jueves, 6 de marzo de 2014

Regalos de cumpleaños




Pues, aquí estoy. De regreso porque tengo una duda existencial que me carcome. En apariencia no es nada importantísimo, pero precisamente por eso me parece relevante porque a muchas mamás y papás nos preocupa y no se habla del tema.

La cuestión es la siguiente. Hace un par de semanas Lucía cumplió cuatro años, lo celebramos con una fiesta modesta, Lucía invitó a sus amigos y nosotros aprovechamos la ocasión para invitar a algunos de nuestros amigos. Todo sencillo.

La cumpleañera se la pasó de maravilla, encantada con el brincolín y la actividad que previamente ella había planeado (que le contáramos a sus amigos su cuento favorito y luego todos pudieran pintar). El pastel casero (confeccionado por la abuela), fue un éxito y el mini bolo (tres dulces típicos morelianos) también fue bien recibido. Todo fue felicidad, juegos, niños alegres (sin estar sobre estimulados) y papás tranquilos. 

Todo, menos el momento en el que la fiesta concluyó y nos percatamos del montón de regalos que tenía Lucía.  La fiesta fue en el jardín del lugar en el que vivimos, a diez metros de mi casa y aún así tuvimos que dar varias vueltas para llevar los regalos a la casa.

Por supuesto, Lucía quería abrirlos. Yo me sentía atrapada, no sabía qué hacer para enseñarle a mi hija que lo maravilloso de su cumpleaños era el año nuevo que empezaba y la convivencia llena de juegos y risas que había tenido con sus amigos, no los regalos.

Como era tarde la solución fue permitirle  abrir los regalos (quitarles el papel de envolver o sacarlos de las bolsas) y luego desempacar solo dos. Eran tantas cosas que mi hija mal veía una cosa cuando ya estaba rompiendo el papel de otra caja. Al final no tenía idea de qué tanto le habían dado y decidió abrir un playmobil y una muñeca, jugó con ellos cinco minutos y luego se metió a bañar y se durmió.

En cuanto ella se durmió yo bajé a ver qué le habían regalado. En principio me sentí agradecida ante el despliegue de juguetes, ropa y libros, pero luego me sentí algo apenada por la cantidad de cosas y el costo de las mismas.

Desde que nació Lucía mi esposo y yo hemos procurado no comprar juguetes (solo en Navidad y algo sencillo), nos gusta que tenga suficientes cuentos y materiales para dibujar pero somos bastante selectivos en los “monos” y juguetes. La idea no ha sido limitarla sino intentar que sea creativa y no necesite de “algo” para jugar y divertirse.

El cúmulo de regalos no tenía que ver con que fueran los juguetes apropiados o no, tenía que ver con la cantidad, con el exceso de cosas. Estuve un buen rato contemplando los juguetes hasta que decidí separar unos cuantos y guardar la mayoría.

Al día siguiente Lucía se despertó ansiosa por ver el resto de sus juguetes, en la mesa de la sala encontró dos cuentos, la ropa que le habían dado, dos platos, un juego de madera para jugar a hacer galletas, un libro para dibujar y un pony. De inmediato abrió el juego para hacer galletas y el pony, jugó con ambos y luego dibujó un rato, me entregó los cuentos para leerlos esa misma noche y acomodó debajo de su almohada la pijama nueva, la ropa me la paso sin revisarla. No preguntó sobre los otros regalos, porque evidentemente no se acordaba de ellos.

Yo, por lo pronto no tengo la menor idea de que hacer con el resto de los juguetes…

Lo que si sé es que no quiero volverme a encontrar en esta situación, no quiero que Lucía tenga que invitar a menos amigos para garantizar que haya menos regalos, no quiero que la celebración gire en torno a las cosas y que nuestros invitados se sientan obligados a llegar con algo.

¿Qué pasaría si en la próxima invitación de cumpleaños encontraras la leyenda “Con tu presencia es suficiente, por favor NO REGALOS”?

¿Qué opinan?
cj