Bueno, en realidad la idea es ¡a correr, brincar, caminar, pedalear, yoga, pilates, baile…! lo que sea que a ti como mamá te parezca más divertido y desestresante.
Pues bien queridas lectoras, como pueden ver el día de hoy la entrada es para hablar de nuestra salud, ya hemos hablado mucho de cómo cuidar a los chiquitos ¡ahora nos toca a nosotras!
Todo comenzó hace unas cuantas semanas que yo empecé a sentirme “asfixiada”, como lo oyen, estaba harta, eternamente cansada y sintiéndome poco menos que un espanto (para no arruinar el espíritu de Halloween). En principio decidí arreglarme un poco más, dejar los jeans por unos días y usar otro tipo de pantalones o faldas o como diría mi mamá “un poco más arregladito”, el caso es que esto no sirvió de nada porque colgué mis jeans y me sentí un espanto incómodo en una indumentaria que además hacía que perseguir a mi hija fuera un poco complicado ¿si no es la ropa, entonces que será? pensé.
La respuesta tardó en llegar, pero más o menos la he encontrado al revisar los hábitos y rutinas en los que sin querer he caído en los últimos meses, he aquí una pequeña muestra:
Me levanto a las 7:00, intento salir a correr, pero mi hija duerme, mi esposo duerme y mi perro duerme, lo más lógico se me hace DORMIR, cierro los ojos y los vuelvo a abrir a las 7:27 que escucho a mi hija gritar –mamáaaaaa- veo el reloj con el corazón acelerado –la libramos no se nos ha hecho tarde- abandono la comodidad de mi cama, abrazo a mi hija hasta que ella amablemente me avienta, la persigo por toda la casa para cambiarla, entre mi esposo y yo le damos de desayunar y preparamos todo para llevarla a la escuela, a las 8:30 (a más tardar) salgo con mi pequeña reluciente (yo poco menos que un caos enfundada en unos pants o ya bañada pero sin pintar ni peinar). Después del tráfico regreso a casa poco después de las 9, me tomo la primera taza de café, califico y planeo la clase que no terminé de planear el día anterior, escribo AF, echo una lavadora, lavo los platos del desayuno, hago la comida, intento ordenar un poco la casa, me tomo otra taza de café, ¡se me está haciendo tarde!, me baño y/o arreglo como bólido, me tomo otra taza de café, guardo mi computadora, hojas libros y demás, me tomo otro café. Salgo disparada para dar clase de 11. Llego a la escuela, enfrento a los preparatorianos en cuestión, inicio y concluyo la clase, guardo todo, me subo al coche me atasco de las galletas Marías que traigo en el coche por si mi hija tiene hambre (claro me estoy pelando de hambre porque no desayuné), emprendo el camino rumbo a la escuela de mi pequeña. Llegó saludo y espero (a veces hasta una hora a que mi pequeña princesa termine de tomar su siesta). Cuando por fin despierta emprendemos el camino de regreso, y el día empieza a ser única y exclusivamente de mi hija, le doy de comer, jugamos, vamos a ver al primo o comprar algo que haga falta, visitamos algún parque, caminamos por el coto, en fin de aquí a las 8 que por fin caerá rendida, el tiempo se me va sin mucho control. Cuando por fin se duerme entonces yo: reordeno la casa, ceno y platico con mi esposo, califico, preparo clases, leo e intento estirar las horas lo más que puedo, me duermo entre las doce y la una de la mañana.
En resumen: duermo poco y me levanto cansada, vivo como maraca por el exceso de cafeína y las prisas que no logro controlar, mi cuerpo y mi mente compiten uno contra el otro y es tan grande la batalla que estoy agotada y me siento y veo como un verdadero espanto.
Después de este ocioso análisis decidí que o empezaba a cambiar mis hábitos y retomar actividades profundamente significativas y sanas para mí o empezaba a quererme como el espanto tembloroso en el que me estaba convirtiendo y dejaba de quejarme.
Los cambios hasta hoy han sido los siguientes:
1) No más de dos tazas de café diarias (si se cuela una en la tarde que no esté tan cargado)
2) Tomar agua, tomar agua y tomar agua.
3) Desayunar
4) Dormirme a más tardar a las 11:30 pm
5) ¡CORRER! (cuando menos tres veces a la semana)
Todo en realidad parece muy fácil y era usual en mi rutina de antes de ser mamá, el caos de la maternidad me ha hecho aplazar al infinito actividades que para mí son fundamentales, como correr. Por eso estoy intentando el cambio. Se los comparto, porque seguramente ustedes como yo han aplazado alguna actividad que les permite sentirse más tranquilas y ser mejores mamás, tal vez también son maracas vivientes o duermen muy poco, y sí ya sabemos esto y más sucede cuando nos convertimos en madres y lo hacemos con gusto y bla, bla, bla… pero también es importante mantenernos sanas, contentas y sin sentir que somos la encarnación de un monstruo halloweenesco. cj.
Ilustración Carmen Lara
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