jueves, 25 de junio de 2015

Sana, sana ¡si no sana hoy, sanará mañana!


El mundo de la maternidad se construye sobre un piso de cristal, todo brilla y nos hacen creer que el resplandor debe cegarnos para no ver los obstáculos que implican ser casa, comida y sustento físico y emocional.

Mi entrada anterior verso sobre un aborto, mi aborto, esa perdida profunda que no esperaba y me ha enseñado tanto.

¿Qué me ha enseñado? Aquí lo bueno, lo malo y lo que sigo construyendo.

1-    El día que comencé a ser mamá, el caparazón que había construido durante años para que no me afectara el mundo se desintegró por completo. Cuándo el bebé se fue busqué algo que pareciera un caparazón para no tener que enfrentar a los otros. Esta vez fueron las otras, las que me hicieron ver que no necesitaba cubrirme con nada.

2- La otras son mis mujeres. Mis amigas. Cada una de esas miradas cómplices que entendieron mi dolor sin sacarle la vuela, cada mensaje amoroso, cada llamada, cada silencio compartido y tantas y tantas experiencias similares que al escucharlas me ayudaban a darle forma al momento por el que transitaba.

3-    La maternidad duele a cualquier edad. Mientras yo lloraba al bebé que no llegó, mi mamá lloraba a su hija que no quería hablar y mi abuela lloraba el dolor que cargábamos todas. El dolor se reparte entre quién se animé a cargar para tolerar la batalla y seguir adelante.

4- Los papás también lloran, sufren y viven una perdida profunda. Cuando comenzó el sangrado y entre sollozos le conté a mi papá lo que estaba pasando, me abrazó con la fuerza y el cariño con el que me abrazaba de niña, me aseguró que todo iba a estar bien y me dijo que a él también le dolía la ausencia. Juan, mi cómplice eterno, articuló los miedos que yo no sabía que teníamos, atendió el dolor de Lucía cuando las palabras se me escapaban y me regaló su energía para poder sanar y mantenerme de pie. Él también lloró y sintió el vacío, así nos prometimos que seguiremos compartiendo la vida.

5-    La familia del otro se vuelve la propia. Mi suegra, mi suegro, los que eran y ahora son. Se unieron en lágrimas y sintieron lo que sentíamos. Ellos habían vivido dos abortos y fueron tan generosos, que se animaron a recordarlos para brindarnos consuelo.

6-   Hay que ser valientes para llorar y astutos para encontrar calma. Mi astucia casi siempre es prestada, desde pequeña aprendí a leer para calmarme con las historias de otros y así entender la propia. El libro “La cuna vacía” de Rosá Jové, M. Ángels Claramunt Armengau, Mónica Álvarez y Emilio Santos Leal. Fue una excelente medicina.

7-   No todo tiene una respuesta, un por qué o un para qué. La perdida sucedió a pesar de mi buena salud, de que llevaba una vida de cuidados y tenía la fortuna de poder procurarme una alimentación sana. Los abortos en el primer trimestre son más comunes de lo que se dice y no hay explicación que convenza. Aunque la tentación es enorme, culparse del hecho no tiene ningún sentido. Éstas cosas pasan, así es y así ha sido.

8-    En algún momento cambiarás el dolor por una furia sin destinatario. A ratos lloraba y luego me sentía incendiada, molesta, enojada, irascible con todos por todo. Dale tiempo al coraje; grita, insulta y siéntete molesta. Se vale estar enojada.

9- Encuentra la espiritualidad que te funcione. A mí no me funcionan las explicaciones religiosas, me ayuda encontrar “señales”, inventos que juegan en mi imaginación para conservar el recuerdo de lo que sucede enmarcado en un halo de destino que me da consuelo y me permite insertar el evento en la historia de mi vida.

10-  No dejes de querer. No quiero parecer un comercial gastado y cursi. Pero el amor que surge de las entrañas es el que nos ayuda a superar estas perdidas, el amor a la pareja, a Lucía, a la vida que he construido, a mis papás y mi familia, a los proyectos en los que creo, a las causas que quiero cambiar, a las amistades. Esa fuerza no se apaga y nos ayuda poco a poco a sanar y seguir andando.


¡Gracias! A quién pasa por AF y se toma un tiempito para leer y compartir mi historia. Desde el fondo de mi corazón, gracias. No saben cuánto ayuda este espacio compartido.

cj

La imagen es del libro Mamá de Mariana Ruíz Johnson, un álbum ilustrado delicioso.

viernes, 12 de junio de 2015

Decir adiós


Desde hace semanas quería escribir en AF tenía tantos temas y noticias, que escribía en una libreta los títulos para no olvidar las historias. ¿Por qué no las escribía antes? Porque esperaba a que todo “cuajara” para dar la noticia y comenzar con los pormenores de la travesía, porque no quería llamar a la mala suerte haciendo público un hecho que se encontraba en la etapa más delicada y también porque saboreaba el suspenso y la espera.

Pero los planes, llenos de fantasía y deseo no siempre salen como queremos. Hoy escribo en AF y estás líneas no tienen nada que ver con los apuntes de mi libreta, hoy escribo para vaciarme, para entenderme en mis palabras y compartir con quién quiera sumarse. También escribo para dar, porque si algo me ha servido en estos días son los miles de testimonios de mamás que no conozco y que como yo han pasado por el duelo que hoy vivo.

El sábado tuve un aborto. Seis sábados antes había celebrado y brincado de nervios junto con Juan el resultado positivo de un puñado de pruebas de embarazo, había pasado la noche en vela pensando en si debía compartir la noticia tan pronto o no, había pensado en los cambios que atravesaría mi cuerpo, en la transformación inminente que tendríamos como familia, en las dificultades de conseguir trabajo en mi estado, en cómo tomaría mi hija la noticia… había pensado sobre todo en el viaje que comenzaba y que sin buscarlo recibía con muchísimo gusto.

Las semanas siguientes la vida siguió igual pero diferente. Me sentía cada día más cansada, mis senos comenzaron a crecer, lo único que se me antojaba comer eran cosas con limón y sal, no me bajaba y dos líneas fuertes aparecían en todas las pruebas de embarazo que utilizaba. No tenía más señales que esas, que sobraban para hacerme sentir que estaba embarazada.

La primera cita de revisión estaba para finales de mayo, deseaba llegar al consultorio, platicar la noticia y si era posible ver la primera imagen del bebé. Pero llegué, platiqué me emocioné y el ultrasonido me regresó la primera duda, el primer golpe inesperado de esta historia también inesperada. El bebé no apareció en la imagen y el saco gestacional no concordaba con las fechas.

Mi doctora dijo que podía ser que hubiera ovulado más tarde, en cuyo caso tendría menos semanas de embarazo y todo seguiría sin contratiempos. Me dio cita para quince días después y me pidió que tratara de estar tranquila.

Juan y yo nos preocupamos. Leímos en Internet todo lo que encontramos al respecto y decidimos que nuestro caso era como el de tantas otras parejas que no ven nada en la primera cita y semanas después ven a su bebé perfecto y escuchan el latido del corazón sin contratiempo alguno.

Mis amigas me animaron diciendo que eso pasaba y que a veces era mejor esperar a que avanzara el embarazo solito antes de apresurar al bebé a salir en su primera foto. Los días se me iban con una lentitud apabullante, a ratos estaba convencida de que el bebé estaba perfecto y luego me entraba una ansiedad absoluta al considerar que algo no andaba bien. Una semana después de la visita a la ginecóloga amanecí hecha un nervio, con la duda en el fondo de las tripas y la necesidad de saber que estaba pasando dentro de mí. Fui a hacerme los análisis de rutina que me había mandado la ginecóloga y pedí también el conteo de la hormona HCG (que no me habían solicitado pero después de tantas lecturas sabía que podía dar algo de pistas).

La prueba llegó y el conteo era bajo. Hablé con mi doctora que me dio cita para el día siguiente, pero al platicar con Juan decidimos posponerla, porque no había pasado suficiente tiempo para tener certezas con las imágenes o las hormonas. Me relajé y los días siguientes dejé de pensar, de buscar información y de preocuparme.

Me prometí escuchar a mi cuerpo y confié en la naturaleza. Si el bebé estaba bien seguiría creciendo, si no, sería mi cuerpo el que me anunciaría el final de la aventura. El sábado en la tarde llegó el aviso que no quería recibir, primero con un leve sangrado y luego con uno mucho más intenso, acompañado de un dolor a oleadas que sacudía mi vientre y la parte baja de la espalda. Un dolor que durante la noche mecía mis pensamientos y me ayudaba a elaborar mi despedida.

Pero, ¿cómo te despides de una ilusión? ¿cómo le dices adiós a la fantasía? ¿cómo cierras la historia que acabas de empezar?. No hay respuesta pero supongo que hay mil maneras.

Una perdida de este tipo es un golpe de realidad. Una sacudida que te obliga a entender que la vida quieras o no sigue su curso. El bebé que no habíamos planeado se fue cuando ya lo esperábamos ¿quién se acomoda a todo esto?.

El sábado se cumplirá una semana de la despedida. Mi cuerpo sigue sangrando. Ya no me duele más que el corazón, que se despide entre rituales y silencios.

Estamos bien, cada quien a su modo. Juan cansado y Lucía con una necesidad enorme de abrazos y compañía. Yo estoy bien, dando tiempo al dolor y al cuerpo para sanar y seguir adelante. Deseo correr y despertar sin sobresaltos. A ratos quisiera saltarme el duelo, pero esta experiencia me ha devuelto el respeto a la naturaleza. Hay ciclos, formas, señales e instintos que hemos dejado de observar. Este hijito que se fue tan pronto, me dejó todos estos aprendizajes en el poquito tiempo que estuvimos juntos.

Un abrazo,
cj

Ilustración Honey Cup


miércoles, 25 de marzo de 2015

Oídos Atentos



Las cosas no van bien en el país y los adultos lo sabemos y nos tragamos a sorbos o sin paladear todo aquello que nos repugna y asusta: la violencia desmedida, la burocracia, la ineptitud de los gobernantes, la censura, el desempleo y un cúmulo de situaciones que parecen estar sacadas de películas de terror y no de la vida cotidiana. Es terrible pero nos hemos acostumbrado a vivir entre estos temas, a sonreír a pesar de las ausencias e injusticias y a intentar concebir nuevos proyectos e ideas aunque parezca que no tienen cabida.

Nos hemos acostumbrado a tal grado al malestar en el que vivimos que en el día a día se nos han olvidado los niños, saturados de imágenes violentas, de charlas de café que tienen que ver con gente que desaparece y estudiantes que matan, con periodistas amenazados y mujeres violentadas solo por ser mujeres. Hace un par de semanas Yolanda Reyes, una gran escritora colombiana que trabaja de forma incansable por la infancia publicó un articulo titulado "Los niños tienen orejas" en su texto habla sobre el trabajo que nos cuesta platicar con los pequeños sobre realidades de dolor y violencia.

Después de leer el articulo recordé que días antes Lucía mi hija de cinco años en medio de un desayuno familiar, soltó una frase apenas audible que en el momento me sorprendió, “oídos atentos” lo dijo como cantando, viéndome a los ojos y sin preguntar nada, luego se fue a jugar y el momento pasó tan rápido como había llegado, yo me quede pensando sobre la platica que en esa mañana había abordado las noticias de la semana y no encontré nada especial o alarmante para relacionarlo con las palabras de mi hija.

Luego llegó el articulo de Yolanda y pensé que tenía que rescatar lo sucedido así que ese día mientras comíamos le pregunté a Lucía sobre aquél “oídos atentos” que había soltado como un murmullo, pensé que tal vez no se acordaba pero en cuanto lo mencioné dejo la cuchara y comenzó a columpiarse en su silla y me dijo que lo había dicho porque estaba oyendo lo que platicábamos, ¿y qué platicábamos? Le pregunté sorprendida, su respuesta fue concisa pero tajante –de los muertos-. Cuando la escuché sentí que se me iba la fuerza, entonces vi que ella había dejado su silla y se encontraba pegada a la mía esperando que le dijera algo, solo pude decirle que a veces los adultos comentamos cosas que pasan sin explicarlas o aclararlas a los niños, le dije que siempre podía preguntarme sobre cualquier cosa que escuchara y que yo trataría de que lo entendiéramos juntas, entonces me abrazo se subió a mis piernas y se puso a llorar durante un  ratito, en medio del llanto me dijo –mami, es que me da miedo-

A mí también me da miedo, me da pavor que le pase algo a ella, que le toque este país que cada día se pone peor, que la sangre ajena se vuelva moneda corriente y que se nos olvide atender el miedo y la mirada de los otros. Por eso intento escribir y compartir esto que seguramente muchos ya han vivido porque como cuenta Yolanda los niños tienen orejas y ojos y un cerebro que intuye y sabe más de lo que queremos reconocer.


Nos leemos,

cj

La ilustración es de el cuento "Orejas de Mariposa" de Luisa Aguilar y André Neves de editorial Kalandraka


martes, 3 de febrero de 2015

Primer intento para dejar el pañal...


Pues así, primer intento... fallido.

Este pasado fin de semana, aprovechando que sería largo porque los niños no tuvieron clases ayer lunes, decidimos iniciar formalmente con el proceso de control de esfínteres de Jerónimo, mi hijo menor que tiene dos años siete meses.

Después de oír todos los comentarios y opiniones de familiares y amigos, algunos cercanos y otros no tanto, sobre la aparente urgencia para acelerar esta etapa, cual mamá primeriza me dejé llevar por la presión, y en lugar de seguir mis propios instintos y entender el proceso de maduración de mi hijo, estaba determinada a decirle adiós al pañal en estos tres días de intensa insistencia.

Se que no es sano ni justo hacer comparaciones entre los hijos, pero es inevitable tomar como referencia los tiempos que le han tomado al primero hacer ciertas cosas y llegar a ciertas metas, y esperar que el segundo siga los mismos pasos. Sin embargo, los hechos y el tiempo te llevan a entender que como personas distintas e independientes, no puedes esperar que las cosas sean iguales, ni siquiera parecidas, eso es parte de lo que he aprendido como Mamá de dos niños que son totalmente distintos.

Jerónimo es un niño que se toma su tiempo, que hace las cosas cuando a él le funcionan o le hacen falta, pero las hace. Así fue cuando empezó a gatear, después a caminar, y actualmente a hablar. Honestamente me da gusto que tenga un carácter fuerte y determinante, que no se siente presionado y si siente que no es el momento de hacer o decir algo, simplemente te dice NO.

Me queda claro que ya está en una edad en la que le gusten o no ciertas cosas las tiene que hacer, y no vamos a ceder ni a ser menos estrictos en su educación por su necedad o rebeldía, sin embargo, el proceso de dejar el pañal si requiere voluntad, madurez, y otras tantas cosas que a veces a los adultos nos cuesta entender.

Así pues, nos mentalizamos y empezamos el sábado temprano con los calzones de súper héroe y la bacinica que le heredó su prima. Al principio se sentó emocionado, su hermano mayor le echaba toda clase de porras y lo sobornaba con todos los juguetes de su cuarto, pero no pasó nada. Estuvimos toda la mañana insistiendo y haciendo visitas periódicas a la "nica", hasta que por fin hizo pipí y se desató la locura, los abrazos y felicitaciones (que creo que al final lo asustaron más que otra cosa).

El Domingo lo sentamos al despertar, pero amaneció con el pañal mojado y no tenía ganas; seguimos insistiendo, pero se empezó a resistir incluso a sentarse. Tratábamos de no hacer tanta faramalla, porque evidentemente el día anterior no habíamos tenido un buen resultado, y sobre todo tratamos de contener la emoción de Gabriel, mi hijo mayor, porque parecía que a Jerónimo más que motivarle que su hermano grande ya hace pipí y popó en el escusado, le molestaba.

Más tarde tuvimos un "accidente", tratamos de contener la calma (y el vómito), lo llevamos al baño y le dijimos que no pasaba nada, pero que la próxima vez nos debía avisar para evitar que sus piernitas, y pompas y pies, etc, se embarren de popó. Mientras lavaba y tallaba el calzón me acordé de la otra razón que me obligaba a desaparecer todos los pañales de la casa (¡SUS POPÓS YA SON DE ADULTO, O CUANDO MENOS EL OLOR...!).

A partir de ese momento no hubo poder humano que lo convenciera para intentarlo otra vez, le leímos el cuento de "Plip & Charly en ¿por qué no vas al baño?" (de Jonathan Farr) unas 15 veces, Gabriel se lo actuó, le compramos una caja de huevos kinder y le ofrecimos uno cada vez que saliera popó en el baño y nada... su actitud ya era desafiante, molesta y de absoluta negación.

El Lunes por la mañana me escribió Carol para preguntarme como nos iba, mi respuesta fue "estoy agotada, desesperada y frustrada", y después de un intercambio importante de mensajes, decidimos que le haría bien irse un rato con su prima y sus tíos para olvidarse del asunto. Lo llevaron a una librería para que escogiera un cuento de actividades, intentaron llevarlo al baño un par de veces pero igual se negó. Regresó profundo y el veredicto fue: está estresadísimo.

Cuando despertó le ofrecí ponerle nuevamente un pañal, me contestó inmediatamente y con una sonrisa "SI MAMÁ". Y así concluyó este primer intento. La idea es seguir hablando del tema, volverlo algo cotidiano con el apoyo de las maestras de la escuela, y cuando lo volvamos a intentar en unas semanas definitivamente no haremos tanto alboroto, porque la sobriedad de Jerónimo no nos lo permite. mj.