martes, 12 de julio de 2011

Métodos alternos de relajación.


Ayer por la tarde, como ya se está haciendo costumbre, Carol y yo nos juntamos después de la siesta de los niños, con el propósito de cansarlos antes de la cena, el baño y finalmente la tan esperada hora de dormir.
Hacía un calor bochornoso, el sol estaba incandescente, y no había poder humano que los mantuviera quietos en un solo lugar; adentro de mi casa se empezaron a sacar los ojos por un carrito que le regalamos a mi hijo de cumpleaños, si uno se mete entonces el otro también se quiere meter, así es que organizamos turnos que no les parecen de muy buen gusto, pero es la única forma en que podemos convencerlos de que tienen que aprender a compartir, si eso es posible a sus escasos diecisiete y quince meses.
Nos salimos al área común del condominio, que desafortunadamente no tiene protección alrededor, así es que les causaba mucha gracia irse corriendo a la calle a toda velocidad porque inevitablemente provocaba que Carol y yo los persiguiéramos, sudando como tacos al vapor, y rogándoles que por piedad no pusieran en peligro sus cortísimas vidas.
Por fin llegó mi esposo, y minutos después mi cuñado, quienes por unos minutos persiguieron a sus respectivos hijos, también sudando como tacos, hasta que discretamente nos encaminaron a todo el clan a la casa, para protegernos del incómodo clima.
 Como era natural, en el instante en que entramos empezaron nuevamente los pleitos por el carro, que curiosamente cuando están solos el uno o el otro, no les resulta tan atractivo. Les hicimos palomitas, que ahorita les causan sensación, los dejamos hacer prácticamente lo que se les diera la gana hasta que sus quejidos, llantos, acusaciones mutuas y demás expresiones nos volvieran locos.
Para no hacerles el cuento tan largo, y sin ánimo de señalar responsables, mi esposo oportunamente preparó cuatro cubas no tan cargadas, por aquello de que teníamos que cuidar a los niños, y cuando nos dimos cuenta estábamos platicando relajados con el ruido incesante de nuestros hijos como música de fondo.
El gusto nos duró cuando mucho quince minutos, pero nos sirvieron para relajarnos y recargar energías para terminar la rutina del día; es increíble cómo esas cositas que parecen tan insignificantes, ahora son tan necesarias.
Claro que mi sugerencia no es que ahoguen sus penas en el alcohol, o que desatiendan a sus hijos para echarse unos vinos, pero si les sugiero que busquen momentos y formas de relajarse, de preferencia acompañados, para evitar el estrés y la falta de paciencia en las largas jornadas maternales. mj

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