Desde hace semanas quería escribir en AF tenía tantos temas y noticias, que escribía en una libreta los títulos para no olvidar las historias. ¿Por qué no las escribía antes? Porque esperaba a que todo “cuajara” para dar la noticia y comenzar con los pormenores de la travesía, porque no quería llamar a la mala suerte haciendo público un hecho que se encontraba en la etapa más delicada y también porque saboreaba el suspenso y la espera.
Pero los planes, llenos de fantasía y
deseo no siempre salen como queremos. Hoy escribo en AF y estás líneas no
tienen nada que ver con los apuntes de mi libreta, hoy escribo para vaciarme,
para entenderme en mis palabras y compartir con quién quiera sumarse. También
escribo para dar, porque si algo me ha servido en estos días son los miles de
testimonios de mamás que no conozco y que como yo han pasado por el duelo que
hoy vivo.
El sábado tuve un aborto. Seis sábados
antes había celebrado y brincado de nervios junto con Juan el resultado
positivo de un puñado de pruebas de embarazo, había pasado la noche en vela
pensando en si debía compartir la noticia tan pronto o no, había pensado en los
cambios que atravesaría mi cuerpo, en la transformación inminente
que tendríamos como familia, en las dificultades de conseguir trabajo en mi
estado, en cómo tomaría mi hija la noticia… había pensado sobre todo en el
viaje que comenzaba y que sin buscarlo recibía con muchísimo gusto.
Las semanas siguientes la vida siguió
igual pero diferente. Me sentía cada día más cansada, mis senos comenzaron a
crecer, lo único que se me antojaba comer eran cosas con limón y sal, no me
bajaba y dos líneas fuertes aparecían en todas las pruebas de embarazo que
utilizaba. No tenía más señales que esas, que sobraban para hacerme sentir que
estaba embarazada.
La primera cita de revisión estaba para
finales de mayo, deseaba llegar al consultorio, platicar la noticia y si era
posible ver la primera imagen del bebé. Pero llegué, platiqué me emocioné y el
ultrasonido me regresó la primera duda, el primer golpe inesperado de esta
historia también inesperada. El bebé no apareció en la imagen y el saco
gestacional no concordaba con las fechas.
Mi doctora dijo que podía ser que
hubiera ovulado más tarde, en cuyo caso tendría menos semanas de embarazo y todo
seguiría sin contratiempos. Me dio cita para quince días después y me pidió que
tratara de estar tranquila.
Juan y yo nos preocupamos. Leímos en
Internet todo lo que encontramos al respecto y decidimos que nuestro caso era
como el de tantas otras parejas que no ven nada en la primera cita y semanas
después ven a su bebé perfecto y escuchan el latido del corazón sin
contratiempo alguno.
Mis amigas me animaron diciendo que eso
pasaba y que a veces era mejor esperar a que avanzara el embarazo solito antes
de apresurar al bebé a salir en su primera foto. Los días se me iban con una
lentitud apabullante, a ratos estaba convencida de que el bebé estaba perfecto
y luego me entraba una ansiedad absoluta al considerar que algo no andaba bien.
Una semana después de la visita a la ginecóloga amanecí hecha un nervio, con la
duda en el fondo de las tripas y la necesidad de saber que estaba pasando
dentro de mí. Fui a hacerme los análisis de rutina que me había mandado la
ginecóloga y pedí también el conteo de la hormona HCG (que no me habían
solicitado pero después de tantas lecturas sabía que podía dar algo de pistas).
La prueba llegó y el conteo era bajo.
Hablé con mi doctora que me dio cita para el día siguiente, pero al platicar
con Juan decidimos posponerla, porque no había pasado suficiente tiempo para
tener certezas con las imágenes o las hormonas. Me relajé y los días siguientes
dejé de pensar, de buscar información y de preocuparme.
Me prometí escuchar a mi cuerpo y confié
en la naturaleza. Si el bebé estaba bien seguiría creciendo, si no, sería mi
cuerpo el que me anunciaría el final de la aventura. El sábado en la tarde
llegó el aviso que no quería recibir, primero con un leve sangrado y luego con
uno mucho más intenso, acompañado de un dolor a oleadas que sacudía mi vientre y
la parte baja de la espalda. Un dolor que durante la noche mecía mis
pensamientos y me ayudaba a elaborar mi despedida.
Pero, ¿cómo te despides de una ilusión?
¿cómo le dices adiós a la fantasía? ¿cómo cierras la historia que acabas de
empezar?. No hay respuesta pero supongo que hay mil maneras.
Una perdida de este tipo es un golpe de
realidad. Una sacudida que te obliga a entender que la vida quieras o no sigue
su curso. El bebé que no habíamos planeado se fue cuando ya lo esperábamos
¿quién se acomoda a todo esto?.
El sábado se cumplirá una semana de la
despedida. Mi cuerpo sigue sangrando. Ya no me duele más que el corazón, que se
despide entre rituales y silencios.
Estamos bien, cada quien a su modo. Juan cansado y Lucía con una necesidad enorme de abrazos y compañía. Yo estoy bien, dando tiempo al dolor y al
cuerpo para sanar y seguir adelante. Deseo correr y despertar
sin sobresaltos. A ratos quisiera saltarme el duelo, pero esta experiencia me ha
devuelto el respeto a la naturaleza. Hay ciclos, formas, señales e instintos
que hemos dejado de observar. Este hijito que se fue tan pronto, me dejó todos
estos aprendizajes en el poquito tiempo que estuvimos juntos.
Un abrazo,
cj
Ilustración Honey Cup
Ánimo, muchacha. Te abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Tere, un abrazo.
EliminarHace 7 años intentamos una inseminacion, tres posibilidades que llamamos do, re, mi. Pusimos todas las ganas, seguimos las instrucciones y cuidados, hicimos planes, nos ilusionamos. Las hormonas haciendo locuras con mi cuerpo. La ilusión y el miedo de hacer la prueba y la decepción y la culpa de que no pegara. No pudimos con las emociones de la pérdida (de eso que nunca estuvo). Decidimos postergar el siguiente tratamiento. Nunca pusimos fecha. No pudimos con las emociones de intentarlo de nuevo. No fue para nosotros vía para hacer familia.
ResponderEliminarTe mando un abrazo grande y a tu familia.