Todo sucedió una tranquila y fresca tarde de febrero, unos días antes de que mi adorada y angelical hijita cumpliera un año. Era viernes y la mañana había transcurrido como de costumbre, papá y mamá en el trabajo y la pequeña en la guardería. Comimos tranquilos en la casa cuando empezamos a notar que nuestra princesa tenía un poco de sueño pues se tallaba los ojitos y se acariciaba la cabeza (señales clarísimas de que tiene sueño). Mi esposo sin pensarlo dos veces sacó a mi pequeña de su periquera y me dijo – la llevaré a que se duerma un ratito- luego volteó hacía ella y le dijo –tienes sueño ¿verdad?- la pequeña embustera sonrió y se acurrucó en los brazos de su papá.
Segundos después de que mi esposo depositó a mi hija en la cuna escuché el llanto, no me preocupé porque en ocasiones esto solo es la confirmación del sueño que usualmente llega unos minutos más tarde, seguí lavando los platos pero el llanto no desaparecía, irritada por el sonido subí a ver que pasaba. Mi esposo escondido afuera del cuarto de mi pequeña se me quedo viendo con cara de no tengo idea de qué es lo que quiere. Yo lo vi haciéndole un gesto que intentaba decir: lo que quiere es que la arrulles o abraces un poco ¡es obvio!.
Entré al cuarto y encontré a mi pequeña bañada en mocos y lágrimas, la saqué dispuesta a arrullarla y ¡oh sorpresa! Se empezó a retorcer en mis brazos, gritando con más fuerza y haciendo todo por soltarse de mi abrazo, mi esposo frente me dijo –eso mismo me hizo a mí, pero la pongo en el piso y llora más, ¿qué hacemos?-
En estos momentos queridas lectoras, como bien saben, la cabeza bombardea información a una velocidad inimaginable, de inmediato pensé que algo le había picado, que la comida le había caído mal o se había lastimado estando en la cuna. Tomé a mi pequeña que se resistía con todas sus fuerzas a que la cargara y examiné con cuidado todo su cuerpo, pero no encontré absolutamente nada. El pañal estaba seco y el biberón intacto ¿qué le pasaba?.
Mi hija no dejaba de llorar lo que hacía que cada segundo mi esposo y yo perdiéramos un poco más de la ya escasa calma y tranquilidad que nos quedaba, intentábamos todo pero nada funcionaba, en los momentos en los que mi hija tomaba aire y bajaba un poco los decibeles de su llanto, notaba como bostezaba y se tallaba los ojos, ¡sin duda tenía sueño!.
Como no se dejaba abrazar o arrullar la cargamos a la fuerza y la pusimos en su cuna, su reacción casi nos dio un ataque, grito más fuerte de lo que se puedan imaginar, se pegó contra los barrotes y agitó su pequeño cuerpo tan violentamente que empecé a entrar en pánico. Intente sacarla de la cuna pero se acostó con fuerza, era evidente que no quería que la tocara y algo le molestaba, pero ninguno de los dos sabíamos qué hacer, por lo que la contemplábamos frente a la cuna profiriendo todo tipo de palabras y sonidos tranquilizadores a lo que ella respondió con más llanto y coraje, lo que hizo que se atragantara y luego se vomitara.
Cambié las sábanas con ella dentro y después de revisar que no quedara nada en la cuna con lo que pudiera lastimarse mi esposo y yo nos salimos del cuarto. Mi pequeña siguió llorando otro rato, mientras nosotros en la voz más baja del mundo nos preguntábamos qué le pasaba.
Con el llanto y el episodio de ataque llegó el sueño que duró casi dos horas, mientras dormía yo la contemplaba sin creer que esa apacible pequeña había sido un encolerizado monstruo minutos antes. Asustada empecé a pensar que mi hija tenía un problema de doble personalidad o algo así pues no había otra causa que explicara su comportamiento, mi esposo que suele ser menos impulsivo me sugirió que buscara información en Internet, seguí su consejo y me llevé la sorpresa de mi vida, encontré foros enteros en los que padres desesperados compartían episodios similares al que acabábamos de vivir con nuestra hija, al final la mayoría preguntaban ¿pero qué es eso, significa que nuestro pequeño tesoro tiene un problema de personalidad o algo así?, las respuestas de padres más experimentados, psicólogos o pediatras aseguraban que los terroríficos episodios eran simple y llanamente un berrinche.
El balbuceo de mi hija interrumpió mis cavilaciones ¡el monstruo se había despertado!, mi esposo y yo nos agarramos de la mano y con todo el miedo del mundo nos acercamos a su cuarto, la nena nos recibió parada en la cuna con una sonrisa de oreja a oreja, el único recuerdo de su transformación eran sus ojitos rojos y las sábanas sucias frente a la cuna. El resto del día transcurrió sin eventualidad alguna, mi hija jugó, cenó y se durmió sin contratiempos.
Pensé que todos los consejeros de los foros que había leído estaban equivocados y decidí que mi hija no había hecho un berrinche, algo inexplicable había pasado pero no se volvería a repetir. En la noche hablé por teléfono con mi mamá y le conté con todo detalle el episodio, antes de terminar mi historia ella se carcajeo y me dijo: -una sopa de tu propio chocolate, bienvenida al mundo de los berrinches-. Cuando le dije que ESO no pudo haber sido un berrinche, me contestó –tú hacías lo mismo, te tirabas al piso, gritabas, no dejabas que nadie te tocará y llorabas hasta dormirte-.
El impacto fue terrible, mi hija, mi angelito y hermoso bombón tenía la capacidad de convertirse en una pequeña y temible criatura, capaz de acabar con mi paciencia e insensible a mis abrazos y cariños. La noticia me dejo helada ¿qué se suponía que tenía que hacer en estos casos?... Esto queridas lectoras se los contaré el viernes… un abrazo berrinchudo. cj
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