que no sufrirán una alopecia permanente por lo que lo mejor es relajarse, la caída dura unos cuantos meses pero luego el pelo se fortalece y poco a poco se recupera. Michelle y yo hemos platicado mucho al respecto, cuando ella pasó por su etapa de calvicie yo feliz le llevé y animé a que se cortará el pelo, pero ella se siente mejor con el pelo largo y poco a poco se lo ha dejado crecer, yo,ç al contrario disfruto muchísimo llevar el pelo muy corto, por lo que después de unos meses de batallar con la secadora y los cepillos decidí volver a mi antiguo corte de pelón de hospicio, mismo que porto con orgullo y según yo con gracia.

El chiste es que vivamos los cambios como lo que son, momentos de transición que acompañan la maternidad, es totalmente valido sentirse horrible de vez en cuando pero también es justo, necesario y más que nada un hecho comprobable que el ser mamás nos hace por ese simple hecho las mujeres más hermosas del universo, si no me creen vean la mirada de sus pequeños mientras las contemplan, a veces hasta se les cae la baba al ver nuestra hermosura. cj

Pd: ¡gracias, gracias y más gracias! A todas las que comentaron en el post de ¡qué peinadita niña! Nos encanta y motiva muchísimo leer sus comentarios ;-)

Ilustración Carmen Lara

miércoles, 27 de julio de 2011

Un microbebé


Desde que tenía alrededor de seis meses de embarazo, en una visita de rutina mi ginecólogo nos comentó que el bebé estaba un poquito abajo del peso normal de acuerdo a las semanas de gestación que tenía en ese momento. Como es normal, o al menos eso quiero pensar, yo me asusté muchísimo y de inmediato le cuestioné los motivos exactos, la gravedad de la situación y obviamente el remedio para engordarlo de inmediato.
Aunque yo no subí mucho de peso en todo el embarazo, a los seis meses mi panza ya se notaba perfectamente, y no cabía la justificación de que el bebé era flaco porque mi peso era bajo. Mi doctor me tranquilizó diciéndome que aún cuando no estaba en el “rango normal”, la máquina con la que ven al bebé no es cien por ciento precisa, además de que las semanas se cuentan a partir del primer día de tu última menstruación, y no de la fecha exacta en la que te embarazaste.
Con eso en mente seguí con mi vida y alimentación normal, que dicho sea de paso, durante el embarazo no fue nada mesurada. Pasó otro mes y regresamos al doctor para una nueva revisión, y para decepción mía, mi hijo había subido muy poco peso y seguía por debajo del promedio. Me recetaron un suplemento en polvo para acompañar el desayuno y la cena, lo compré de inmediato y me lo empecé a tomar; al mes siguiente, nuevamente nos pesaron a los dos, y cuál fue mi sorpresa que yo había subido casi el doble de lo que subía en promedio por mes, y mi hijo seguía flaquito.
Después de esa última cita, salí cabizbaja y triste, ya no sabía qué más podía hacer para ayudarlo, y obviamente suspendí el suplemento de inmediato, porque  no quería ser una mamá gigante con un microbebé. Mi hijo llegó un mes después, a las cuarenta semanas de gestación, y pesó 2,805 kg; no fue un niño gordo, pero tampoco tenía una figura alarmantemente esbelta, y lo más importante, estaba sano.
Durante sus primeros meses de vida subió mucho de peso, o “el normal” como les encanta decir a los doctores, y su alimentación era exclusivamente a base de leche materna, así es que yo recupere mi tranquilidad con respecto a esa preocupación en particular, que es solo una de tantas que genera la maternidad.
Pues esa preocupación regresó hace un par de meses, que mi hijo se volvió sumamente melindroso y exigente, y cada comida sufro insistiéndole que pruebe el último bocado, o incluso el primero, porque a veces solo ve la cuchara y dice “Noooo”. Al principio se lo atribuí a los dientes, porque desde que le empezaron a salir se negaba a comer por el tremendo dolor que tenía en las encías, y le teníamos extrema paciencia porque esa era la única forma en la que desahogaba su pesar por esa terrible etapa por la que pasan los bebés.
Es cierto que ahora vienen los colmillos, y dicen que son de los dientes más dolorosos, pero hemos descartado definitivamente que eso este ligado a sus constantes rechazos hacia la comida. Carol me comentó que en esta etapa, la alimentación puede ser una forma inconsciente de controlar a los papás, o me imagino que a quien los cuida la mayor parte del tiempo, y posiblemente está reflejando alguna molestia conmigo, lo cual sinceramente me aterra.
No me queda más que seguir intentando conquistar su paladar y mantenerlo en constante observación; creo que ahora conozco un poco mejor sus gustos, y aunque por el momento viva de pasta y salchichas, como dice mi Mamá, “de hambre no se va a morir”. mj
Ilustración: Carmen Lara

martes, 26 de julio de 2011

¡Qué peinadita niña!


El día de hoy dedicaré  AF a un tema banal pero que no me dejarán mentir, como mamás nos acaba preocupando, se trata del pelo y los peinados de nuestros pequeños.

Mi hija nació con una preciosa melena de color obscuro, en el hospital me la llevaban siempre peinada de forma por demás extravagante y cursi, con moños, bandas y adornos que se veían demasiado grandes en su pequeña e inmóvil cabecita.

Cuando llegué a mi casa me deleitaba peinándola, para un lado, para el otro o con una pequeña y adorable cresta tipo punk, no me atrevía a ponerle nada para fijar sus peinados porque me parecía innecesario y agresivo embadurnarla de productos, broches o moños a tan corta edad.

Mientras yo le presumía a quién me escuchara su hermosa cabellera, todo el mundo me decía que no me hiciera ilusiones que ese pelo se le caería y sería remplazado por otro de distinta textura y color. Yo les creía a medias ¿cómo iba a ser posible un cambio tan radical?

Después del primer mes mi hija empezó a mostrar signos de calvicie, sus sábanas quedaban repletas de finísimos cabellos y en la bañera flotaba pelusa por todas partes. No tenía ningún sentido peinarla pues en cuanto se le secaba el pelo, lo poco que le quedaba se aglomeraba como cresta en la punta de su cabeza.

En esta época todo el mundo empezó a opinar sobre su peinado, algunos amigos nos rogaban a mi esposo y a mí que la rapáramos y dejáramos de avergonzarla con tan singular peinado, comentaban que era lo mejor para fortalecer su cabellera y unificar el crecimiento, yo nunca consideré hacerlo, no sé por que, me daban y dan unas ansías tremendas la púas de las primeras semanas.

Así las cosas mi hija lucía una calvicie lateral y en la parte de atrás de la cabeza mientras portaba con gracia y elegancia una cresta que crecía hasta el infinito, un puñado de pelos larguísimo y lacios que en ocasiones para mi deleite hasta le sostenía con algún brochecito o  pinza para bebé.

El tiempo pasaba, mi hija crecía y su cabellera no mejoraba, mi esposo y yo ciegos de amor, la veíamos hermosa y no reparábamos en lo absoluto en su escases de pelo. El primer día que fue a la guarde, salió con los tres pelos larguísimos que le quedaban amarrados en forma de coleta encima de la cabeza, se veía divina y un poco más grande, a ella no le pareció el peinado y ya en el coche se arrancó la liga y uno de sus preciados cabellos.

Alrededor de los diez meses Michelle realizó una intervención familiar, preocupada y apenada por la greña de mi hija me rogó que la lleváramos a emparejarle el pelo, yo no tenía intención de hacerlo pero al platicarlo con mi esposo pensamos que tal vez no sería tan malo darle una emparejadita a lo que nosotros considerábamos la cabellera perfecta.

La estética infantil resultó ser toda una experiencia, una amable y experta estilista, cortó emparejó y le dio forma a la cabellara de mi hija, que montada en una silla tipo avioncito jugaba feliz con el volante sin reparar en su cambio de imagen. Al terminar la peinaron con un hermoso flequito y le regalaron una paleta. ¡Misión cumplida!, mi hija se veía como una muñequita con su nuevo peinada y ahora si su pelo crecería de forma uniforme.

Al día siguiente yo traté de repetir el peinado de flequito y tataaaaaaaaaan que aparece ni más ni menos que: ¡la cresta!, así es estimadas lectoras a escala y un poquito más pareja pero mi hija era de nuevo una pequeña y moderna punk. Para está época además era prácticamente imposible ponerle cualquier broche o pasador pues al instante se lo arrancaba y llevaba a la boca, lo que me causaba una angustia tremenda que me hacía evitar estas monerías.

Lo increíble es que de la guarde salía más que peinada, su adorada maestra sabía confeccionarla las colitas más hermosas y alineadas posibles y ella al parecer se dejaba sin dificultades, yo alababa sus peinados y en cuanto llegábamos a la casa se arrancaba las ligas y me veía con cara de ni se te ocurra intentar peinarme como estaba. El colmo fue un día que en ausencia de su maestra la peinó la enfermera de la guarde (con quién dicho sea de paso nunca se llevó muy bien), no sé como le llenó la cabeza de diminutas coletas que la hacían parecer una especie de mini medusa relamida y muy bien peinada. Sobra decir que en el coche mi esposo y yo tuvimos que deshacer con todo cuidado y prisa cada coletita, mientras mi hija repelaba furiosa por las mismas.

A la fecha tenemos una relación amor-odio con los peinados, si le digo ¿quieres que te peine? Corre feliz al baño, se sienta y se deja hacer una coleta, a veces el peinado le aguanta hasta la noche pero por lo general en la tarde, antes de la siesta, se arranca la liga y me la entrega. Y es que un detalle importantísimo y que casi olvido contarles es que mi hija se arrulla sobándose el pelo. Algunas coletas estratégicamente colocadas le ayudan pero por lo general mi habilidad de peinadora no es tan buena y son más un estorbo que una ayuda.

Hace un par de meses le dimos otra emparejadita y cada día tiene el pelo más hermoso  y ¡güero!, como bien me auguraron todos el color le ha cambiado radicalmente y también la textura.

Yo por lo general me debato entre la idea de peinarla o no, por un lado tengo el antecedente de que mi mamá me peinaba como muñeca todos los días cosa que le agradezco, pero que también era un poco dolorosa pues cuando me quitaba la liga siempre sentía un dolor concentrado y agudo en el lugar del peinado (como el chiste de la niña que no puede sonreír porque está tan restirada… si no se lo saben díganme y se los cuento jaja), por otro lado creo que no vale la pena tanta persecución y obsesión por los peinados a tan corta edad. Aunque por supuesto admiro aquellas mamás que traen a sus hijas como verdaderas muñecas (y también admiro a las niñas que se dejan peinar y no se arrancan los broches.

En fin ¿ustedes, qué me cuentan? Sus hijas son de las bien peinadas o de greña suelta, pasaron por la zozobra de la calvicie o todo se reporta sin novedad o percance, espero leerlas. Por cierto el jueves escribiré sobre mis peinados y mi calvicie relacionada a la maternidad. cj.

Ilustración Carmen Lara

lunes, 25 de julio de 2011

La maternidad y las redes sociales



Actualmente existe un gran debate al rededor del uso de las redes sociales, algunas personas las consideran la salvación para la comunicación mundial, y otras las satanizan y descalifican argumentando el fin de las relaciones personales.

Yo no soy ni de un extremo ni de otro, pero confieso que estoy más inclinada hacia el uso mesurado de estos medios de comunicación, en particular por el Facebook que fue un gran aliado durante mis primeros meses de maternidad.

En los treinta años que tengo de vida, nunca me he caracterizado por ser una persona desvelada, mis Amigas no me dejaran mentir, por lo general yo era de las primeras en abandonar las reuniones y fiestas por que de plano era más mi sueño. Cuando estábamos en periodos de exámenes, prefería levantarme tempranísimo para estudiar, porque si intentaba leer en las noches era imposible concentrarme y mantener los ojos abiertos.

Así las cosas, imaginen mi sorpresa (porque aunque te digan desde antes que duermas y aproveches las noches nunca te cae el veinte en realidad) cuando llegué a mi casa con mi diminuto bebé, y desde la primera noche se despertó para comer cada dos horas.

Definitivamente los desvelos fueron de las dificultades más grandes a las que me enfrenté, obviamente de la mano con la lactancia, que era el principal motivo por el que mi esposo no me podía ayudar en las noches, y como ya se los comenté antes, el sacaleches y yo nunca fuimos amigos.

Y en esas noches largas y silenciosas, como bien las describió mi Amiga Bere, no me quedaba más que navegar por internet con mi celular. Lo curioso y reconfortante, era que yo no era la única mamá que se metía a facebook para hacer menos pesado el desvelo; seguido me encontraba a amigas en esa misma situación, y aunque no nos comunicáramos directamente, me tranquilizaba el hecho de que no era yo la única mamá tratando de mantenerme despierta.

Es chistoso cómo pasa el tiempo, y me ha tocado ver crecer a mi ahijada que vive en San Antonio, a mis sobrinos, a hijos de mis amigas, y también de personas que conozco poco, a través de esta red social. Con las fotografías que comparten mis contactos, prácticamente he presenciado partos, primeros gateos, primeros pasos y primeras frustraciones, y así las demás etapas que involucra la maternidad, e incluso la paternidad.

Se me ocurrió el tema para la entrada del día de hoy, porque la semana pasada me enteré, a través de facebook, que nació el hijo de una prima segunda de Texas que hace más de quince años que no veo. Creo que cuándo menos a mi esposo y a Carol ya los tengo hartos, porque les he contado cada detalle que me he enterado desde que ella estaba embarazada; desde sus extraños antojos que atribuyo a nuestras diferencias culturales,  sus largas noches de insomnio que le ocasionaban discusiones con el esposo, hasta las larguísimas horas de parto y la feliz llegada de su bebé.

Anoche antes de acostarme, me metí a facebook para enterarme de los últimos chismes (porque tampoco nos hagamos tarugos, es un excelente medio para enterarte de las últimas noticias de tu círculo de conocidos), y vi que mi prima había publicado que por el momento, se había dado por vencida con la lactancia, que estaba agotada con las levantadas en la noche, y que le había resultado profundamente estresante y frustrante.

No puede ser, dije en voz alta, y mi esposo con temor me preguntó ¿ahora qué?, como si ya supiera que le iba a platicar la última novedad de mi prima que él jamás ha visto en su vida. De inmediato me sentí con la obligación de animarla, de escribirle que no se dé por vencida, porque cabe aclarar que una inmensa cadena de mujeres le escribió que no se preocupara, que era normal y que la fórmula era lo máximo. En fin, me sigo debatiendo si será prudente escribirle, si no se asustará porque su prima lejana se entrometa en un tema tan personal.

Para concluir un tema que puede dar para cientos de entradas, no me queda más que recomendarles nuevamente que, a través del medio que ustedes decidan, se comuniquen con otras mamás, porque siempre es un alivio saber que no eres la única con tan peculiares problemas y frustraciones. mj

Imágen de Carmen Lara

jueves, 21 de julio de 2011

Entre las muñecas y los hijos de verdad...


De niña siempre una muñeca fue un buen punto de encuentro con otra niña, nos permitía iniciar un juego, después una conversación y más adelante una amistad. Cuando jugaba con mis amigas a la mamá cada una tenía su estilo particular de ser mamá y cuidar y atender a su muñeca, no comprometíamos nuestro estilo pero a veces integrábamos elementos de las otras mamás que nos parecían interesantes, nos observábamos sin hacerlo y opinábamos sobre nuestras hijas e hijos cómo si estos fueran de carne y hueso.

Ahora con mi hija, la realidad no dista mucho de mis juegos de niña. Ser mamá ha sido el punto de encuentro para entablar conversaciones, hacer nuevas amigas y observar con detenimiento otras formas de educar y estar con los hijos.

En los últimos meses me han invitado a distintos grupos de juego en los que se juntan niños y mamás en espacios aptos para que los pequeños corran, jueguen y se cansen y las mamás puedan mientras persiguen o juegan con los niños platicar un poco, intercambiar consejos y convivir con otros adultos.

Es increíble, casi magia todo lo que sucede en estos encuentros, a pesar de que la gente no me conoce siempre me aceptan con amabilidad, al intercambio de nuestros nombres le sigue el intercambio de nombres y datos de nuestros hijos, y así de sencillo mi hija y yo podemos participar de las agradables tertulias que se organizan en torno a los pequeños. En alguna ocasión una buena amiga me dijo –es cómo si en el momento de ser mamá entrarás a una sociedad secreta, que solo entiendes si tienes hijos, pero que te hace compartir miradas de cariño con otras mamás, sonrisas de solidaridad con madres desconocidas y una mano amiga con personas con las que no congeniabas antes de tener a tu pequeño-, es cierto, así cómo un abogado siempre encontrará puntos de encuentro con un colega, o un pintor o músico con otro artista.  Así ser mamá o papá te abren un nuevo panorama para conocer gente.

En el cumpleaños del hijo de Michelle conocí por primera vez a sus amigas del grupo de estimulación temprana al que lleva a su hijo, -te van a caer bien, todas son mamás y sus hijos tienen más o menos la edad de los nuestros-, sin duda en ese encuentro la pasé muy bien. En la noche caí en cuenta de que además de lo evidente, me había relajado muchísimo el hecho de observar a las otras mamás luchando por que sus hijos comieran, prestaran un juguete, intentaran balbucear las gracias, y una larga lista de etcéteras de lo que sucede con niños pequeños.  Fue sumamente saludable saber que no tengo a la única hija que no quiere prestar sus cosas, que ignora que le hable y le pida que no se vaya lejos, que quiere siempre ser la primera y estar colmada de atención.

Hace unos cuantos días tuve una experiencia similar, una amiga me invito a un parque en donde se junta siempre con otras amigas y sus hijos, esta vez constaté que muchas de las cosas que ya había observado en encuentros de este tipo se repetían, sin embargo caí en cuenta de algo nuevo y que me pareció maravilloso; no solo yo aprendo de las otras mamás, también mi hija. Al estar en estos grupos de juego ella observa otro tipos de mamás, se da cuenta de que hay muchas formas en las que una mamá platica, alerta y por qué no regaña a su hijo.

Parece mentira pero una tarde en el parque se convierte en todo un campo de aprendizajes que sin darnos cuenta nos ayudan consciente e inconscientemente a ser mejores mamás y a nuestros hijos les dan nuevos referentes de comportamiento y socialización. Además de que no falta la degustación de sabores en la que se convierte el ir y venir de alimentos compartidos entre los niños, las nuevas palabras que escuchan, los colores, olores y matices a los que tienen acceso solo en espacios al aire libre y en el que no nos tienen como gendarmes detrás de ellos cuidando que no se lastimen, suban las escaleras o topen con algún peligro.

Sin duda aprendí de todo esto cuando era niña y jugaba a las muñecas, luego en el grupo de juego improvisado en el Centro Universitario en donde una compañera de trabajo y una alumna compartíamos con nuestros pequeños en las tardes, ahora cada día con Michelle y su hijo tenemos un micro grupo y cuando nos invitan a participar de nuevos espacios nos apuntamos felices ante la nueva experiencia. Y no se alarmen, las observaciones son más inconscientes que pensadas, no acudimos con cuaderno, lupa y grabadora en mano, todo se nos pega más en el sentimiento y los recuerdos. cj

Nuevo estilo de ilustración de Carmen Lara

miércoles, 20 de julio de 2011

Mis sueños...


Siempre he sido de esas personas que tienen sueños muy reales, desde que era una niña me despertaba asustada o amanecía sintiéndome extraña, algunas veces triste y hasta un poco desubicada. Recuerdo perfectamente algunos sueños de cuando tenía menos de seis años, lo sé porque todavía vivíamos en la Ciudad de México, y en una ocasión incluso grité tan fuerte que llegaron mis papás a preguntarme si estaba bien.
Esa vez soñé que nos habían robado, era en un lugar extraño, y mi Papá había decidido perseguir al ladrón para golpearlo; yo corría desesperada atrás de él tratando de alcanzarlo, para evitar que le pasara algo. Después de muchos años que me acordé y lo reflexioné, llegué a la conclusión de que ese sueño se debió, a que por esas fechas habían robado la casa que teníamos en Cuernavaca, y fueron de esos eventos que me parecieron de lo más aterradores, e incluso me daba muchísimo miedo regresar cada vez.
Así, a través de los sueños desahogo muchas de mis preocupaciones, tristezas, frustraciones y también, algunas veces, disfruto momentos de felicidad con personas que ya no están con nosotros, ó, cómo cuando estaba embarazada y aún dormía, pensaba en mi hijo que llegaría en pocos meses, lo imaginaba y despertaba llena de alegría y de energía por lo que me esperaba en el futuro.
En general eran sueños positivos, pero también ocasionalmente, y como es natural cuando estás esperando un bebé, tu mente está llena de miedos y angustias, principalmente sobre su salud y bienestar físico, y eso también se refleja cuando duermes y dejas de ser consciente y de controlar lo que piensas.
Quise escribir sobre los sueños, porque además de que ha sido algo determinante en mi vida, últimamente he tenido sueños muy angustiantes con mi hijo; sueño que me lo roban, o que se golpea muy fuerte, y otros que no les compartiré porque son demasiado drásticos y no quisiera sugestionarlas para que sueñen algo parecido con sus hijos. Pero el caso es que no descanso, despierto agotada por haber sufrido durante la noche, pensando que algo le pasó realmente y resulta verdaderamente desgastante.
Probablemente son preocupaciones normales de una mamá, el hecho de que esté creciendo tan rápido y sea más independiente me aterra, porque siento que cada día lo puedo proteger menos, o alomejor también tiene que ver que últimamente lo noto con miedo, que según Carol que sabe mucho más que yo de estos temas, es normal a su edad.
El hecho es que no me queda más que hablarlo y compartirlo, por experiencia sé que cuando menos en mi caso, las pesadillas solo se detienen cuando tengo la mente libre y tranquila, y a veces son tan fuertes mis preocupaciones que evito compartirlas por evitar afectar a terceros, como a mi esposo o a mis papás, que es lo último que necesitan.  
Afortunadamente tenemos este espacio, en dónde sé que muchas de ustedes me entienden e incluso han pasado por lo mismo, así es que no me queda más que platicarles mis sueños para conseguir una buena noche de descanso. mj
Ilustración: Carmen Lara

martes, 19 de julio de 2011

Tiempo al tiempo...


La maternidad me ha hecho entender que en realidad, todo es cuestión de tiempo. Yo soy una persona impulsiva y desesperada, me cuesta trabajo que las cosas no sucedan en el instante en el que las quiero, se me hace difícil esperar y darle tiempo al tiempo.

Desde el embarazo mi hija empezó sutilmente ha decirme que los tiempos serían relativos y que más me valdría conocerla y entenderla bien para que nuestra relación funcionara.

Por cursi y meloso que se escuche fue en el embarazo cuando aprendí a escuchar a mi cuerpo, entendí las señales físicas y emocionales del sueño, descubrí cuando tengo hambre y cuando la invento para evadir algo que no quiero hacer o calmar mis nervios, me di permiso de correr solo cuando se me antojaba y de caminar sintiendo cada parte de mi cuerpo.

Me encantó estar embarazada, compartirme y sentir el crecimiento y desarrollo de mi hija, pero todo esto no fue inmediato. Los primeros meses los pasé decepcionada porque no parecía embarazada, mi vientre todavía no salía lo suficiente y esto me confundía muchísimo. A pesar de haberme hecho una infinidad de pruebas caseras y análisis de sangre que confirmaban mi estado, había mañanas en que la duda era enorme y no podía dejar de preguntarme ¿de verdad estaré embarazada?, me concentraba con todas mis fuerzas para sentir mi vientre habitado pero no sentía nada, a pesar de que esto era lo más lógico y ordinario, algo en todo el asunto me decepcionaba.

Curiosamente empecé a sentir el vaivén de hormonas más en los senos que en el vientre, tuve muy pocas nauseas pero me sentía todo el día agotada, me quedaba dormida en todos lados, flotaba siempre en una especie de limbo entre la realidad y mis fantasías, me costaba trabajo concentrarme y lo que usualmente hacía en quince minutos me llevaba horas enteras.

Los primeros meses no me reconocía y era frustrante porque casi nada en mi apariencia había cambiado, cuando por fin salto un poco de panza me sentí extasiada, no solo era la muestra física de mi embarazo también una especie de permiso para vivir a profundidad todos los cambios que se me presentaban.

El cansancio del primer trimestre se transformó a partir del cuarto mes en un cúmulo desbordado de energía y fuerzas, me sentía invencible, quería hacer todo, pensar todo, resolver problemas, inventar cosas, en fin la mujer maravilla se quedaba corta junto a mis recién adquiridos poderes. Entonces empecé a preocuparme por la primera patada ¿por qué no la he sentido?, ¿en qué momento empezará a moverse?, ¿eso fue una patada o mi intestino?, todo hasta el instante en el que en realidad empezaron las patadas y mi atención se fue a esperar otra señal física de la existencia de mi hija.

Disfrutaba siempre correteando un nuevo cambio, siempre a la espera nunca pausada. El último trimestre mi energía bajo pero subieron las expectativas y el ansía por la llegada se convirtió en desesperación. Cansada de no poder dormir ni acomodarme, atenta a cada patada o movimiento de mi pequeña, los días se empezaron a hacer cada vez más largos.

Yo me había pronosticado que mi hija llegaría una semana antes, como profeta había dictado la sentencia de que nacería en la semana treintainueve, así que cuando esta culminó me sentí desolada ¿por qué no llegaba?, malhumorada entré en la semana cuarenta, con el vientre enorme el hartazgo de la espera, el miedo del parto y la sensación de que nunca llegaría el tan esperado encuentro.

Mi mamá hizo circo, maroma y teatro por entretenerme, mi esposo me llamaba a cada segundo para preguntar por alguna novedad, mi papá cansado de estar lejos de mi mamá y tener que viajar cada fin de semana me pedía entre bromas que por favor me apurara. En un pleito tremendo que tuve con Michelle, mientras lloraba inconsolable por alguna tarugada que nos habíamos dicho, caí en cuenta de que el momento llegaría tarde o temprano y que más me valía aprovechar los últimos momentos en el que mi hija y yo estaríamos habitándonos.

Mi hija nació en la semana cuarenta y uno, cuando ella se sintió lista para salir y conocer el mundo. Aproveché los días previos para observarme, grabar en mi memoria los cambios en mi cuerpo y despedirme del tiempo que compartimos, me hice amiga de los últimos insomnios, me burle de las frecuentes visitas al baño y aproveche los poderes extrasensoriales que te da el embarazo.

A partir del primer encuentro con mi niña, de esa primera vez que nos compartimos y conocimos, he tratado de dejar que las cosas pasen sin apresurarlas, a veces lo logro y otras no, pero no dejo de tener en el campo de mi consciencia el hecho de que el tiempo es tan dúctil cómo queramos hacerlo, no es posible ni justo  apresurar el crecimiento de un niño, cada pequeño tiene sus tiempos y formas de irse haciendo en el mundo, nos hemos alejado de los procesos naturales y los tiempos que no se miden con un reloj, pero nunca es tarde para ignorar los calendarios y observar con atención el tiempo de nuestros hijos, ese que pasa entre pestañeos y es imprescindible tatuarnos en la memoria. cj

Ilustración Carmen Lara

lunes, 18 de julio de 2011

Dormir en su cuarto


Una decisión difícil que los padres tenemos que tomar cuando nuestros bebés empiezan a crecer, es cuándo los dejaremos dormir solos en su cuarto; y es que no sólo es la separación física, sino que implica muchos otros factores que descubres cuando realmente das ese paso.
Mi esposo y yo nos convencimos de la necesidad de que finalmente durmiera en su cuna, en principio porque mi hijo desde que nació tiene la costumbre de dormir con los brazos arriba, y en esa posición ya no cabía en su bambineto; también tuvo que ver la temperatura en la que podíamos tener el cuarto, porque empezaron los calores de verano y con un bebé tienes que tener mucho cuidado al prender un ventilador o dejar la ventana abierta, así es que mi esposo se derretía y no dormía en toda la noche. Otro de los motivos, que ahora considero por demás importante, fue el retomar nuestra vida de pareja en todos los sentidos; es una realidad que cuando llegas a tu casa con un bebé recién nacido, toda tu atención y energía, absolutamente toda, está dirigida a esa personita, y eso a la larga puede afectar tu relación de pareja.
En nuestro caso, que al principio como es normal resultamos unos papás algo aprensivos, y considerando que mi hijo siempre ha sido sumamente sensible al ruido, cuando llegaba su hora de dormir se apagaban todas las luces y todos nos metíamos a la cama como momias, evitando cualquier molestia o provocación que implicara que se despertara y estuviera activo por dos horas hasta que lográramos volverlo a dormir.
Nos habíamos olvidado de todas (si, de todas) nuestras actividades nocturnas, y como es lógico, la relación de pareja se empieza a tensar y se generan inevitables problemas.
En un principio, a mi me costó mucho trabajo acostumbrarme al monitor, que cuando menos el mío es de los normalitos que solo escuchas la respiración o cualquier ruidito que hagan, pero ahora existen unos con video, e incluso hay unos que te avisan si el bebé efectivamente está respirando. Mi aprensión no llegó a tanto, pero les confieso que al día de hoy que mi hijo tiene quince meses, sigo durmiendo con el monitor prendido, más por costumbre que por otra cosa, pero estas últimas semanas ha resultado nuevamente útil, porque las lluvias y pesadillas lo despiertan ocasionalmente.
Definitivamente no creo que exista una regla o un tiempo límite para que tu bebé duerma en su propia recámara, debe ser una decisión que los papás tomen cuando ya se sientan tranquilos y confiados de que es lo mejor para su hija o hijo, pero según lo que yo leí en esos días en que lo estábamos considerando, mientras más te esperas puede representar más ansiedad y sufrimiento para el bebé.
También es muy importante que en lo posible, te apegues a ciertos horarios y rutinas para que tus hijos identifiquen la hora de dormir, no sólo en la noche sino también en sus siestas. En mi caso, soy sumamente estricta con los horarios de mi hijo, Carol no me dejará mentir porque ella incluso me ha hecho reflexionar en algunas ocasiones que yo, con reloj en mano, llevo a mi hijo a la cuna aunque no parece que tiene sueño, pero la verdad en general me ha funcionado. De esa forma empiezan a identificar su cuna, su cuarto, y en menos de lo que te imaginas, ellos mismos te llevan de la mano cuando quieren descansar un rato. mj
Ilustración: Carmen Lara

viernes, 15 de julio de 2011

¡Dos meses!


¡El lunes AF cumple dos meses!, por lo que se nos hace oportuno hacer un alto en el camino y recapitular todo lo que hemos compartido.

Pero antes de celebrar queremos hacernos responsables del desorden que pululó por AF durante las últimas semanas, empezamos el proyecto muy ordenadas y de repente se nos vino el tiempo encima y no sólo nos ausentamos una semana entera sino empezamos a publicar a la hora que se nos antojaba. Prometemos retomar horarios y avisar la próxima vez que nos tomemos un descanso.

Hechas las aclaraciones pertinentes ¡a celebrar! que dos meses no son poca cosa, van cuarenta publicaciones y un puñado de comentarios que hacen que de verdad AF sea un espacio de diálogos sobre maternidad, queremos agradecerle a María Teresa, una lectora más que presente y elocuente a Mo, Bece , Bere, Fer, Mona, Luly, Alma, Claudia, Martha, MAC, MJFG y a todas aquellas que de una u otra manera se han comunicado con nosotras, han expresado su sentir y compartido una que otra anécdota.

Les recordamos que pueden seguirnos en Tweeter en @acidofolicoblog, hacerse nuestras amigas en Facebook en acidofolicoblog o mandarnos un correo  a la cuenta acidofolicoblog@gmail.com, nos interesan sus comentarios, sugerencias, aportaciones y por supuesto también las quejas.

Estamos pensando en publicar semanalmente sobre un mismo tema, por supuesto distintas aristas, anécdotas y por qué no también algo de información y consejos prácticos ¿qué les parece?, la idea nos surgió al constatar que a veces se disparan mucho los temas en una misma semana y picamos de aquí y de allá sin ton ni son.

Durante el mes que concluye incluimos algunas fotografías y seguimos con las hermosas ilustraciones de Carmen Lara, seguiremos inventando y buscando nuevas formas para compartir a través de AF, si alguna de ustedes quiere contribuir más allá de los comentarios, ¡hablen!, nos encantará integrarlas.

Pues hasta aquí por el día de hoy. Un enorme abrazo de parte de todo el equipo de AF.

Michelle Johnson, Carmen Lara y Carol Johnson

jueves, 14 de julio de 2011

Primero soy Mamá!!.


El día de ayer fue uno de los días más felices e importantes en mi vida a nivel profesional, fue mi toma oficial de protesta como Maestra en Derecho, y sin embargo, no puedo comparar el orgullo y satisfacción que siento por ser madre.
De ninguna manera pretendo demeritar mi esfuerzo, porque trabajo me costó y mucho, particularmente el segundo año que ya estaba embarazada y como es natural, mi memoria era pésima, vivía agotada y sin media gana de ponerme a estudiar en las noches después de una larga jornada laboral.
En realidad decidí compartirles este evento, porque viví una serie de sentimientos encontrados que solo los entiende una mujer en mi situación, que es madre y que ama su profesión aunque temporalmente la ha puesto en pausa.
Carol y su esposo me hicieron el grandísimo favor de cuidar a mi hijo toda la tarde, porque aunque eran de esas personas que merecían estar ahí por el apoyo y ánimo que me dieron durante mis estudios de posgrado, me parecía inapropiado e imprudente llevar a mi pequeño destructor a un evento de esa formalidad.
No puedo negar, que desde que llegué y vi a algunos niños a los que seguramente llevaron porque sus papás no tuvieron la misma suerte que yo de encontrar a alguien de su total confianza para encargarlos, pensé en mi hijo y lo extrañé con todo mi corazón; veía con respeto a Abogadas y Abogados que llegaban apurados, seguramente salían de importantes reuniones, y algunos no soltaban los celulares como si el mundo se fuera a terminar si no tomaban esa llamada. Por un momento extrañé mi vida de hace un par de años, el estar sentada en mi oficina recibiendo correos en donde me solicitaban opiniones y revisiones en relación a proyectos que finalmente cobraban vida unos días después, y siempre me emocionaba el pensar que yo había estado involucrada, que la gente me había tomado en cuenta y confiaba en mí, pero ninguna responsabilidad se compara a la de una madre, que tiene que cuidar, educar y encargarse de una vida.
Estoy segura de que en un futuro podré sacarle provecho a la maestría que recién terminé, y que en algún momento regresará esa satisfacción laboral que algunos días extraño, pero ayer, por increíble que parezca, solo pensaba en mi hijo corriendo por los jardines de la universidad, gritando “abua” mientras veía caer la lluvia, y dándome un abrazo orgulloso por la mamá que le tocó. mj

miércoles, 13 de julio de 2011

Tristeza, melancolía o depresión

Siempre me muestro algo escéptica cuando se habla sobre temas relacionados a la salud mental, creo que cada día se abusa más de los diagnósticos y se estudia menos sobre los mismos. El tema de la depresión postparto no se salva, creo que merece más atención y dialogo del que se le ha dado.

Buscando leer sobre el asunto encontré un instrumento (test) llamado Escala de depresión postparto de Edimburgo, que se creó para que personal médico no especializado pueda detectar síntomas de depresión postparto. Antes de leerlo decidí contestarlo, de la forma más sincera posible y recopilando mi sentir en las primeras semanas en las que fui madre.

Para mi sorpresa el resultado final sugería que tenía (o tuve) depresión postparto, al principio no pude más que reírme y confirmar mis sospechas sobre este tipo de diagnósticos, pero luego me alarmé un poco y revisé con detenimiento las preguntas. La mayoría, a mi juicio, describen más que cuestionar el sentir general de toda nueva mamá: ha estado inquieta o nerviosa POR SUPUESTO; ha sentido miedo o ha estado asustadiza CLARO QUE SÍ, Las cosas le han estado abrumando PUES, CÓMO NO; y así diez preguntas que unas más otras menos indagan sobre el sentir de las nuevas madres.

Después de pensarlo un rato caí en cuenta de que la que se salva y sale sin depresión después un interrogatorio de este tipo, es aquella que, o no acepta del todo lo que está viviendo, o fue bendecida por los poderes mágicos de la maternidad sin complicaciones ni estrés.

Yo no tuve depresión postparto, me sentí eufórica la primera semana de vida de mi hija y después, a pesar del cansancio seguía contenta, pero no niego que a ratos me invadía una tremenda ansiedad sobre la responsabilidad que implicaba hacerme cargo de mi hija, a ratos estaba tan cansada que tenía ganas de llorar y pedirle a mi hija que por favor me dejara dormir, hubo momentos en los que pensé ¿de verdad podré con ella por el resto de mi vida?, por supuesto que lo pensé, pero casi no lo dije.

El día en el que más claramente expresé mi angustia fue cuando regresamos mi mamá, mi esposo, mi pequeña y yo a la casa de Lagos (después de tres semanas en Guadalajara) y al ver que gran parte de mis adoradas plantas habían muerto me solté llorando como una niñita, fue un llanto profundo, seco y contenido, no podía parar y no sabía bien de dónde había salido. Sí, me dolía que mis platas se hubieran secado, pero el sentimiento que tenía no era por ellas precisamente, era como una despedida a la vieja yo, a la yo sin hija y sin tanta responsabilidad, algo extraño que después de un rato pasó sin mucho problema.

Horas después escuche que mi mamá le narraba el evento a mi papá agregando que había tenido un poco de “maternity blues”, o melancolía de la maternidad, como se le conoce a este sentir. Me molesto escucharla y pensar que así había sido, sin embargo no volví sobre el asunto.

Ahora, después de responder la Escala de Edimburgo y leer en diversas fuentes sobre los síntomas y métodos que se usan para diagnosticar la depresión postparto, creo que lo que hace falta es que nos liberemos un poco del peso social que cae sobre nuestros hombros en el instante en el que nos hacemos mamás.

Pareciera que con el hijo recién parido viniera anexo un pequeño reglamento de comportamientos, sentimientos y formas de actuar en sociedad, tipo Manual de Carreño pero para mamás. Todos esperan que encarnes el prototipo sumiso, abnegado y culposo de la madre que da todo por sus hijos sin esperar nada a cambio, quieren que limites tus sentimientos, elimines tus frustraciones, ansiedades y miedos y que todo en ti sea bondad y buenos deseos.

Es un hecho, cada vez toleramos menos el dolor, ya sea físico o emocional nos empeñamos en callarlo en lugar de encontrar qué es lo que nos quiere decir, vivimos en la cultura del diagnóstico y los medicamentos y buscamos siempre las causas fuera de nosotros. Preferimos que nos digan que algo anda mal con nuestro organismo, que son las hormonas o el ambiente a tener que admitir que nos aterra ser madres y la responsabilidad que ello conlleva.

Por supuesto que hay casos extremos y ocasiones en los que es necesario que el estado depresivo se atienda, pero de ahí al aumento infinito en este padecimiento hay una brecha grande. Tenemos que atrevernos a nombrar las cosas, si estamos tristes es tristeza lo que tenemos, si es angustia hay que preguntarnos de dónde sale, si tenemos miedo hay que compartirlo y tratar de entenderlo, las culpas por otro lado, dan para toda una publicación.

Por hoy las dejo hasta aquí, les comparto el enlace de la Escala de Depresión de Edimburgo  para que me digan que opinan sobre ella. cj


La ilustración forma parte del cuento infantil “Las plantas” ilustrado por Carmen y escrito por mí.

martes, 12 de julio de 2011

Métodos alternos de relajación.


Ayer por la tarde, como ya se está haciendo costumbre, Carol y yo nos juntamos después de la siesta de los niños, con el propósito de cansarlos antes de la cena, el baño y finalmente la tan esperada hora de dormir.
Hacía un calor bochornoso, el sol estaba incandescente, y no había poder humano que los mantuviera quietos en un solo lugar; adentro de mi casa se empezaron a sacar los ojos por un carrito que le regalamos a mi hijo de cumpleaños, si uno se mete entonces el otro también se quiere meter, así es que organizamos turnos que no les parecen de muy buen gusto, pero es la única forma en que podemos convencerlos de que tienen que aprender a compartir, si eso es posible a sus escasos diecisiete y quince meses.
Nos salimos al área común del condominio, que desafortunadamente no tiene protección alrededor, así es que les causaba mucha gracia irse corriendo a la calle a toda velocidad porque inevitablemente provocaba que Carol y yo los persiguiéramos, sudando como tacos al vapor, y rogándoles que por piedad no pusieran en peligro sus cortísimas vidas.
Por fin llegó mi esposo, y minutos después mi cuñado, quienes por unos minutos persiguieron a sus respectivos hijos, también sudando como tacos, hasta que discretamente nos encaminaron a todo el clan a la casa, para protegernos del incómodo clima.
 Como era natural, en el instante en que entramos empezaron nuevamente los pleitos por el carro, que curiosamente cuando están solos el uno o el otro, no les resulta tan atractivo. Les hicimos palomitas, que ahorita les causan sensación, los dejamos hacer prácticamente lo que se les diera la gana hasta que sus quejidos, llantos, acusaciones mutuas y demás expresiones nos volvieran locos.
Para no hacerles el cuento tan largo, y sin ánimo de señalar responsables, mi esposo oportunamente preparó cuatro cubas no tan cargadas, por aquello de que teníamos que cuidar a los niños, y cuando nos dimos cuenta estábamos platicando relajados con el ruido incesante de nuestros hijos como música de fondo.
El gusto nos duró cuando mucho quince minutos, pero nos sirvieron para relajarnos y recargar energías para terminar la rutina del día; es increíble cómo esas cositas que parecen tan insignificantes, ahora son tan necesarias.
Claro que mi sugerencia no es que ahoguen sus penas en el alcohol, o que desatiendan a sus hijos para echarse unos vinos, pero si les sugiero que busquen momentos y formas de relajarse, de preferencia acompañados, para evitar el estrés y la falta de paciencia en las largas jornadas maternales. mj

lunes, 11 de julio de 2011

¡¿Qué vacuna ocupa?!

Desde hace algunos años, en México, se han realizado infinidad de campañas para informar a los ciudadanos sobre la necesidad de vacunar a los niños pequeños, el sistema de salud grita a los cuatro vientos que las vacunas son gratuitas y que todo niño en el país tiene derecho a las mismas.

En teoría esto suena fantástico, una estrategia que busca prevenir enfermedades y erradicar otras, mantener sana a la infancia y crear consciencia en los adultos sobre las mejores medidas de salud para los pequeño. Una maravilla ¿no?

Tal vez mi caso sea el único y mi hija hace que las vacunas desaparezcan en cuanto entra a un Centro de Salud o una clínica del Seguro Social, pero la historia siempre que le toca una vacuna es la misma. Yo me preparo mental y psíquicamente para tolerar el pinchazo que acabará en la pompa o el bracito de mi pequeña, me armo de valor para esperar los efectos secundarios que puede provocar la misma y ruego a toda la corte celestial que la vacuna esté en buen estado y ayude más que perjudicar al sistema inmunológico de mi pequeña. Todo esto para llegar a un lugar en el que una enfermera con la cara menos amable del mundo y una actitud prepotente y apática me diga –hoy no  es el día de vacunas / ¿a ver la cartilla? Aaaaaaa ¡esa no la tenemos! / su hija tiene mocos y así no le puedo poner la inyección / está no es su clínica, haga el cambio y se la vacunamos, pero apúrese que ya se paso la fecha en la que le tocaba la vacuna / tiene que venir el ________ (x día de la semana que cambia según el recinto de salud que se visite) a las 3:43 o si no ya no le toca la vacuna /…. Y un larguísimo etcétera de pretextos y tarugadas que surgen en el instante en el que solicitamos la vacuna.

Por supuesto yo me agobio, sufro de pensar que estará un día más desprotegida  contra un sin fin de enfermedades, profiero todo tipo de insultos, me quejo del país y la forma en la que la burocracia y prepotencia acaban con todo y anoto en letras rojas, mayúsculas y con carácter de urgente la próxima cita en la que me auguran la existencia de la vacuna, o en su defecto la concesión para aplicársela a mi pequeña.

Hay veces, en las que son tantos los rechazos que tengo que bajar la cabeza derrotada, llamar al pediatra y pedirle que encargue la vacuna, misma que sé me cobrará como lumbre, misma que luego generará una inexplicable molestia en la enfermera de algún establecimiento de salud pública, que con ojos inquisidores me dirá: “si ha ido con un particular, porque viene aquí ahora”.

A mí me encantaría gritarle con todas mis fuerzas “PORQUE AQUÍ ME DIJERON QUE NO TENÍAN LA VACUNA O LAS GANAS DE APLICARSELA A MI HIJA,  PORQUE SE SUPONE QUE LAS VACUNAS SON GRATUITAS, POR ESO”, pero estoy segura de que buscaré el tono menos molesto que encuentre y le diré algo que no la altere para ver si consigo sacarle la vacuna en turno.

¿Y cuál es el punto de todo este alegato, se preguntaran?. El punto queridas lectoras es que yo por fortuna soy una mamá terca que sabe que las vacunas son necesarias e insiste hasta conseguirlas, que en última instancia puedo hacer el esfuerzo de pagarlas. Pero, ¿qué pasa con las personas que tienen que pedir el día para ir a vacunar a sus hijos, con aquellos que dudan sobre las mismas, con los que tienen que desplazarse por horas para llegar a un centro de salud, con los que no cuentan con Seguro Social, con los que no entienden qué es lo que hay que hacer para que la malencarada enfermera ceda y aplique la vacuna?. Cada caso es distinto y de seguro pasan muchas cosas, pero es un hecho que muchos de estos niños no serán vacunos, hecho triste, lamentable y sobre todo injusto.

Pero eso sí en épocas de campañas electorales o fuera del país, los políticos de juguete se para el cuello gritando a los cuatro vientos las enfermedades que han erradicado y los logros que han tenido con sus espectaculares campañas de vacunación.

Claro que como en todo hay personas conscientes de las implicaciones de las vacunas, trabajadoras, amables y deseosas de que los pequeños sean vacunados, hay enfermeras que son tan buenas que los niños ni sienten el pinchazo, hay doctores convencidos de la importancia de mantener sanos a los niños, los hay tal vez por montones, lo malo es que el personal apático y burócrata no nos da la oportunidad de conocerlos. Por mi parte nuevamente cedí y después de seis visitas fallidas tendré que volver a pagar una vacuna. cj

 Ilustración Carmen Lara

viernes, 8 de julio de 2011

Los recuerdos que parecen tan lejanos.


Ayer con tantas cosas que tenía que hacer, se me olvido decirle a mi Mamá de qué tema iba a escribir hoy, y desafortunadamente no tenemos una de sus ilustraciones maravillosas.
Ante tal situación, y con el ánimo de no perder la costumbre de ponerle una imagen al texto, me di a la tarea de buscar, entre las casi dos mil fotos que tengo en la computadora desde que nació mi hijo, una que les pudiera compartir y que representara lo que les quería platicar.
Después de media hora de ver fotos, me olvidé por completo del tema que había elegido previamente, y con lágrimas en los ojos me invadió una profunda tristeza al darme cuenta de cómo y qué rápido ha crecido mi bebé.
Y en realidad son sentimientos encontrados, porque también me acuerdo de los momentos difíciles y de los agotantes desvelos de los primeros meses, pero es muy cierto eso de que debemos vivir cada día al máximo porque la vida se pasa volando.
Ahora no me explico cómo era posible que le tuviera tal miedo a ese ser tan diminuto y frágil, cómo era posible que vivía con un estrés constante pensando cómo iba a sobrevivir al dolor de la lactancia, y así como se los cuento pasó, y hoy por increíble que parezca extraño esos días.
Hoy, más que una historia les comparto esta reflexión; se que algunas de nuestras lectoras todavía no son madres, otras están embarazadas, y otras ya tienen a su pequeño o pequeña en brazos, e incluso comparten algunas de las experiencias que Carol y yo les contamos.
Sin duda cada etapa de la maternidad tiene un sabor agridulce. Por lo que me cuentan quienes tienen hijos grandes, la preocupación nunca se termina, solo descansa un poco cuando nos vamos a la cama; pero eso sí, los hijos nunca te dejan de dar sorpresas, todos los días se viven experiencias diferentes y el amor por ellos que ya parece infinito, sigue creciendo cada instante.
En fin, después de compartirles un poco de mi sentir el día de hoy, seguiré reviviendo esos momentos que viví hace solo unos meses, pero que parecen años.  mj

jueves, 7 de julio de 2011

¿Oficio?


Por el momento no tengo trabajo y me debato entre la necesidad de conseguir uno y la necesidad de quedarme en casa con mi hija. Recreo argumentos a favor y en contra y al final sigo sin tomar una decisión.

No es que no necesite trabajar, me urge, tampoco que no haga nada, todo lo contrario mis días están más llenos y cansados que nunca, mi indecisión es una especie de protesta silenciosa (en extremo silenciosa pues solo yo sé de ella) frente a la forma en la que la sociedad se ha configurado, haciéndonos sentir qué la maternidad es tan poca cosa que ni siquiera vale la pena discutirla.

Ayer al medio día, mientras nuestros hijos se sacaban los ojos por un carrito de plástico, jugaban a perseguirse y gritaban como locos de atar por toda la casa; Michelle y yo platicamos ampliamente sobre el tema de la maternidad y el trabajo, que versa siempre sobre lugares comunes, tan comunes que se han vuelto invisibles porque en la superficie hay una especie de regla implícita que pide que el tema no se trate, no agite más el patético clima social en el que vivimos y sobre todo no renueve el debate sobre los derechos de la mujer, en particular de las que somos mamás.

Entre las cosas que hemos experimentado Michelle y yo desde que nos supimos embarazadas está la profunda soledad que acompaña las decisiones que se tienen que tomar con la llegada de un nuevo miembro a la familia, a pesar de que nuestros esposos son sensibles y atentos a lo que sentimos y queremos, al final somos nosotras las que cambiamos radicalmente de vida, las que dejamos o no el trabajo y nos cuestionamos sobre nuestro futuro profesional.

No se trata de entrar en el eterno debate entre hombres y mujeres, entre las capacidades y oportunidades de unos y otros, el gozo de ser mujer y madre vale cada piedra que uno pueda encontrarse en el camino. Se trata de hacer visible el desgaste emocional de la maternidad, en donde no todo es color de rosa y se juegan muchas certezas y roles que parecían ya conquistados.

Yo tuve la oportunidad de vivir en una burbuja o en un sueño hasta hace unos cuantos meses pues trabajaba y era madre. No tuve que tomar una decisión sobre uno u otro hasta ahora. Pero fui una de las excepciones de la regla; me contrataron embarazada lo que no se estila en este país y me dejaron llevarme a mi hija a la oficina todo el tiempo que quise.

Fue cansadísimo pero posible, tuve que hacer uso de muchas madrugadas y en ocasiones cuestionarme a fondo la decisión de seguir, había días en los que estar en la oficina con el bambineto, la sillita, la carriola y una larga fila de estudiantes que atender era una tarea que me parecía imposible, pero que con orgullo puedo decir que siempre salió.

Mi hija estaba contenta de estar conmigo y con su papá que trabajaba en el mismo lugar, yo me sentía profundamente agradecida y en deuda con la institución que me permitía semejante hazaña, el trabajo se hacía y la maternidad también. No era la única en esa situación y la calidez de la gente con la que trabajaba y de las mamás con las que compartía la experiencia siempre me hicieron sentir que ambas actividades podían confluir.

Todo terminó cuando un grupo de hombres grises, con ideas viejas y sin fundamento decidieron que no era posible trabajar y ser mamá al mismo tiempo y nuestro pequeño paraíso dejó de serlo.

Me veo ahora cara a cara con la decisión que la mayoría de las mujeres tienen que tomar durante el embarazo, antes siquiera de que conozcan a su bebé ¿sigo trabajando o no?, para muchas no hay opción, la vida no alcanza y hay que trabajar, para otras el problema estriba en los objetivos personales y las metas profesionales que se tenían pensadas: si ya llegué hasta aquí, ¿cómo dejarlo?.

Es posible que las dos confluyan, que se encuentre la forma de trabajar y ser madre, pero cada vez las circunstancias son más difíciles: trabajos que exigen mucho más horas de las que estamos dispuestas a dejar a nuestros hijos, sistemas de guardería insuficientes y en muchos casos mediocres y la soledad de no tener cerca a la familia que podría compartir con nosotros el cuidado de nuestros hijos hacen que la cuestión laboral se complique.

Y quienes deciden quedarse en casa y dedicarse a ser madres tampoco la tienen fácil, la crítica sobre el talento desperdiciado, la falsa concepción de que estar en casa con un pequeño es una tarea fácil y que no cansa, los comentarios estúpidos de quienes creen que se pasa la vida entre el sueño, el café y la televisión, la inevitable ansiedad cada vez que empiezas a pensar en cuándo volverás al trabajo, quién se atreverá a contratarte y cómo le harás para competir con todos los recién egresados que tienen todo el tiempo del mundo para dedicarlo al trabajo, todo esto dificultan la situación.

 Al final cada quién decide lo que mejor le conviene y se traga sus frustraciones, porque no hay espacios para compartirlas ni reflexionarlas porque la vida está hecha de blancos y negros y las otras tonalidades estorban. Porque muchas veces somos entre nosotras nuestros peores enemigos, las que trabajan critican a las que no y ni de broma aceptan o expresan lo mucho que extrañan a sus hijos, las que por el contrario dejaron el trabajo señalan con dedo acusador a aquellas madres que  salen cada mañana a su lugar de trabajo, ese que ellas extrañan hasta la médula y en el que prefieren no pensar.

Hemos dejado que el tema se pierda en el marasmo de la vida, en las rutinas que nos comen los días y nos roban el sentimiento, yo desde esta pequeña trinchera que es AF, exhorto a todas las mamás que como yo o como Michelle han pasado por esto, a alzar la voz, dialogar el tema y replantear las dinámicas vetustas que han configurado la diada trabajo-maternidad. cj

Ilustración Carmen Lara