Mi hija adora un libro de animales que desde hace años yo quería tener pero que siempre me había parecido un poco caro. Hace unos cuantos meses, mientras visitábamos una librería le dije a mi esposo –ahora si lo voy a comprar, a nuestra hija le va a encantar ver a los animales-. Dicho y hecho lo compré.
Al principio a mi hija no le intereso en lo absoluto el nuevo espécimen, seguramente pensó –uno más-, porque si algo he de confesarles es que nuestra casa está cohabitada por libros. Mi esposo y yo nos declaramos irremediables e incasables acumuladores de libros, a los dos nos encanta leer, aunque claro eso no es pretexto, como dice mi papá -léanlos y regálenlos, dónenlos o háganles algo pero NO los guarden- ¡Imposible! Los libros tienen un lugar tan especial en nuestras vidas que cada uno ronda nuestra pequeña casa a sus anchas.
El caso es que mi hija ya disfruta con los libros y hace poco se topó con el mentado libro de animales, le llamó la atención el chango de la portada y empezó a hacer ruidos de chango y a pedir que se lo enseñara. Yo feliz me acomode en el sillón y de forma por demás solemne y aburrida comencé a pasar las páginas. Mi hija me tolero y vio en un principio lo que yo le enseñaba, hasta que decidió que su madre estaba arruinando toda la diversión y ella empezó a pasar las páginas.
Hasta aquí todo bien, vimos jirafas, peces, camellos y pájaros, hasta ahora sus animales favoritos, guardamos el libro y tan tan. Yo encantada de la experiencia, mi hija contenta y nada más que contar. De ahí en adelante cuando mi hija quería ver el libro hacía como chango y entonces nos sentábamos en el sillón y empezábamos a ver a todos sus conocidos. Por lo general yo pasaba las páginas y si ella lo hacía cuidaba que lo hiciera con cautela.
Lo que siempre se me olvido es que mi hija tiene un año y nueve meses y que yo que según esto sé todo lo que se debe saber en cuanto a los niños y la lectura (ya sé soy lo peor), estaba limitándole por completo la experiencia. Claro que me lo hizo saber cuando frustrada porque yo no cambiaba la página ella tomó el libro con fuerza y … arrancó la página. Yo me puse furiosa le dije que los libros no se rompen y guarde al malherido en el lugar más alto del librero. Mi hija se me quedo viendo como a una loca y se fue sin decir más.
Después de un rato me llegó el remordimiento. Acababa de regañar a mi hija por emocionarse con un libro. De solo escribirlo me siento fatal. Y es que cuando lo pensé un poco más caí en cuenta de mi egoísmo, yo quería el libro, utilice a mi hija como pretexto para comprarlo y luego para que juntas lo viéramos. Nunca consideré lo que podía pasar por su mente al ver semejante librote, ni la emoción y confusión que podían despertar en ella todas las imágenes que ahí encontraba. Nunca, pensé que para ella un libro es un juguete, que como cualquier otro juguete quiere manipular e investigar.
¿Entonces que rompa y pinte todos los libros de la casa?, por supuesto que no, aquí como en todos los asuntos, el chiste es encontrar la forma, el momento y las palabras para saber educar. Después de que paso mi furia y la culpa que la acompaño, retomamos la experiencia del libro sin tanto arguende, le explique como pude que los libros no se rompen y ella a su corta edad me hizo saber que entendía pasando las hojas con cuidado. Sé que no será ni el primero ni el último libro que rompe. Lo que espero es que sea el primero y el último que me pone como fiera. Si yo puedo hacer lo que quiero con mis libros, ella tendrá que aprender a cuidar los de ella como mejor le parezca. cj
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