En la mayoría de las escuelas, kínderes, maternales o guarderías desde hace algún tiempo se instauraron periodos de adaptación, esto para que los pequeños poco a poco se habitúen a la separación de mamá y/o papá y se integren mejor al nuevo ambiente.
Cuando mi hija entró a la guardería en Lagos tenía ocho meses, todavía era muy pequeña y el periodo de adaptación lo vivió como un día más en el lugar que poco a poco fue conociendo y convirtiéndose en su escuela.
El lunes pasado inició de nuevo su carrera escolar, está vez en una pequeña escuela Montessori que desde siempre me ha encantado.
Dicho lo anterior les comparto la crónica de los primeros días:
Lunes 15 de agosto: la escuela estuvo abierta de nueve a doce para que los pequeños junto con papá y/o mamá la visitaran, exploraran sus espacios y jugaran con todo lo que se encontraban a su paso. En la mañana mi hija y yo nos apuramos para estar listas y aprovechar la visita a su escuela para conocer la ruta que haríamos día a día, probar el tráfico, encontrar un buen sitio de estacionamiento, etc. Llegamos temprano, yo contenta mi hija todavía somnolienta, encontramos el patio de la escuela lleno de pequeños exploradores y padres nerviosos y a la expectativa. Pasamos un par de horas recorriendo la escuela JUNTAS pues en ningún momento mi hija se aparto más de dos metros de mi lado.
El veredicto: mi hija sospecha ampliamente que pronto pasará toda la mañana en la escuela.
El resto de la semana mi hija no asistió a clases, pues los niños van entrando de uno por uno para contar durante su primer día con toda la atención de su maestra. Por orden de inscripción el primer día de mi hija fue el 22 de agosto, durante toda esa semana estuvo en el periodo de adaptación que consiste en ir dolo dos horas diarias.
Madrugada entre el domingo y el lunes 22 de agosto: yo no dormí un segundo, mi hija se levanto a las 6:34 de la mañana.
Lunes 22 de agosto: todos sabíamos que sería un día diferente pero tratamos de iniciarlo sin mucho arguende, el desayuno transcurrió normal a pesar de que fue más temprano, luego el cambio de ropa y a las 8:37 salimos rumbo a la escuela. ¡Terror! Todas las escuelas iniciaron oficialmente el día de hoy y el tráfico está peor que nunca, llegamos a las 9:18, después de llantos en el coche y la suplica interminable de mi hija pidiendo el agua que estúpidamente dejé sobre la barra de la cocina. A pesar de que le canté y traté de no sulfurarme ante la fila interminable de autos y las calles abarrotadas todo el tiempo me sentí culpable de someter a mi pequeña a un horario y luego a ese caos vial.
Al llegar a la escuela yo solo quería llorar y mi pequeña también, su amable maestra la recibió tan rápido que apenas nos despedimos. Ella se quedó llorando y yo también. Lloré durante todo el camino a casa, cuando por fin me calme un poco le hablé a mi esposo y entre sollozos le dije que era la peor madre del mundo por haber dejado a nuestra hija en el llanto, por llevarla a la escuela y someterla al tráfico. Antes de colgar le comenté que estaba pensando seriamente en renunciar a mi trabajo y sacar a mi niña de la escuela.
Pasé cada segundo de las dos horas en las que estuvimos separadas sintiéndome la peor de las madres, llorando y extrañando cada gesto y movimiento de mi hija. Cuando entré a la escuela a recogerla la vi en el patio jugando tranquila con un carrito de plástico.
Veredicto: la separación nos costó a las dos, a pesar de que traté de ocultar mis nervios se los contagié por completo. En general la mañana fue MUCHO más difícil para mi que para ella.
Martes 23 de agosto: después del drama que le hice a mi esposo el día anterior decidió que lo mejor era que fuéramos los dos a dejar a nuestra hija a la escuela. La mañana transcurrió normal, salimos diez minutos antes y llegamos sin ningún contratiempo a la escuela. Al dejar a mi pequeña en brazos de la directora, lloró y pataleó un poco. Mi esposo apretó mi mano y me aseguró que estaría bien. En cuanto llegué a la casa encontré un mensaje de la directora en mi celular que decía: sólo lloró un minuto ahora está con el material muy concentrada.
A las once que pasé por ella la encontré contenta, pidiendo un pedazo de naranja y emocionada porque había tortillas como parte del lunch. Camino al coche me encontré a una mamá que con tono solemne me pregunto qué tal había pasado estos días, le dije que yo no paraba de llorar y ella me comentó que estaba igual –lo peor, es que mi hijo se queda encantado y soy yo la que se queda deshecha-.
Veredicto: un mejor día para las dos pero sigo dudando de la decisión. Tal vez soy una pésima madre por mandar a mi niña tan pequeña a la guardería, tal vez debería de quedarme en casa con ella hasta que cumpla quince años. Tal vez lo mejor será que nunca me separé de ella para que nada le afecte o angustie.
Miércoles 24 de agosto: todo bien en la mañana, MUCHO tráfico a pesar de que salimos muy temprano. Al llegar a la escuela mi hija jugó un poco con unos muñecos que adornan la puerta. Salió la maestra, la tomó de la mano, volteó a verme y en cuanto recordó los últimos días soltó el llanto. Me fui con el corazón cansado, llegué a casa de Michelle y me lamenté por mi vida. ¡Tan bien que estaba antes! ¡Por qué se me ocurrió trabajar y que mi hija entrara a la escuela!
La recogí temprano porque a las once yo tenía que dar clases, no alcanzó a desayunar pero salió muy contenta.
Veredicto: si queremos que de verdad se acople tiene que quedarse a desayunar, con mi hija el afecto pasa primero por la panza.
Jueves 25 de agosto: llegamos a tiempo y sin contratiempos, brinco y jugó en el trayecto del coche a la escuela, cargó ella misma su morral en el que empacó a Olivia y su chupón, al llegar a la puerta casi se fue sin verme, después de dos pasos soltó el llanto. Me fui al coche sin sentirme tan culpable. Para que pudiera desayunar mi esposo pasó por ella, la sorprendió persiguiendo a la maestra y pidiéndole otro pedazo de pan.
Veredicto: vamos bien, ya casi nos adaptamos…me pregunto ¿para quién es el periodo de adaptación?
Viernes 26 de agosto: la rutina de la mañana poco a poco queda mejor, como es el único día que trabajo de nueve a una mi esposo la lleva a la escuela y la recoge. El reporte a detalle que me pasó es similar a mi experiencia del miércoles y el jueves, mi hija entró pegó un grito y lloró un poco, cuando la recogieron estuvo tranquila y jugaba contenta.
Veredicto: ¡por fin se acabo esta semana a ver qué tal nos va el lunes que irá la jornada completa!
… y el jueves, queridas lectoras, seguiré con esta historia…cj
Ilustración Carmen Lara
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