miércoles, 4 de septiembre de 2013

¡Quiero shooooorts!






Hoy Gabriel hizo uno de los peores berrinches de su vida, estuvo al rededor de 25 minutos llorando y gritando por que se quería ir de shorts a la escuela; y no es la primera vez que tenemos este problema, aunque si es la vez que peor se ha puesto, al grado de que mi esposo y yo ya no sabíamos que hacer.

Y es que parece una gran tontería, y para mi es difícil entenderlo, pero desde que cumplió 3 años, hace 5 meses ya, le tiene una aversión inexplicable a los pantalones, y es una lucha ponérselos por más promoción que les hagamos.

Ahora que va al preescolar, a una escuela grande llena de árboles, arbustos, tierra, arena y otras gracias de la naturaleza, regresa con toda clase de cortadas, piquetes, moretones y demás heridas de guerra. Finalmente esto no está sujeto a negociación, como papás no podemos permitir que un niño de tres años y medio quiera tomar este tipo de decisiones, más aún cuando vemos que el que se ve perjudicado principalmente es él.

Pero honestamente qué difícil es enfrentar este tipo de situaciones, lo más sencillo en el momento hubiera sido concederle su absurda petición, y dejarlo ir de shorts aún cuando el día está gris, frío y lluvioso, pero si lo permites una vez ya no hay vuelta atrás, los niños asumen que todo lo pueden conseguir con gritos, lágrimas y patadas en el piso.

Mi esposo, mi hijo Jerónimo y yo lo veíamos con asombro, no sabíamos si reírnos o ponernos a llorar con el, pero después de un rato de soportar el ruido, que estoy segura que despertó a más de un vecino, o cuando menos lo asustó porque parecía una tortura medieval, decidimos castigar a Toto, su amado oso que en estos momentos me tiene hasta el copete.

Nunca habíamos optado por este recurso, sobre todo porque el oso es el objeto más preciado que tiene, pero consideramos que ya está en edad de entender que tiene que asumir las consecuencias de sus actos, y creo que al final lo entendió.

Sé que no es su último berrinche, y por supuesto no es el primero, pero espero que en adelante lo piense dos veces, y que por lo pronto, la ropa no sea motivo de un campo de batalla en mi casa, cuando menos no hasta que esté en secundaria y esté pasando por la terrible adolescencia. mj



jueves, 29 de agosto de 2013

La lactancia por segunda vez, segunda (y última) parte


Pues si, Carol y yo seguimos vivitas y coleando, seguimos lidiando con el día a día de la maternidad, sus pocos contras y sus muchísimos pros, pero desafortunadamente este ritmo de vida que llevamos actualmente, ha provocado que se pasen los meses, y ahora que reviso el blog me doy cuenta que se pasó el año, sin siquiera darnos cuenta.

Mi hijo el más joven ya cumplió su primer año, y el grande (que les enseño en la foto, jugando a darle pecho a su oso, tiene casi tres años y medio).






Les quise compartir esta foto, porque me provocó muchísima nostalgia ayer que me la encontré, es de aproximadamente hace un año, cuando la mayor parte de mi día se iba en la alimentación de Jerónimo, y a Gabriel no le quedaba de otra más que acompañarnos, esperarnos, y en algunas ocasiones hasta imitarnos, aún después de mis aburridas e inútiles explicaciones de que sólo a las mamás nos sale leche y bla, bla.

Quise retomar y concluir este tema, porque leo con tristeza que cada vez son menos las mamás que deciden amamantar a sus hijos, sé por experiencia que en el momento es difícil, abrumador, agotante, pero pasa tan rápido que cuando te das cuenta, lo extrañas y (casi) te dan ganas de regresar el tiempo, y no hablo de repetirlo porque por el momento no está en nuestros planes tener un tercer hijo o hija.

Sé que para muchas mamás no es tan sencillo, sé que muchas mujeres tienen que regresar a trabajar al poco tiempo de que nacen sus hijos, y no me puedo ni imaginar lo complicado que debe ser todo el proceso de sacarse la leche, administrarla, conservarla, etc, pero durante el tiempo que puedan inténtenlo, es una experiencia incomparable.

Espero tener el tiempo para seguir escribiendo en este espacio, tengo muchísimos temas y cosas que contarles a todas las lectoras de Ácido Fólico, a las pocas o muchas que quedan después de nuestro abandono temporal, pero el hecho es que seguimos siendo mamás, con nuevas anécdotas, problemas, soluciones, inquietudes y consejos. mj

miércoles, 17 de abril de 2013

La lactancia por segunda vez, primera parte



Desde hace meses tengo pendiente esta entrada, y no quiero dejar pasar más tiempo sin platicarles mi experiencia con la lactancia por segunda vez, porque sé que puedo motivar a más de alguna mamá que vivió una experiencia anterior no tan fácil o feliz como en mi caso, o incluso para alentar a las futuras mamás primerizas para que vivan y disfruten esta etapa, que se pasa volando.

Debo confesar que durante mi segundo embarazo, la lactancia era uno de mis más grandes miedos, porque con mi primer hijo fue lo que más trabajo me costo; y es que la lactancia no es cosa fácil, es cansada, muy demandante, en ocasiones dolorosa e incómoda, pero definitivamente la recompensa es enorme.

Jerónimo Francisco (el segundo nombre en honor a su Abuelo materno), como ya se los platiqué, nació por cesárea a las 10:05 am, y después de un par de horas en recuperación, me lo llevaron al cuarto en dónde ya lo esperábamos con ansias mi esposo y yo, y cuando menos nuestra familia más cercana. La conexión fue inmediata, lo vi y me derretí de amor por segunda vez, porque aunque es difícil de creer cuando no lo has vivido, el corazón se divide en partes iguales cuando nacen los segundos hijos (supongo que pasa lo mismo con los terceros, y los cuartos...). Estaba diminuto y muy rosa, pelón igual que su hermano, pero muy sonriente y contento; después de un rato en el que pasó de brazo en brazo, y en el que recibió besos y ataques de su hermano y de su prima, finalmente nos dejaron solos para darle de comer por primera vez.




Al principio se quedó dormido, supongo que por la cercanía, el calor y la seguridad que les da a los recién nacidos estar con su Mamá, pero después de un rato empezó a comer sin problema, y afortunadamente la leche me bajó muy rápido y sin otros efectos, a diferencia de la primera vez que tuve fiebre, escalofríos y que tardó cuando menos un par de días en bajar.

No puedo decir que no me dolió, pero estaba tan mentalizada que ahora fue un dolor muy aguantable, eso si, me ponía religiosamente la mágica pomada lansinoh después de cada comida, para alcanzar a recuperarme antes de que le diera hambre otra vez.

Gabriel, mi primer hijo, comía casi cada hora y media de día y de noche, y tardaba en comer al rededor de media hora de cada lado; probablemente la frecuencia y el tiempo que le tomaba llenarse, hacían que a mi me pareciera como si todo el día se nos fuera en la alimentación, y por esa y otras razones yo estaba exhausta y adolorida, y honestamente no disfruté la lactancia como yo hubiera querido.

Con Jerónimo fue diferente, comía cada tres horas, a veces duraba un poco más, la mayoría de las veces comía solo de un lado y en 15 minutos se llenaba; pero creo que lo que me facilitó más las cosas fue el entorno, la experiencia, el momento y la realidad tan distinta que vivía de la primera vez que fui Mamá. 

Y para mi es importante ser honesta, porque de otra forma no tendría ningún caso crear estos espacios para compartir lo que vivimos como mamás; cuando nació Gabriel la maternidad me tomó por sorpresa (a pesar de los 9 meses de embarazo y de las múltiples lecturas, cursos y demás fuentes de información), estaba en un momento muy egoísta en mi vida, no porque estuviera mal, sino porque básicamente no tenía que preocuparme por nadie más que por mi. Mi esposo y yo nos íbamos a trabajar por las mañanas, y a pesar del estrés normal y ocasional coraje, yo disfrutaba muchísimo el ejercicio de mi profesión; íbamos al cine cuando menos dos veces a la semana, salíamos a cenar casi todos los días, nos levantábamos tarde los fines de semana, y obviamente nuestros sueldos rendían para los gastos diarios, e incluso para uno que otro viajesito o lujo moderado. 

De pronto llega un diminuto ser que te cambia por completo la vida, te mantiene en el encierro por lo menos durante su primer mes de existencia, y su alimentación te provoca unos dolores intensos y desconocidos que por momentos te dan ganas de aventarlo lejos. Al no tener a mi familia cerca, mis mañanas eran solitarias y largas, y lo que más deseaba era irme corriendo a la oficina y olvidarme de la gran responsabilidad que tenía (llorando desesperadamente y sin motivo aparente) en la casa.

En fin, sin darles más detalles creo que se pueden imaginar lo difícil que fue la primera vez; pero aún así, a Gabriel le di de comer durante casi 8 meses, el mismo tiempo que le di a Jerónimo, y aunque en este momento no lo podría entender aún cuando se lo tratara de explicar, le estaré eternamente agradecida a Gabriel por enseñarme a ser mamá, por tenerme tanta paciencia y por ser un niño de lo más normal y feliz a pesar de mi inexperiencia.

Tengo mucho más que contarles con respecto a la lactancia, pero por hoy aquí lo dejo para no saturarlas, de verdad espero que esta experiencia le pueda ayudar a alguien. mj

Ilustración: Carmen Lara

lunes, 1 de abril de 2013

¡Varicela!



Todo comenzó hace unas semanas cuando le quité a Lucía la pijama y vi a la primera intrusa, una ronchita que no pudo pasar desapercibida o camuflarse por un piquete de mosco, era redonda rosa y parecía una ampolla, al verla lo dije en el instante ¡varicela!, mi esposo se acercó al instante y la analizó con cuidado mientras mi hija nos veía como si estuviéramos locos, no teníamos duda pero era necesario confirmarlo así que hicimos cita con el pediatra.

Llegamos apabullados por el hallazgo y listos para planear el encierro que se avecinaba, el pediatra confirmo nuestras sospechas y nos dio algunas recomendaciones para el cuidado de la enferma. Después de un par de horas las ronchas se habían multiplicado exponencialmente, la número uno (la madre, como la suelen llamar) ya estaba inflada y empezó a picar, Lucía aún no entendía muy bien su padecimiento, pero estaba encantada porque su madrina le llevo todo un kit de cuidados que entre otras cosas incluía galletas y algunas películas.

Los siguientes días las ronchas no cedieron e invadieron a mi pequeña en lugares insospechados, las peores fueron las de la cabeza, pompas y vulva, porque además de picarle eran difíciles de calmar con cremas o polvos.

Por fortuna el virus no fue tan tremendo como lo esperábamos y después de unos cuantos días empezó a ceder, las ronchas bajaron en cantidad y tamaño y poco a poco el picor y las molestias empezaron a desaparecer, al final el peor castigo fue el encierro, pues Lucía no está nada acostumbrada a estar confinada a la casa y lloraba por no poder ver a sus primos, ir a la escuela o salir a jugar con los vecinos.

Sin embargo una semana y un día después del descubrimiento de LA roncha, nos despedimos gustosos de la varicela.

Aquí algunas recomendaciones para sobrellevar la situación:

1-    ¡Qué no se rasquen! más fácil decirlo que evitarlo, pero de verdad es necesario estar al pendiente de que no lo hagan.
2-    Cortar las uñas, lo mejor para evitar tentaciones es cortar las uñas lo más que se pueda, de esa manera no se hacen daño pues solo se rascan con la yema de los dedos.
3-    Baño coloide, yo ignoraba este remedio y cuando me lo recomendaron Lucía estaba tan molesta que lo intentamos de inmediato, los polvos los venden en cualquier farmacia (son preparados de avena y/o soya) y alivian al instante la comezón.
4-    Baños, tinas y demás; como parte de los cuidados el pediatra nos recomendó bañar a mi hija tres o cuatro veces al día, la idea me sonó exagerada pero en los peores días lo hicimos pues el agua (junto con los polvos) la hacían sentir mucho mejor.
5-    Polvo de haba alcanforada, este remedio yo lo recordaba de cuando a mí me dio varicela de pequeña, el polvo se consigue en farmacias o boticas naturales y se pone después del baño como si fuera talco, los ayuda bastante con el picor.
6-     Ropa suelta y de algodón, el calor y sudor multiplican las ronchas, por lo que lo mejor es que utilicen ropa holgada, fresca y de fibras naturales.
7-    Películas y algo de TV, Lucía ve muy poca tele normalmente, por lo que durante la enfermedad ver películas y una que otra caricatura le animaba y entretenía.
8-    Paciencia, a ratos la molestia cansa y altera el estado de ánimo normal de los pequeños, se desesperan por el encierro, las ronchas y los picores, lo mejor es mantener la calma, desviar su atención y esperar a que la enfermedad se acabe.
9-    Rotación familiar, las visitas de aquellos amigos o familiares que ya tuvieron varicela fue un excelente distractor para mi hija.
10-Juegos y apapachos, la disposición y el tiempo para jugar con ellos, inventar y abrazar, son siempre de ayuda cuando se sienten mal y llenos de molestias.

¿Algún otro remedio y/o recomendación? Vamos, compártanlo ;)

nos leemos
cj

lunes, 4 de marzo de 2013

El bicho


El tiempo se ha pasado tan rápido que apenas ahorita soy consciente de que dejé de escribir para AF hace casi un año, el asunto con la maternidad es que acelera el tiempo y deja poco espacio para todo lo demás. Por supuesto que a pesar del año de ausencia sigo siendo mamá y sintiendo las penurias y alegrías de tener a una pequeña de tres años, si he dejado de escribir no es por falta de experiencias, creo que ha sido más bien por falta de organización (mi eterno problema), sin embargo estoy lista para retomar estos diálogos de maternidad que en verdad disfruto.

Hoy les cuento mi penuria de los últimos días “el bicho”*.

Todo empezó hace una semana. Lucía que siempre ha gozado de un apetito ejemplar, se levantó y sin alarde alguno dijo que no quería desayunar, me sorprendí al escucharla pero pensé que era consecuencia del atasque que se había dado el fin de semana, no le di mayor importancia y tampoco me sorprendí cuando comió poco al medio día y luego en la cena, el martes la cosa estuvo por el estilo, hasta la cena cuando después de dos bocados empezó con unos vómitos como del exorcista.

Como seguía con hambre y buen ánimo atribuí las expulsiones gastrointestinales a una indigestión, al día siguiente Lucía se fue a la escuela después de un desayuno ligero, con buen semblante y ninguna queja de malestar. Y aquí empieza la historia de terror:

Poco antes de las dos me hablan de la escuela de Lú para decirme que acaba de vomitar y que por favor pase por ella, la encuentro sonriente en las piernas de la directora, apenas me ve me pregunta si hay comida en la casa, al instante me relajo y pienso que no puede estar tan mal si tiene hambre. En el camino se queda dormida y al llegar a la casa me dice que no quiere comer nada, se acuesta en un sillón y pasa toda la tarde entre el sueño y la vigilia, con una temperatura que va subiendo hasta llegar a 39.5.

 A las 7:30 nos recibe el pediatra nos dice que va a sobrevivir y nos da indicaciones sencillas y esperadas: dieta blanda, un antidiarreico e instrucciones de para que le realicen unos estudios.

Nos vamos a la casa felices, Lucía agotada y con hambre, apenas cena y se duerme al instante. Durante la noche no hay más eventualidades que unas cuantas visitas al baño para deshacerse de lo que yo pensaba eran los últimos rastros de la diarrea.

Llegamos al jueves y entre mi esposo y yo hacemos malabares para coordinar nuestro trabajo con el bicho intestinal de Lucía, preparo comida para dolor de panza y espero que mi niña mejore… pero no mejora, sigue yendo al baño a echar cosas que no sé de dónde salen pues no ha comido y está muy débil. Por la noche comienzan otra vez los vómitos.

 A la una y media de la madrugada le llamamos al doctor asustados porque Lucía no retiene ni el agua, nos dice que nos mantengamos alerta para que no se deshidrate y que mañana le comuniquemos como sigue, el viernes todo sigue igual, Lucía no come y si acaso ingiere algo lo vomita al instante. Para este momento yo ya estoy como un zombi a medio morir, con cara de muy pocos amigos y pensado los peores escenarios del mundo para mi pequeña ¿qué le pasa?

El sábado visitamos de nuevo al pediatra, como en los estudios no salió nada, concluye que se contagio de un virus por andar besuqueando a Jerónimo (su primo de ocho meses), la receta de nuevo, nos reafirma que va a sobrevivir y le indica la dieta más blanda de la comarca.

El sábado el bicho se rinde, Lucía ya no vomita y visita menos el baño.  Además recibe gustosa la mejor medicina que existe: una visita inesperada de sus preocupados abuelos (el paterno en el consultorio del pediatra y los maternos desde Morelia).

Una semana después el problema casi se ha acabado… y digo casi porque ahorita lo difícil es que entienda que no puede comer todo lo que se le antoja, se me queda viendo con toda la expectativa del mundo y me pregunta ¿huevito si?, ¿quesadilla?, ¿aguacate?, ¿salchicha?, cuando por fin se rinde ante el reducido menú me pide otro poquito de caldo de pollo.

* El asunto con el bicho es que en una de sus múltiples idas al baño en un pésimo intento de mi parte por consolarla le dije –mi amor, no te preocupes sigues yendo mucho al baño porque tiene que salir el bicho- ella volteó a verme a punto de gritar y me dijo – mamá no quiero que me salga ningún bicho, no lo quiero ver, por favor- para variar, gajes del oficio e imprecisiones del lenguaje ;)

Nos leemos, cj