Pues yo apenas estoy aterrizando (mentalmente) después de nuestro maravilloso viaje. A diferencia de Carol, yo ya me había ido de viaje sin mi hijo, en esa ocasión con mi esposo; por tres noches dejamos con sus Abuelos a nuestro joven bebé, quien apenas había cumplido un año, y pasamos unos días de lo más agridulces, gozando un poco de libertad, noches de sueño ininterrumpido, largas sobremesas… pero extrañando como locos al ser más importante de nuestras vidas.
Mi principal miedo, desde que organizamos este último viaje, era que Carol estuviera demasiado triste por dejar a su hija, porque sería oficialmente la primera vez, y que me contagiara la tristeza y el viaje fuera un fracaso rotundo de dos lloronas caminando por las calles recordando a sus hijos. Pero para mi sorpresa y satisfacción, el viaje resultó todo un éxito, porque desde que nos subimos al primer avión nos mentalizamos para pasar unos días increíbles, al lado de nuestro extraordinario Abuelo, y en una de las ciudades más bonitas del mundo.
El propósito principal del viaje era ir a la ópera, un arte al que le adquirimos el gusto hace ya más de diez años, gracias a mi Abuelo que es un aficionado de hueso colorado. En esta ocasión fue una presentación espectacular de “El Barbero de Sevilla”, que orgullosamente incluyó a un cantante mexicano al que la gente le aplaudió de pie. Y no pude dejar de cuestionarme, si algún día tendré la oportunidad de disfrutar algo así con mi hijo, porque estoy segura de que le encantaría, (con eso de que tiene una vena musical muy desarrollada que no sé de dónde sacó).
Como es natural, como Mamás que somos, todos el tiempo hablábamos y nos acordábamos de nuestros hijos, veíamos a otros Papás que luchaban con las carriolas en el metro, veíamos niños haciendo berrinches de cansancio en las tiendas, y de alguna manera te sientes comprendida y acompañada, los volteas a ver con una sonrisa compasiva, tratando de decirles que tú tienes uno igual en casa.
Y si disfrutamos mucho la vacación, caminamos, paseamos, compramos, comimos y hablamos como hace mucho no lo hacíamos, sin gritos y sin interrupciones, pero cuando menos en mi caso (y sé que también en el de Carol), no deje de pensar en mi hijo ni un instante. mj
Ilustración: Carmen Lara
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