jueves, 26 de mayo de 2011

Sin palabras

Hay días en los que ser mamá implica tener todo el tiempo la sensación de que no tienes la menor idea de lo que estas haciendo. Supongo que estos días se viven a lo largo de toda la vida, no importa que los hijos sean bebés, niños, adolescentes o adultos.  La primera vez que experimenté está sensación fue cuando mi hija cumplió tres semanas de nacida, después de la euforia de los primeros días (en los que no sabía lo que hacía pero no me importaba) y el estira y afloja de la rutina que se va armando en las siguientes semanas.

Estaba yo sola con mi hija que empezó a llorar sin motivo aparente. Sin alarmarme, me dispuse a ver qué le pasaba: le revisé el pañal que estaba completamente seco, me la pegué pero acababa de comer por lo que solo jugueteó un poco y luego volvió a llorar, la cargué y arrulle por los pasillos, la mecí, la acosté en mi cama, en la sala, en su moisés  y … nada, seguía llorando desconsolada. El tiempo pasaba y cada minuto me sentía más ineficiente y abrumada. El único ruido que se escuchaba en la casa era el llanto seco y profundo de mi hija recién nacida. El perro me seguía a donde iba, cómo diciéndome –haz algo- y yo que no necesitaba más presiones estaba a punto de decirle, -pues haz algo tú-, porque lo que más deseaba era encontrar una causa o un culpable.

En medio de la desesperación empecé a sentirme no solo profundamente sola sino intimidada por mi pequeña, me daba pena no saber que hacer. Fingía (sin poder engañarme o engañarla) que sabía lo que estaba haciendo (y no que estaba a punto de salir corriendo y decir: por favor alguien salve a esta pobre niña, yo no tengo idea de qué tengo que hacer para ser mamá, además tengo sueño, estoy cansada, me duele todo y parece que no tengo aptitudes o el consabido instinto materno para atenderla).

Al final me rendí con ella en brazos. Nos acomodamos en la mecedora y con la voz más suave y tímida que me he escuchado le empecé a hablar. Entonces caí en cuenta de que casi no le hablaba. Por supuesto platicaba de ella con mi esposo, con mi mamá y con quién se me cruzara en frente. Pero a mi niña más allá de los abrazos, besos y de decirle que la quería y adoraba no le hablaba.

Me sentí fatal. La peor de las hipócritas, YO que pregonaba a la menor provocación la fuerza y poder de la palabra, no tenía la menor idea de cómo comunicarme con mi bebé, además ni siquiera me había dado cuenta de ello. Meciéndonos seguí hablando, mi voz llevaba el ritmo de su llanto, desesperada y triste le dije que lo sentía, que me disculpara por no saber bien que hacía, que quería hacer lo mejor para ella pero me costaba mucho trabajo entenderla. Le prometí que siempre estaría cerca, que iba a cuidarla, protegerla y orientarla, le conté que la vida podía ser difícil pero valía la pena vivirse, que estaba rodeada de amor y gente que la quería, le dije que su cuarto era de colores y estaba envuelta en una cobija que le tejió su bisabuela, que el perro nos observaba y se llamaba Tomás, que su llanto me estremecía pero juntas aprenderíamos a calmarlo, que cuando yo era chiquita también lloraba todo el día, que…

No sé cuanto tiempo pasó ni en que momento mi niña se quedó dormida. Pero recuerdo ese día con todos sus matices y una mezcla extraña de sentimientos. Fue nuestra primera conversación, que inició con su llanto y mi inexperiencia. Que me ayuda cada vez que siento que soy la única a la que su hija no le entiende y se le complica la existencia. Sé que no entendió el significado de mis palabras, pero sintió el amor con el que se lo decía y el tono de mi voz la ayudó a dormir. Y yo como pasa después de una buena conversación, también me sentí más tranquila. cj

3 comentarios:

  1. Bienvenida al mundo de las mamás! El no saber que tiene tu hija o no poder comunicarte con ella de una forma directa sucede más veces de las que uno quisiera, pero puedo asegurarte que el amor entrañable que sientes y el estar con ella y que perciba tu presencia y tu calor es la mejor comunicación!

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  2. La lectura es un proceso complejo y multifacético que no comienza cuando el niño entra al aula escolar. El vocabulario, las habilidades de lenguaje y el conocimiento acerca del mundo que lo rodea los adquiere durante conversaciones con adultos que responden a sus necesidades desde la cuna. Hay que enseñarle al niño a -enamorarse de las palabras- para después poder convertirse en un buen lector de una forma natural. No, la maestra en la escuela no comienza el proceso de la lectura. Las mamás como tú, que con su amor y ternura arrullan a sus hijos en los brazos y los envuelven con conversaciones amorosas son las que sin pensarlo, inician este proceso. KUDDOS!!!

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  3. ¡Wow! que increible relato de tan intensa experiencia, me hiciste llorar, emocionarme.

    ¿Cuántos momentos así entretejerán nuestro ser mamá? ¿cuántos faltan? seguro tantos y tantos...habrá que compartirlos, tú síguelo haciendo que con este espacio me he sentido acompañada.

    María Teresa.

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