Algo tarde pero por fin escribo. La verdad tenía casi pensado saltarme el día y no hacer AF el día de hoy, Michelle me dio permiso pero… ahorita mi hija por fin duerme y me entró un poco el remordimiento de consciencia (es extraño pero AF se ha vuelto una responsabilidad, que como tal tomamos muy en serio) pero más que nada me dieron ganas de contarles nuestra pequeña odisea del día de hoy.
Resulta que yo ya empecé a trabajar (otro día les contaré más al respecto) y mi hija empezó de nuevo a ir a la escuela (en otra ocasión les contaré MUCHO más al respecto) por lo que esta semana ha sido algo pesada pues estamos las dos tratando de reajustarnos y adaptarnos a los cambios en nuestras vidas.
Así las cosas para lo último que me da tiempo es para hacer la comida, actividad que desde que nació mi hija detesto más que nunca, sobre todo porque me agarra desprevenida y por mucho que trate de organizarme, cuando me doy cuenta ya es la hora y tengo que preparar algo de volada que sea medianamente saludable y nutritivo para mi hija, pues yo a veces termino comiendo cereal, papás o cualquier cosa que me encuentro en el camino.
Hoy fue uno de esos días en los que el reloj estuvo correteándome y por supuesto cuando llego la hora de la comida no había nada listo, Michelle amablemente me había comentado que había puesto a cocer brócoli y tenía algo de pasta –alcanza para los niños, nosotros luego vemos que comemos- muchas veces con alimentar a los hijos nos basta, pero hoy yo moría de hambre y por el tono de Michelle intuía que ella también, así las cosas le hice una de las propuestas más indecorosas que se pueden formular –¿oye y si nos alocamos y nos lanzamos a comer tortas ahogadas?- Michelle NO PUEDE resistir este platillo tapatío que para quien no lo conozca consiste en una torta con bolillo salado y deliciosa carne de puerco picada en su interior, uno la “baña” con salsa de jitomate, salsa picosa, col, cebolla, limón y un poco de sal (¡ya estoy babeando!), el caso es que aceptó encantada y quedamos que pasaría por ella y su hijo en cinco minutos, para que se den una idea de la relación entre Michelle y las tortas les digo que apenas íbamos saliendo de la casa cuando vimos a Michelle y a su hijo caminando por la banqueta, ¡fue tanto el antojo que no aguantaron y llegaron caminando a la casa!
En cuanto llegamos a las tortas nos dividimos, mientras una va a comprar la comida y cuida a los niños la otra a la velocidad del rayo arrastra las sillas y acomoda el lugar en donde nos vamos a instalar, luego subimos a los niños y por fin llegan los manjares. A los niños como buenos tapatíos les encanta este platillo, pero en esta ocasión mi ahijado nos sorprendió pues agarraba puños de carne y como naufrago se los metía a la boca encantado de la vida.
Después de cincuenta servilletas y un reguero de carne en el piso (que por más que intentamos recoger quedo hecho un chiquero) salimos del restaurante, todos satisfechos y contentos.
Michelle tenía que ir al súper y yo muy valiente le dije –si quieres vamos de una vez- así que trepamos a los niños en un carrito del supermercado que parece coche y empezamos el recorrido.
¡¡¡Error!!! Apenas atravesamos el pasillo de entrada los dos “recién comidos” empezaron a pedir todo lo que veían a su alcance, jugaron tres segundos con el volante del pesado e impráctico carro del súper y luego gritaron “pan”, a toda velocidad Michelle fue por el pan que tenía que comprar y lo escondió mientras yo los entretenía con unos bailes alusivos a las verduras y frutas que se encontraban cerca de nosotros. En el pasillo de las galletas, tortillas y demás los dos intentaron brincos casi suicidas con tal de salirse del carro y tomar una galleta. En los congeladores mi hija se dio cuenta de que su querida madrina había puesto una bolsa de ciruelas pasas y ¡oh perdición! No hubo poder humano que la tranquilizara, una ecuánime y tranquila Michelle me dijo –ábrelas y dale una, de todos modos las vamos a pagar y la verdad pobres están chiquitos y se les antoja lo que ven- yo me sorprendí con su comentario, abrí las ciruelas y le di una, dos, tres… su hijo a quien ni le gustan también se comió unas cuantas.
Dos minutos después empezaron a pedir otra cosa Michelle como energúmeno les dijo –no ya comieron ciruelas, ahora espérense que ya casi nos vamos-, mi hija aventó un paquete de cuernitos que traía en las manos y aplastó la lechuga que mi hermana se había tardado tres horas en escoger y que después de ver algo abollada decidió ir a cambiar.
El tiempo paso y los niños siguieron alocados, gritando y pidiendo TODO lo que veían a su paso, a ratos se abrazaban entre ellos y se volteaban a ver como diciendo –hay que tener calma o si no estás viejas se van a volver locas-
Por fin llegamos a la caja, pagué tres cosas y cargué a mi hija mientras el hijo de Michelle se las arregló para sacarle el palo a una paleta payaso y comerse el bombón que tenía pegado, mi hija empezó a gritar porque también quería paleta y un poco de todas las porquerías con las que saturan las cajas. Cuando por fin nos íbamos mi ahijado se aventó pataleo emocionado y aplastó por completo la lechuga que con tanto esmero su mamá había seleccionado, cambiado y cuidado en todo el trayecto. A estas alturas solos nos volteamos a ver, nos atacamos de la risa y juramos que por un tiempo cada quien irá al súper sola. Nuestros hijos están en una edad en la que no son en absoluto compatibles con este tipo de lugares. cj
PD 1: al final esta publicación saldrá el jueves y no el miércoles como me tocaba, pero ayer mientras escribía mi hija se despertó y yo tuve que abandonar el teclado y dirigirme con ella al parque más cercano.
PD2: no acostumbramos poner fotos de los niños pero la imagen del día e hoy dice más que mil palabras ;-)
PD3: son mucho más bonitos en persona!!.
PD3: son mucho más bonitos en persona!!.
Gracias por tu narración... ha sido muy amena.
ResponderEliminarUn abrazo y ¡aguas con los supermercados!!
Ai pero si se ven tan santos!!!! Divinos enanos, me los imagino perfecto..a, y a las mamás también. jajaja
ResponderEliminar¿por qué será que en el super todas las cosas se magnifican? he tenido experiencias con niños y bebés, propios y ajenos en los supermercados.. donde pasa de todo a la milésima potencia: berrinches que son BERRINCHOTES DESCOMUNALES, risas que son verdaderas carcajadas, llantos desesperados que hasta les roban el aliento, hambre que se convierte en desnutrición extrema, ganas de ir al baño con urgencia y hasta sueños profundos que no despiertan con NADA. me has puesto a pensar en por qué será que el super es el escenario perfecto, porque en restaurants u otros lugares públicos es posible que se presenten tales escenas pero.. en el super los niños lo tienen todo: público, espacio, tiempo, ATENCIÓN, el estrés de la mamá o papá para aprovecharlo a su favor, y que saben de alguna forma que lo MENOS que queremos es que las cosas se nos salgan de control.. para hacerlo! jaja
ResponderEliminartampoco generalizo, se que hay muchos niños que se portan perfecto en todos lados, incluído el super.. pero a todos alguna vez nos debe de pasar una experiencia así!
=)
ResponderEliminarLa experiencia del super me recordó una publicación de hace algunos años de la revista Selecciones, les dejo el link:
http://www.lecturasparacompartir.com/simpaticas/conquequiereserpadre.html