lunes, 5 de septiembre de 2011

Y pasó el susto...

Por fin pasamos la semana, después de una terrible infección que verdaderamente removió los más profundos miedos y preocupaciones. Pasaron tres días con antibiótico antes de que la fiebre cediera, aunque mi hijo no perdió el ánimo y las ganas de jugar en ningún momento, simplemente porque esa es su naturaleza.
Definitivamente no hay estrés más grande, ni desvelo más eterno que cuando tu hijo se enferma; el sentir la necesidad constante de ir a revisar su temperatura, de seguir cada una de sus respiraciones por el monitor, y de bajar de la cama de un salto cuando lo oyes llorar y gritar mamá.
Y es irremediable, es algo que las mamás no podemos evitar, en mi caso el apoyo de mi esposo es invaluable, el tenerlo a un lado cuando le doy la medicina a mi hijo, o cuando le preparo la tina a las cuatro de la mañana para bajarle la calentura, pero de ninguna manera me hubiera podido quedar en la cama para que él lo hiciera, aunque su preocupación era la misma.
Es una realidad que el amor por un hijo no se puede comparar, cuando lo ves feliz, gritando y corriendo, sientes que el corazón te crece cada instante, y que ya no es posible quererlo más; pero cuando lo ves enfermo, o cuando se siente mal por el motivo que sea, eres capaz de cualquier cosa, lo que sea para evitarle el sufrimiento, y aunque parecía imposible lo amas todavía más.
El fin de semana vinieron mis papás, los súper abuelos, porque no hay otra forma de describirlos; mi hijo y mi sobrina se deshacen de amor por ellos, cuando Carol y yo se los dejamos no nos voltean a ver, y cuando llega la hora de despedirse lloran desconsoladamente. Mi hijo, ya recuperado, se quedó a dormir con ellos el sábado, y mi esposo y yo tuvimos oportunidad de salir al cine y a distraernos un rato, y por fin descansamos.
Esta es una semana particularmente difícil, y aunque este espacio fue creado para compartir nuestra experiencia como mamás, con sus momentos buenos y malos, creo que también es importante compartir las lecciones que nos ha dado la vida y que finalmente nos han hecho lo que somos hoy. Hace ocho años estábamos en un hospital despidiendo a nuestro hermano menor, y fue ahí donde yo conocí el más puro e incondicional amor de unos padres a sus hijos. Hoy más que nunca admiro y respeto profundamente a mis papás, hoy que sé lo que es el amor por un hijo, y me considero la persona más afortunada por tenerlos, y porque ahora, además de los mejores padres, son los mejores abuelos.
Más adelante me gustaría contarles algunas de las mejores anécdotas que recuerdo de mi hermano, que a pesar de sus errores y defectos, era una persona sumamente noble y amorosa, y se hubiera vuelto loco con sus sobrinos.
Parece que lo que escribí el día de hoy no tiene ni pies ni cabeza, pero tiene mucho más sentido del que se imaginan; de cualquier forma aclaro, que particularmente este día no pude ser más sincera, les compartí exactamente lo que tengo en el corazón y espero que se queden con algo positivo. mj
Hoy dejamos descansar a la ilustradora, está agotada después de perseguir a sus nietos todo el fin de semana.  

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