domingo, 16 de diciembre de 2012

Drama pasaJERO... (un poco largo)

Aquí estoy de regreso, para platicarles lo que me pasó después de la llegada de Jerónimo, y que afortunadamente no pasó a mayores.
Resulta que horas después de la cesárea, ya en el cuarto del hospital con mi bebé en brazos y algunas visitas, me di cuenta de que traía un fuerte dolor, que parecía muscular, en la pantorrilla derecha (no sé si pantorrilla sea un término coloquial o médico, pero es la parte inferior de la pierna). En ese momento asumí que se trataba de un jalón (ese si sé que no es un término muy sofisticado), por la prolongada temblorina post quirúrgica, o por tratar de mantenerme en calma en el quirófano a pesar de que me estaba muriendo del miedo.
Los días pasaron, y obviamente las molestias propias de la operación, el estrés de los trámites y la salida del hospital, y otras trescientas cosas en la cabeza, hicieron que mi dolor pasara a segundo o tercer término.
Pasó la primer semana, y era momento de ir con mi ginecólogo para que me quitara las puntadas de la cirugía; él me revisó la herida que afortunadamente estaba evolucionando bien, y ya cuando me iba se me ocurrió comentarle que tenía un dolor, no muy intenso pero insistente, en la pierna derecha. 
Me hizo algunas preguntas de rutina, y empezó a mover mi pierna para ver en dónde se originaba la molestia, entonces me explicó, que probablemente tenía una tromboflebitis (que es la formación de un coágulo en una vena) y que era indispensable que me revisara un especialista para confirmarlo o descartarlo.
Mi esposo me había acompañado a la cita, y también llevamos a Jerónimo porque en el mismo edificio le harían el tamiz ese día, pero dadas las circunstancias y la preocupación del doctor, nos fuimos con una doctora especialista en angiología, para que me diagnosticara y de ser necesario me diera el tratamiento correspondiente.
Llegamos al consultorio y nos atendió una doctora bastante joven, muy amable y que desde el principio fue muy paciente y comprensiva. Yo estaba confundida y un poco triste, sobre todo porque hasta ese momento todo había estado perfecto, me sentía mucho más tranquila que las primeras semanas después de que nació Gabriel, y también estaba disfrutando la lactancia como nunca me imaginé que lo haría (ya les platicaré con detalle).
Ella me explicó, que el embarazo naturalmente provoca un estado de "hipercoagulación", porque el cuerpo se prepara para una pérdida masiva de sangre, pero que mi caso era  algo raro porque no sufrí de ningún síntoma durante el embarazo, y no tengo problemas de circulación ni sobrepeso. 
Me revisó las venas de la pierna con un aparato y no pudo encontrar el coágulo, pero al parecer, los síntomas eran suficientes para someterme a un "tratamiento preventivo", que consistía en dos inyecciones de anticoagulante diarias, por tres meses, en la panza. También existía la posibilidad de optar por anticoagulantes orales, pero eso significaba que tenía que dejar de amamantar a Jerónimo, y definitivamente eso no era opción para mi.
Me sentía súper confundida y un poco preocupada, porque la reacción de los doctores había sido algo alarmante, sobre todo antes de descartar un coágulo grande o en una vena importante.  
Finalmente salimos del consultorio, y después del tamiz de Jero que salió perfecto (motivo para estar feliz), nos fuimos a una farmacia a comprar un arsenal de inyecciones, que además resultaron carísimas.
La primera noche me inyectó mi Mamá, que todavía estaría con nosotros otro par de semanas, y me sentí aliviada porque no fue un dolor insoportable, pero mi mente no deja de trabajar un instante, y no podía dejar de pensar en las consecuencias en las que puede derivar algo así, sobre todo después de ponerme a buscar en internet, que en mi caso siempre resulta contraproducente.
Pasaron las dos semanas y yo ya tenía algunos moretones en la cintura, por las inyecciones y porque es lo que provoca el anticoagulante, y se acercaba el momento de despedir a mi Mamá. Ella se iba un sábado, mi hermana y mi cuñado la llevarían a Morelia porque mi Papá ya estaba agotado de venir a Guadalajara cada fin de semana. La noche anterior me dormí relativamente tranquila, Jero se despertó a comer al rededor de las 2 am, y más tarde me despertó un dolor tremendo de cabeza, me retumbaban los oídos y apenas podía ver; no sabía si despertar a mi esposo, pero dadas las circunstancias preferí no arriesgarme y nos fuimos al baño (para no despertar a los niños) a hablarle a la doctora . 
La doctora me confirmó que era necesario que nos fuéramos a un hospital de inmediato, y nos dio los datos de un neurólogo; yo le hablé a mi Mamá para que se quedara con los niños y nos fuimos volando al hospital.
En el camino me sudaban las manos, me daba vueltas la cabeza, no podía evitar pensar lo peor, pero esperaba con todo mi corazón que no fuera nada grave. Ya en el hospital me revisó el médico de guardia, tenía la presión en 160 y el neurólogo dio instrucciones de que me internaran para hacerme una tomografía especial de las venas de la cabeza (no me acuerdo del término médico), para revisar si era o no el coágulo que se hubiera movido (que era uno de los riesgos que me comentaron desde el principio).
Finalmente, después de estar toda la mañana en el hospital con unas ganas tremendas de regresar a la casa con mis hijos, y con urgencia de darle de comer a Jerónimo (a quién mi Mamá le tuvo que dar fórmula), el neurólogo nos confirmo que el dolor lo provocó la alta presión, misma que había provocado mi estrés, pero que la circulación en mi cerebro era perfectamente normal.
Regresamos a la casa, yo sintiéndome un poco culpable porque indirectamente yo lo había provocado, pero también tremendamente afortunada porque todo había quedado en un susto.
A partir de ese momento, decidí que no le iba a dar importancia a aquellas cosas y situaciones que no la tienen, y que lo único que merece mi atención y preocupación, es mi familia.
Tres meses, y decenas de inyecciones después, mismas que mi pobre esposo (a quien le dan pánico las agujas y la sangre) me tuvo que poner, me dieron de alta sin ninguna indicación ni cuidado particular.
Al día de hoy todo ha resultado sin contratiempos, mis hijos están creciendo sanos y felices, y nada me da más satisfacción que verlos y estar con ellos, con mi esposo y con el resto de mi familia.
Les platico todo esto a manera de desahogo, pero sobre todo, para generar conciencia de lo importante que es cuidarnos, darle la importancia a cualquier síntoma o dolor, porque finalmente ahora somos mamás y tenemos que pensar en nuestros hijos que nos necesitan. mj

jueves, 15 de noviembre de 2012

Un momento de tranquilidad...

La página de "crear entrada" en el blog lleva semanas abierta en mi computadora, y es que aunque he tenido toda la intención de compartir mis nuevas experiencias como mamá, con dos hijos súper demandantes me resulta prácticamente imposible.

En este último par de semanas, mi esposo y yo hemos estado lidiando con los inevitables celos camuflageados de nuestro hijo mayor, porque el bebé, que está a punto de cumplir 5 meses, cada vez está más despierto y exige más atención.

Y explico algunos de los términos que utilizo en el párrafo anterior: les llamo "celos camuflageados", porque por su edad, Gabriel no nos puede explicar que está harto de los ruidos a media noche (que en ocasiones lo han despertado), que le parece de pésimo gusto que durante el día (y a veces también durante la noche) el bebé tenga que estar pegado a mi cada dos horas para comer, que le cae gordísimo que ahora cuando nos visitan o cuando nos encontramos a alguien, quien llama la atención y a quien le hacen caras es al gordo de su hermano que todavía no habla ni hace nada divertido... en fin, las razones pueden ser interminables, pero su forma de desahogarse y sacar todo este coraje nos tiene frustrados y cansados.

Últimamente no podemos dejar solo a Jerónimo ni un instante, porque si Gabriel está cerca le dan unas ganas inaguantables de apretarlo hasta hacerlo llorar. Y de ninguna manera creemos que su intención sea lastimarlo (o eso espero yo), pero por lo que he investigado es hasta cierto punto normal, y por lo mismo es indispensable que los papás estemos atentos en todo momento.

También por su edad, Gabriel está pasando por una etapa de rebeldía en la que constantemente pone a prueba nuestra paciencia, si le decimos que no el lo interpreta como "si hijito, has lo que quieras", y no nos queda más que regañarlo, castigar a los juguetes favoritos, sentarlo en un sillón para que piense (que eso es lo que menos nos ha funcionado), y con arrepentimiento lo acepto, le he dado una que otra nalgada (que tampoco ha funcionado).

Por su parte Jerónimo, quién los primeros meses fue un verdadero ángel caído del cielo, ha empezado a manifestar un carácter fuerte, hace corajes hasta ponerse casi morado, y puja como un viejito hasta que el adulto más cercano le hace caso. Afortunadamente todavía estamos en la etapa "bebé/bulto", y lo podemos poner en su gimnasio ó en su silla vibradora para que se entretenga, pero eso sí, no me puede perder de vista por más de 3 minutos porque empiezan los gritos y demás manifestaciones de inconformidad.

En fin, parecen puras quejas pero la verdad nos ha ido mejor de lo que imaginábamos cuando esperábamos a Jerónimo, yo me siento mucho más segura como Mamá, y algunas cosas que antes me estresaban tremendamente, ahora son parte de la rutina diaria y pasan desapercibidas.

Tengo intención de platicarles con detalle algunas de mis recientes anécdotas, y otras ya no tan recientes como mi drama médico de algunas semanas posteriores al nacimiento de Jerónimo, y mi reencuentro con la lactancia, pero espero que estos momentos de paz y tranquilidad se den más seguido... ahora por lo pronto ya se me despertó uno, y tengo que hacer malabares para que no despierte al hermano... mj.


jueves, 16 de agosto de 2012

El esperado nacimiento




Pues tal como lo prometí, aquí estoy otra vez haciéndome un tiempito para escribir y compartir las novedades de mi ajetreada vida.
La última vez que escribí (antes de la entrada del martes pasado, que no era más que un recordatorio de nuestra existencia), estaba en la semana 35 de mi embarazo, y aunque me proponía escribir una reseña de las últimas 5 semanas, creo que mejor voy a omitirla porque en este momento solo me acuerdo del cansancio, la impotencia de no poder hacer muchas cosas, y de uno que otro día triste por ver a mi hijo mayor alejarse un poco de mi al no sentirse tan atendido como antes.
De ninguna manera es mi intención, desalentar a aquellas mamás que planean o esperan ya a un segundo hijo, al contrario, la verdad es que yo estoy feliz ahora que siento a mi familia completa (porque eso sí, de un tercer hijo ni hablar, al menos no en un futuro cercano), pero creo que es sano aceptar y compartir que hay momentos muy complicados, en los que sientes que se te viene el mundo encima y que ya no sabes ni para donde hacerte.
En fin, después de esta eterna introducción, que como siempre es más mi afán por justificar esos sentimientos encontrados que a veces quisiéramos ignorar, les cuento cómo fue la llegada de Jerónimo a este mundo.
Estaba ya en la semana 40 de gestación, había visitado regularmente a mi ginecólogo quien ya me había hecho dos de los incomodísimos tactos vaginales, y el bebé ni sus luces... de alguna manera se repetía la historia de mi primer parto, en el que después de casi 24 horas de contracciones, sólo logré dilatar un centímetro y no hubo más remedio que hacerme la (de pronto tan polémica) cesárea.
Creo que hasta ahora no les he compartido mi experiencia con el nacimiento de mi primer hijo, que en su momento me causó mucha frustración porque después de mi curso psicoprofiláctico, yo estaba empecinada con tener un parto natural, y después de cómo sucedieron las cosas sentía que de alguna manera había "fracasado", por ponerlo de una manera súper dramática como suelo expresarme.
El hecho es que Jerónimo ya estaba listo para nacer, mi doctor fue muy directo con nosotros y nos explicó que con el antecedente de mi primer parto y dadas las circunstancias, le parecía difícil que esta vez pudiera tener un parto natural (ojo: no imposible, esa decisión la tomamos mi esposo y yo, porque luego nos encanta satanizar a los doctores); decidimos esperar hasta cumplir las cuarenta semanas, y finalmente al no sentir ninguna manifestación, me operaron el Jueves 28 de Junio.
Siendo muy honesta, eso de llegar en tus cinco sentidos caminando al quirófano es verdaderamente aterrador, y más para una persona como yo que soy coyonsísima cuando se trata de hospitales, doctores, jeringas y demás parafernalia médica. Cuando mi esposo y yo llegamos a la administración a registrarme yo ya estaba temblando, y cuando llegó un enfermero con la silla de ruedas para llevarme a la "preparación", o no me acuerdo bien que otro término halloweenesco utilizó, yo de plano empecé a llorar como magdalena.
Me llevaron a un cuartito para que me encuerara y me pusiera una de esas batas como de loco con un diseño súper fashion, la enfermera me vio tan angustiada que me empezó a platicar de otras cosas para distraerme, pero yo sólo pensaba en mi hijo mayor, en qué iba a ser de él si algo me pasaba en la operación (insisto, yo vivo para el drama).
Finalmente llegue al quirófano con mis converse medio puestos (pisando el talón) y sin calcetines, y ahí ya de plano no me quedó de otra más que dejarme llevar y oír al personal médico hablando de mi como si yo no estuviera (que supongo que es común).
Primero llegó el anestesiólogo, y entre chacoteos con las enfermeras ni sentí cuando me puso la epidural, o cuando menos no sentí dolor que ya es una ventaja; después llegó mi doctor, que en todo momento trató de mantenerme tranquila, y finalmente llegó mi esposo que me pareció guapísimo con su trajesito de dr. de grey's anatomy (o alomejor eran las drogas surtiendo sus efectos).
Me parece increíble la forma en la que trabaja la anestesia en el cuerpo humano, y que a pesar de que te están cortando y moviendo no sientes dolor en ningún momento. Me acuerdo que yo no dejé de llorar un instante, pero ya eran más lágrimas de emoción que de otra cosa, y cuando por fin salió Jerónimo a las 10:02 am y me dijeron que estaba perfecto, solté el llanto y el cuerpo y me sentí nuevamente la mamá más feliz del planeta. mj

martes, 14 de agosto de 2012

Regresamos con todo...


Pues después de seis semanas de vivir por segunda vez la alegría de ser mamá, al fin tengo un ratito para escribir en este espacio que tanto he extrañado.
Y es que las cosas no han sido fáciles, con la llegada de mi hijo Jerónimo sufrí algunas complicaciones médicas, y eso de tener dos hijos tampoco es pan comido, pero tengo tanto que platicarles que tendré que dividirlo por temas para no saturarlas.
Por lo pronto me interesa decirles que aquí seguimos, tanto Carol como yo, con las mismas ganas de ser leídas y de compartir nuestras experiencias como mamás.
Les dejo una foto de mi angelito para que lo conozcan, y también para que después me comprendan cuando les platico que se me cae la baba y que lo estoy disfrutando como si fuera la primera vez. mj


jueves, 26 de julio de 2012

Niñas - señoras



No quiero que mi hija crezca demasiado rápido. Tecleo la frase y siento que mis palabras se alejan un poco de lo que intento decir ¿qué es lo que quiero decir?,  más que nada que no quiero que mi hija sea un adulto en miniatura, una niña-adolescente a los cuatro años y niña-señora a partir de los ocho.

Hace unos días una amiga comentó sobre un letrero que anunciaba el precio de:  “uñas de gel para niñas”, me asombró saber que a  tan corta edad hay niñas que someten sus deditos a semejante acto, luego pensé y dejé de sorprenderme recordé el anuncio de una clínica de belleza para niñas en la que con el pretexto de Barbie y las Princesas de Disney las pequeñas pasan horas sentadas en un salón de belleza a escala, disfrutando de tratamientos capilares, alasiados y maquillajes de todo tipo, también vinieron a mi mente las imágenes de diminutas niñas desfilando en concursos de belleza y posando para fotografías.

Jugar a ser grande siempre será el juego predilecto de los más pequeños, aprendemos por imitación y pretender ser es también una excelente forma de prepararnos para la vida, el juego es la esencia de la infancia y coartar el juego de roles es en cierta forma limitar la infancia. Pero hay una línea clara entre lo que jugamos y lo que es. Y es en este punto en el que yo creo que poco a poco reducimos el juego y acortamos la infancia.

Cuando yo era niña jugaba al salón de belleza con mi mamá y mi hermana; sacábamos un banco de plástico y en el colocábamos unas cuantas ligas, diademas y nuestro cepillos y peines, hacíamos como que nos rociábamos espray del pelo y nos divertíamos peinando a nuestras muñecas y tomando turnos para peinar a mi mamá. No tuvimos nunca nada de maquillaje y desde pequeñas estuvo claro que no podíamos maquillarnos, nuestras amigas no se pintaban las uñas y tampoco tenían nada de esto. Nuestras muñecas tenían ropa de bebés y no venían con maquillajes.

Hoy en día me sorprende encontrar a niñas desde los dos años con las uñas pintadas, preocupadas en exceso por su apariencia y renuentes a jugar con tierra y ensuciarse. Como mamá el asunto me preocupa porque sé que en estas cosas en ocasiones no basta con lo que suceda en casa, se necesita un frente común que promueva la infancia por encima de la voracidad de la eterna adolescencia. Es paradójico pero vivimos en una sociedad que corre desaforadamente buscando la adolescencia y luego se estaciona de forma perpetua en ella.

Si me preguntan entonces qué es lo que quiero  para mi hija, es más o menos lo siguiente:

Quiero que corra en la lluvia y se ensucie las uñas, se despeine al abrazar y no se preocupe por lo que lleva puesto, invente otros mundos y construya el propio, cuide y arrulle a todos sus muñecos para al final del día ser ella a la que arrullan, quiero que viva sin pensar en la marca de sus zapatos o el color de sus mejillas, quiero que pinte con las manos y los pies, que se raspe las rodillas y se suba a los árboles, que de vueltas hasta marearse y se aviente al pasto para descansar, quiero que grite y cante sin importarle cómo lo hace, que aprenda que el mundo es un lugar maravilloso para crear y que no hay creación que ella no pueda hacer, quiero que viva por encima de las cosas, que aprenda a tener compasión y se maraville con las flores, quiero que sea y no que aparente, que pregunte y se asombre, …

No es poquita cosa, lo sé,  pero si somos más los adultos preocupados por que esto suceda para mi hija y los hijos de los demás, tal vez la tarea no será imposible y podremos garantizar que los niños y niñas lo serán por el tiempo que les toque serlo.

Por cierto, un abrazo de regreso, nos fuimos por un rato pero aquí sigue AF. cj

Ilustración Quentin Blake

viernes, 25 de mayo de 2012

Pendientes del día: dar clases, ir al banco...


El día del maestro (15 de mayo) Lucía no tuvo clases y yo sí, así que mi celebración consistió en impartirle clase a mis alumnos de primero de prepa  (25 jugadores de fuerzas básicas) con la ayuda de mi inquieta y asombrada asistente de dos años. Como se pueden imaginar el salón se convirtió en todo un jolgorio, mientras yo intentaba hablar sobre redacción y la forma correcta de ordenar un texto, Lucía se arremolinaba en mis piernas y me pedía que le destapara un plumón para pintar en el pizarrón, cuando por fin expliqué el ejercicio que los alumnos habían de realizar en la clase, mi hija fue perdiendo la vergüenza y empezó a sacar de su bolsita todos sus juguetes que feliz ante la atención les mostraba a mis vacilantes alumnos. Una hora cuarenta y cinco minutos después el veredicto de la clase fue el siguiente: mis alumnos, encantados ante el alboroto me dijeron que siempre debería de llevar a Lucía, mi niña asombrada frente al grupo me dijo que mis alumnos hacían “muchísimo ruido”, yo maldije el día del maestro y las suspensiones irregulares que se suscitaron en la ciudad.

Nos fuimos de la escuela directo al banco, pues el día anterior el cajero del súper se había tragado mi tarjeta, así es que no solo ya no contaba con mi molesto pero necesario “plástico”, tampoco tenía un centavo para comprar comida. Lucía, que es una aficionada a las historias “cotidianas” (término inventado para referirme a  eventualidades que a base de la repetición se convierten en historias, al parecer, interesantísimas para ella), me repetía con gusto que –íbamos al banco porque mi tarjeta se la habían comido en el súper- luego se carcajeaba e iniciaba de nuevo a relatarme el suceso previo y lo que nos esperaba después.

El caso es que llegamos a la 1:05 y por ser quincena la sucursal bancaria nos recibió no sólo con los brazos abiertos, también con una fila de más de veinte personas que al parecer cada una realizaba alrededor de cincuenta transacciones pues estuvimos horas enteras esperando llegar a la ansiada ventanilla. En el inter las cosas fueros de un poquito inquietas, a ¡si te portas bien te compro un pan!, ¡ven acá, o me voy a enojar!, para terminar en ¡¡¡levántate del piso, recoge tu agua y pórtate bien o te va a salir el monstruo (es decir tu madre se va a empezar a transformar)!!!

Todo el trajín mientras se proyectaba en la molesta pantalla colocada en la esquina superior izquierda de dónde hacíamos fila  el anuncio “éste diez de mayo consciente a mamá, bla, bla, bla…” declaración que en el momento me parecía absurda e insultante, de qué te sirve que el banco piense en ti en tu día si el resto del año no dan una sola muestra de empatía y servicio para con las madres. Yo había sido testigo de otras mamás en situaciones similares y casi siempre las veía con mirada compasiva y  a veces con ciertos gestos acusatorios ¿cómo se les ocurre venir a esta hora? O ¿por qué no atienden a su hijo que se está portando como cavernícola?.

Claro que es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno y no es hasta que te encuentras en la situación de desventaja, con una niñita cansada y justificadamente harta de esperar, que piensas en lo poquísimo que en realidad se considera en ciertos espacios la presencia de los niños. Es cierto que los bancos no son espacios para niños, pero nada les costaría atenderte un poquito más rápido, acercarte una silla o dejar de hablar por celular entre turno y turno para agilizar la atención.

Al final la historia termino sin tantos pleitos porque un alma caritativa (una señora caída del cielo) a quién atendieron poco antes que a nosotras le ofreció a Lucía un chicle que la entretuvo hasta que nos atendieron. Cuando salimos yo le compré el pan prometido, que se restregó en la cara y embarró por toda la sillita del coche. Pero a esas alturas… ya qué más da.

Y ustedes ¿qué cuentas?, nos leemos. cj

Ilustración Carmen Lara

lunes, 21 de mayo de 2012

Semanas 34-35



En realidad ya estoy en el curso de la semana 35, pero no podía pedirle a mi Mamá que cambiara la ilustración después de tantas que he desperdiciado; y es que siguen pasando los días y las semanas con una prisa desgastante y agotadora.

Desde hace un par de semanas les quería compartir una revelación que tuve, y que hoy finalmente se materializó. Después de una semana agotada por las actividades de todos los días, aunadas a mi obsesión por tener todo en la casa impecable y perfecto, por fin acepté que ahora que seré mamá de dos niños, irremediablemente voy a necesitar ayuda.

No tengo la fortuna de tener a mi Mamá cerca, y aunque sé que las primeras semanas después de la llegada de Jerónimo ella estará aquí al pie del cañón, tengo que ser realista y pensar en el momento en el que me quede sola, considerando que mi esposo se irá a trabajar, y que Carol hará lo propio (aunque ya está aleccionada de que nos tendremos que ver todas las tardes sin excepción).

Me niego rotundamente a tener a una nana, o a que me ayuden a bañar o a cuidar a mis hijos, pero yo no lo puedo hacer si no tengo a alguien más que se preocupe por mantener la casa limpia y en orden, por hacer la comida y recoger la cocina. Soy de esas personas que disfrutan de su soledad, no me encanta la idea de tener a otra persona ajena a mi familia metida todo el día en la casa, pero no me queda de otra, y por fortuna parece que encontré, con el apoyo de una muy buena amiga, a la señora ideal para el trabajo.

Hoy Rufina “Rufi” llegó muy temprano, con excelente actitud y dispuesta a aprender la rutina de la casa y la forma en que me gusta que se hagan las cosas. Yo, todavía un poco escéptica, le di un pequeño tour por la casa, y justo cuando le iba a pedir que empezara con algo de quehacer oí los gritos de Gabriel, mi hijo mayor, exigiendo que lo sacara de la cuna (porque aunque ya con algo de trabajo lo puede hacer solo, todavía tiene la paciencia de esperar a que yo llegue).

Rufi se me pegó y subió conmigo, entró detrás de mí a la recámara de mi hijo y lo saludó como si lo conociera desde que nació; mi hijo, que se caracteriza por ser sumamente sociable y platicador, y a quien desde ayer le expliqué que hoy llegaría una señora nueva a ayudarnos, ni tarde ni perezoso se paró y la saludo, le empezó a enseñar sus juguetes y a decirle que se los iba a prestar para que jugara.  Como siempre, yo me disponía a sacarlo de la cuna para llevarlo a mi cama a cambiarlo, cuando Rufina me preguntó si ella lo podía hacer para “empezar a conocerse”, y yo sin ninguna reserva acepté.

A algunas de ustedes esta historia pudiera parecerles exagerada, pero para mí, y lo sabrán quienes me conocen bien, es un gran paso que puede significar un gran descanso en las últimas semanas de mi embarazo, y lo más importante, una gran oportunidad para disfrutar a mis hijos sin tener que estresarme por cosas que no valen la pena.



En relación a mi embarazo todo marcha sin mayores contratiempos, ya estoy cansada principalmente porque me cuesta mucho trabajo dormir en las noches, y eso repercute en el resto del día, pero trato de relajarme y de descansar cuando Gabriel duerme su siesta después de comer. Eso sí, en las pocas horas en las que logro pegar el ojo por la noche me siguen torturando los sueños, y empiezo a sentir los nervios y temores normales por lo que viene, pero eso será tema para otra de mis esporádicas publicaciones. Gracias por leernos. mj

jueves, 10 de mayo de 2012

¿Feliz día de las madres?



a  mi mamá

Mientras veo con odio el cúmulo de chocolates, flores y regalitos dispuestos en cada comercio de la ciudad, pienso: ¿de verdad algo de eso me hará sentir y festejar más profundamente mi experiencia en el mundo de la maternidad? ¿necesito que todo Facebook se inunde con frases, citas e imágenes melosas para sentirme más mamá?. La verdad es que toda la parafernalia en torno al día me hace sentir un poco escéptica e incomoda, no sé muy bien por qué pero trataré de explicarles.

Ya he dicho hasta el cansancio que ser mamá ha sido la experiencia de mi vida, el subir y bajar de emociones, el descubrimiento más profundo de lo que soy y puedo ser como persona, la efervescencia del amor a niveles exponenciales. En pocas palabras ser mamá me ha hecho incursionar un poquito en el mundo de la locura, en donde comparto estados de ánimo maniacos o depresivos con Lucía por cuestiones tan simples como el hallazgo de un chicle o la perdida de un muñeco.Todo esta a flor de piel ¡siempre!, el mundo en los años que llevamos juntas ha sido un pequeño caos compartido, en el que se espera que yo sea la voz adulta y responsable, en donde ser mamá significa en repetidas ocasiones fingir un bienestar que no encuentro dentro de mí.

En el tiempo que llevo de ser madre la culpa y el miedo me respiran en la nuca, escucho voces que me acusan todo el día con preguntas y afirmaciones que no deberían de ser tan severas: ¿de verdad, te vas a atrever a darle sopa otra vez, lleva dos días sin comer verduras?, ¡deja de revisar Internet y hazle caso a tu hija que quiere un vaso de agua!, ¡si importa si no se baña hoy, trae las uñas llenas de tierra y los pies pegostiosos y olorosos, anda prepara el agua!, ¿ese moco es verde o amarillo, estará volviendo la alergia?, ¿por qué no ha cantado mucho el día de hoy, se sentirá triste o cansada?, ¿qué diablos significan éstos berrinches, algo estoy haciendo mal para que se porte así?.... podría seguir por horas narrándoles el torrente intelectual que habita mi mente, pero no serviría de mucho, porque son ideas que solo tienen significado en el momento y contexto en el que pasan por mi cabeza.

El caso es que en medio de la vida de contradicciones y aspavientos que me he acostumbrado a llevar, celebrar el día de las madres lo siento más como una obligación que un regalo. Por otro lado, como hija siento la necesidad de hacer algo por mi mamá de decirle lo importante que es para mi, lo fundamental que ha sido, es y será por siempre en mi vida... ¡Ahí está el meollo del asunto! Para mí el día de las madres tiene sentido como hija, no como madre.  

Como madre celebro y padezco todos los días, las ocasiones más sencillas me hacen sentir profundamente feliz: el olor de mi niña al despertarse, sus bracitos alrededor de mi cuello antes de irse a la escuela, su grito alegre cuando me ve llegar por ella, sus canciones desafinadas en medio de las actividades más mundanas, sus abrazos y besos pegostiosos, su existencia en mi vida es el recordatorio absoluto de que soy madre y lo celebro en el amor, el cansancio y las frustraciones que acarrea la maternidad.

Como hija el día de las madres tiene una tonalidad distinta. Lo celebraba sincera y elocuentemente antes de ser mamá, pero desde que Lucía llegó, mi gratitud y amor por mi mamá se han vuelto incuantificables. Celebro con bombo y platillo que a los dieciocho años fue una mamá alerta, atenta y siempre presta a las necesidades y caprichos de su hija, celebro que a pesar de que tuvimos que compartir la adolescencia nunca dejo de amarme y de estar en cada momento y en cada rincón, celebro que me enseño y me acompaño en las experiencias más difíciles y extrañas de mi vida, celebro que es alguien que con el ejemplo siempre me ha enseñado a reinventarme y encontrar algo qué hacer y disfrutar, celebro ante todo, que su capacidad de amar es tan grande, que a pesar de haber padecido el dolor y la perdida más profunda, a pesar de haber perdido y enterrado a un hijo, su amor por quiénes nos quedamos siguió y su júbilo entre las lágrimas y la pena siempre encuentra algo de esperanza para dar un pasito después del otro.

Tal vez el peso del día de las madres tiene que ver con la pérdida y el dolor que inevitablemente embarga a mi mamá en oleadas durante todo el mes, tal vez tiene que ver con mi miedo a no ser suficiente para Lucía o mi incertidumbre de lo que vivirá en el futuro y el dolor que sé que a pesar de mis intentos no podré evitarle. La maternidad es un vaivén de vida hecha y esperada, el baile silencioso de lo que nos configura como seres humanos. Tal vez porque una mamá es tanto, la existencia de un día para celebrar me parece prefabricada.

A pesar de todo ¡feliz día de las madres!, un abrazo fuerte, cj

Ilustración de mi mamá


viernes, 27 de abril de 2012

Semana 31


Mañana cumplo 31 semanas de embarazo, y como es natural a estas alturas y con estos calores, me siento gigante, cansada, MUY poco atractiva y algo incómoda.

Sin ánimo de justificarme porque se me han ido las semanas sin escribir, este embarazo se me ha pasado increíblemente más rápido que el primero, y aunque se lo atribuimos a una serie de factores, creo que el principal es el ritmo de vida que llevas cuando tienes un hijo de dos años que no para un instante.

Y es que no deja de impresionarme cómo es que ya pasó tanto tiempo de esa experiencia feliz y aterradora de convertirme en mamá por primera vez, de tener a mi hijo minúsculo en los brazos y no poder dejar de pensar ¿cómo le voy a hacer?, pero lo cierto es que han sido mucho más los momentos felices, y a estas alturas puedo decir que es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Una de las razones por las cuales me siento tan cansada, es la frecuencia con la que tengo sueños (o pesadillas) que provocan que me despierte alterada e intranquila. Como ya se los conté antes, siempre he sido de esas personas que tienen sueños muy reales, algunos agradables que incluyen personas o lugares que me encantaría volver a ver, y otros que asustan a cualquiera después de oír mi reseña.

He leído en algunos sitios de internet y libros, que es de lo más normal que las mujeres embarazadas soñemos con situaciones que proyectan nuestros miedos, inquietudes, e incluso nuestras inseguridades. Me dio mucha risa enterarme, de que es común que una mujer que está pasando por este periodo de total transformación, sueñe que su esposo o pareja vive una "situación romántica" con otra persona; y es que resulta lógico que nos sintamos inseguras al vernos diferentes y forzadas a usar la no siempre favorecedora ropa de maternidad. Sobra decirles que a mi esposo no le pareció tan simpático, cuando le reclamé una serie de acontecimientos que cuando menos en mi cabeza, fueron inquietantemente reales.

En estas últimas semanas lo que más preocupaciones y angustias me causa, es el hecho de pensar en lo que viene, en los riesgos (aunque sean mínimos) que existen de que me pase algo a consecuencia del nacimiento de Jerónimo, mi segundo hijo (que por cierto, el nombre ha causado gran debate, ya les contaré en otra entrada). También he leído que esto es normal, porque cuando ya tienes un hijo es inevitable preocuparte por el futuro, piensas en supuestos y situaciones que la primera vez no te pasan por la mente, y cuando menos en mi caso, también me tortura mi inconsciente egoísmo al solo soñar que me preocupo por el grande, y no por el indefenso bebé que está a punto de llegar al mundo y que me necesita más que a cualquier otra persona.

En fin, después de compartirles mis tristezas y frustraciones, también les cuento que estamos muy emocionados porque cada vez falta menos para conocer a nuestro segundo hijo. Arriba les comparto una foto de su cuarto, en el que he tenido que trabajar como loca porque antes era nuestra "oficina", y fue necesario deshacerme de un montón de cosas que podrían ser motivo de otra historia para contar.

Por ahora me voy sin hacer más promesas de que escribiré pronto o con mayor frecuencia, porque los días se me van volando y la computadora se vuelve la última de mis prioridades, pero sin duda este espacio es un gran desahogo para mi, así es que por mi bien espero ser más constante. mj



miércoles, 18 de abril de 2012

Después de las vacaciones...

En honor a la verdad tengo que decirlo: amo las vacaciones pero también el regreso a la rutina.

Semana Santa fue una delicia, Lucía gozó a sus anchas en el mar, la alberca y la arena. Yo aproveché que mis papás eran nuestros compañeros de viaje y descansé. Dejé que los días pasaran sin preocuparme por las minucias del día a día, me olvidé del trabajo, los proyectos a futuro, mis crisis inventadas y las 54 324 cosas que según yo Lucía requiere todos los días.

Semana de Pascua fue para descansar de las vacaciones y poner a prueba la paciencia y el amor que nos tenemos como familia. Parece un chiste pero pasar las veinticuatro horas del día juntos  a ratos era como haber naufragado en una isla desierta y tener que empezar a comernos unos a otros, para el jueves o viernes, mi esposo y yo teníamos que darnos uno que otro tiempo fuera –en serio, ve a lavar el coche y por los periódicos, yo me quedo en la casa- o –lánzate a la carnicería y luego pasas a comprar pan y ______________ (cualquier cosa que no hacía falta, pero me daba un ratito sola), él también encontró sus formas –ve a correr, aunque sea medio tarde yo creo que te vas a sentir mejor-, -si quieres puedo ir a (lugares a los que no se requería que fuera pero le daban un ratito solo)-

El lunes después de vacaciones, mientras  nos preparamos para volver a la vida como la vivimos usualmente, nadie podía ocultar la felicidad que sentía. Tanto así que Lucía antes de subirse al coche para que su papá la llevara a la escuela me abrazo como de costumbre y mientras yo le decía que le iba a ir muy bien y bla, bla, bla, me abrazo con todas sus fuerzas y me dijo –adiós mamá, te saludo a la banda*-, como diciendo, bájale al sermón y no te preocupes que yo también me muero de ganas de irme.

El resto del día transcurrió con dicha, calma y la armonía del quehacer compartido pero individual, cada quién con sus actividades y tiempos. Lucía salió radiante de la escuela y yo la esperaba aún más encantada, Juan llegó mucho más calmado y listo para compartir el día sin tanto estira y afloja como la semana anterior. Yo feliz como una lombriz de la vida después de vacaciones…

A todo esto les mando un abrazo y ¿qué tal las vacaciones y la vuelta a la rutina? ¡cuenten, cuenten!. cj

* Desde hace mucho tiempo yo siempre le digo “me saludas a la banda (maestras, amigos, etc.) al principio le daba mucha risa, pero ahora ella utiliza el término a la perfección ;-)

Ilustración Carmen Lara (hecha para una entrada que nunca escribí pero linda para el día de hoy).

martes, 13 de marzo de 2012

De la cuna a la cama...


Hace dos días le quitamos por segunda vez el barandal a la cama de Lucía. La primera vez fue hace unas cuantas semanas y no funcionó porque ella empezaba a estar medio enferma y el cambio junto con los síntomas de la alergia que padecía fueron una pésima combinación.

Sin embargo el sábado ella pidió que se lo quitáramos, de repente dijo -a quitar  la pared de mi cuna- (nótese que está en la etapa en la que cree que todo sucede mágicamente y además en el momento en el que ELLA lo solicita*), pensamos un poco en el asunto y nos pareció un buen momento para intentar de nuevo la hazaña. Mientras mi esposo desarmaba la pequeña cuna que se convirtió en camita, Lucía lo observaba incrédula y nerviosa.

Su primera reacción fue decir -¿¡cama mamá?!- a lo que los dos respondimos que sí para contar el cuento y la sesión de abrazos acostumbrada antes de dormir, pero no para dormir toda la noche, le dieron un poco de ansias pero al final le encantó la idea de caminar a su cuarto y ella solita subirse a la cama.

Se acostó rodeada de todos sus monos y nos despidió sin el menor problema. Nosotros nos quedamos un rato afuera de su cuarto, un par de horas más tarde yo entré para revisarla y estaba estirada a todo lo ancho y roncando profundamente, la acomodé un poquito y acolchone como pude el piso pues me daba (y sigue dando) pánico que se caiga.

La primera noche Lucía llegó en la madrugada a nuestro cuarto, nos asustó tremendamente**, y en un estado que no sabemos bien si era de sonambulismo (totalmente dormida) o entre azul y buenas noches (es decir medio despierta) se acercó a nuestra cama y pidió un poco de leche. Mi esposo la volvió a acostar y el resto de la noche transcurrió sin eventualidades. A las siete en punto llegó gritando, se subió a la cama y nos comunicó con todo orgullo que se había bajado de la cama solita.

La segunda noche empezó sin problemas, ella caminó a su cama, se tapó, espero a que la abrazáramos y nos despidiéramos y se durmió sin problemas. La madrugada transcurría con calma y todos dormíamos, hasta que se escuchó un golpe y luego el llanto. Me desperté y grite ¡Lucía se cayó de la cama!, corrimos a su cuarto (los diez metros que hay entre un cuarto y otro) y la encontramos en el piso, la revisé y consolé, mientras le preguntaba donde se había pegado y si le dolía algo, no me contestó, se acomodó en la cama y en segundos ya estaba profunda. Mi esposo (casi con el barandal y desarmador en mano) me dijo –vayan a cama mamá y ahorita vuelvo a poner la cuna-, pero mi hija de nuevo roncaba y a pesar del susto la caída de  (veinte centímetros) no había sido tan tremenda, así que preferimos acolchonar mejor en caso de otra caída y volver a dormirnos.

En la mañana volvió a llegar encantada por haberse bajado ella solita pero absolutamente amnésica de la caída, con un pequeño golpecito en la boca (al parecer se mordió al caer) pero sin preocupaciones ni miedos sobre lo ocurrido.

Cuando le conté a Michelle todo el asunto me dijo que lo más probable es que a pesar de la caída nunca se despertó. El dilema ahora es ¿volvemos a poner el barandal?, ¿conseguimos un colchón para su futura cama?, ¿dejamos que asimile los cambios y seguimos acolchonando bien el piso?.

El tema parece superficial pero  ha sido todo un asunto de reflexión, la directora de la escuela de Lucía me comentó que María Montessori recomendaba que los bebés durmieran sólo en un colchón (nunca en cuna), lo que les permitía ir construyendo su espacio desde muy pequeños y hacía que la transición a una cama fuera relativamente sencilla. La idea me encanta pero por ahora para nosotros es un poco tarde para implementarla (sacar la cuna así nomás a Lucía no le gustaría nada).

La cuestión es que crecen en un suspiro y de repente asuntos que parecían lejanos nos sorprenden y agarran desprevenidos, para nosotros como papás lo importante es no solo asegurarnos de que esté segura y cómoda sino también respetar su deseo y recién adquirida autosuficiencia, parece poquita cosa pero el hecho de poder subir y bajar de su cama en el momento en que ella quiere es todo un acontecimiento.

Y a todo esto ¿qué hacen ustedes con cunas, camas, barandales, colchones y demás menesteres? cj

* Muy pronto escribiré sobre el lenguaje a los dos años
** Algún día les contaré todo sobre ese susto

martes, 21 de febrero de 2012

Día Internacional de la Lengua Materna

Hoy se celebra el Día Internacional de la Lengua Materna, asunto que parece poquita cosa o tema del pasado, pero que cobra una enorme relevancia al tomar consciencia de que desde que el ser humano empezó a hablar han desaparecido alrededor de 30 000 lenguas. Una perdida irreparable del pensamiento y la cultura de diversas sociedades.


¿Por qué se pierde una lengua?

Las razones son amplias y complejas, tienen que ver con la forma en la que se ha configurado el mundo y la falta de uso y transmisión de la lengua. Actualmente se considera que una lengua está en peligro de extinción cuando la hablan menos de 100 000 habitantes.

En mi opinión es también un asunto de falta de tolerancia y respeto haca ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ falta de uso y transmia y respeto hacver con la forma en la que se ha configurado el mundo y la falta de uso y transmía la diversidad. Queremos que los demás hablen lo que nosotros entendemos y nos frustra y limita aquello que desconocemos.

Como mamás somos responsables del cariño que nuestros hijos sientan por el lenguaje, ellos hablaran como nosotros lo hacemos (si no me creen deténganse de vez en cuando a escuchar como estructuran frases y pongan especial atención en el tipo de palabras que utilizan). Las personas que nutren emocional y socialmente a los niños son también quienes les transmiten los cimientos del lenguaje.

No se trata de ser tratados vivientes de la lengua que hablamos, de entablar largas charlas sobre estructuras gramaticales o de planear juegos sobre sintaxis y semántica. Como suele suceder, la cuestión es mucho más simple de lo que imaginamos; se trata de hablar, de cantar, de rescatar del olvido, rimas, rondas, leyendas y tradiciones, de volver a volver a enamorarlos con la lectura de cuentos y poemas, de escucharlos y volver a pronunciar con ellos las palabras que no dicen con precisión.

Se trata como casi siempre en cuestiones de maternidad, de quererlos lo suficiente para respetar su andar por los caminos del lenguaje y ayudarlos a que aprendan a respetar y apreciar la diferencia. cj

lunes, 20 de febrero de 2012

Semana 21


Ahora si no tengo disculpa, he descuidado por completo mi participación en Ácido Fólico, pero la realidad es que esto del embarazo le ha dado un completo giro a mi vida.
Por fin empecé a sentirme normal (si eso se puede decir cuando te está creciendo la panza a la velocidad de un rayo) hace alrededor de un mes; se fueron las náuseas, el cansancio extremo, y alguno que otro achaque que todavía estaba arrastrando. Fue entonces cuando me entró nuevamente la energía y decidí ponerme a hacer cien mil cosas al mismo tiempo, lanzar mi proyecto en el que tanto había trabajado, empezar con la “remodelación” de mi casa para la llegada del nuevo integrante de la familia, analizar y aceptar una propuesta para colaborar como Asesora Independiente en un nuevo proyecto… y entonces la pila se me empezó a acabar y aparecieron las frustraciones nuevamente.
Hace un par de semanas de plano parecía que caminaba con una nube negra encima, mi hijo se enfermó de las típicas veinte cosas que afortunadamente no son graves, pero que te mantienen preocupada, desvelada, nerviosa y agotada, porque se despertaba por la noche con la nariz atiborrada de mocos, tenía ronchas en todo el cuerpo y no sabíamos exactamente porque, en fin, toda una serie de malestares que no me permitían concentrarme en otras cosas, que como era natural empecé a descuidar.
Para complementar el cuadro clínico que les describo en el párrafo anterior, la maestra de mi hijo me envió una nota diciéndome que últimamente lo notaba muy agresivo y peleonero con sus compañeros, lo que de inmediato provocó que yo hiciera una cita para tener más información al respecto. (Creo que eso de las agendas en las guarderías, que son el medio de comunicación entre Mamás y Maestras cuando los niños todavía no hablan bien, puede ser un tema interesante para otra entrada de Ácido Fólico).
Fui a la cita la semana pasada, y me tranquilicé al descubrir que la situación no era únicamente mucho menos grave de lo que yo esperaba, sino también normal para un bebé de menos de dos años que “empieza a sentir pasos en la azotea” con la llegada de un hermano menor. También me cayó el veinte (un poco con la ayuda de Carol, no voy a mentir), de que le afectó mucho que recientemente su maestra Paty, a la que quería mucho, se fue de incapacidad por maternidad, lo que le pudo causar pánico al pensar que su Mamá, que igual que ella tiene una panza grande, también se va a ir.
Todo se ha ido resolviendo poco a poco, y de igual manera yo entendí que me debo relajar y no tratar de hacer todo al mismo tiempo, o cuando menos no todo con tanto detenimiento y detalle, porque con un hijo, y próximamente con dos, es prácticamente IMPOSIBLE.
Por cierto, la última vez que escribí les comenté que apenas nos íbamos a enterar del sexo del bebé que esperamos… y pues desde hace unas tres semanas sabemos que es otro NIÑO, lo cual la verdad me tiene de lo más feliz y tranquila. No porque no me hubiera gustado tener una niña (la gente a mi alrededor me sigue diciendo “pues nunca sabes”, aunque yo estoy negada a la idea de tener un tercer bebé), pero de verdad creo que será un excelente compañero para mi hijo mayor. No necesito aclararles que para mí ha sido fundamental en la vida tener una hermana, porque ya lo saben (las hemos saturado hasta el tuétano con nuestra relación), y en cambio mi hermano menor, que era el único hombre, creció un poco más solitario y siempre tuvo la necesidad de estar rodeado de amigos para jugar y sentirse acompañado.
Sé que también tendrá sus contras, ya que el resto de mi vida estaré rodeada de hombres que pueden ser muy difíciles, pero por lo pronto me consuelo al pensar que tengo kilos de ropa guardada que finalmente podré volver a usar.
Prometo no volver a ausentarme por tanto tiempo, y créanme que para mí tampoco es fácil porque no solo extraño a las lectoras y toda esta dinámica, sino que ahora además de tener a mi Mamá y a Carol encima diciéndome que me toca escribir, tengo a mi Ginecólogo cuestionándome por qué no he contribuido a tan especial proyecto.
En fin, si quieren conocer otro poco de mi y de mis recientes quehaceres, pueden visitar www.kdekilo.mx, así como el blog www.kdekilobasculas.blogspot.com. mj
Ilustración: Carmen Lara