La maternidad me ha hecho entender que en realidad, todo es cuestión de tiempo. Yo soy una persona impulsiva y desesperada, me cuesta trabajo que las cosas no sucedan en el instante en el que las quiero, se me hace difícil esperar y darle tiempo al tiempo.
Desde el embarazo mi hija empezó sutilmente ha decirme que los tiempos serían relativos y que más me valdría conocerla y entenderla bien para que nuestra relación funcionara.
Por cursi y meloso que se escuche fue en el embarazo cuando aprendí a escuchar a mi cuerpo, entendí las señales físicas y emocionales del sueño, descubrí cuando tengo hambre y cuando la invento para evadir algo que no quiero hacer o calmar mis nervios, me di permiso de correr solo cuando se me antojaba y de caminar sintiendo cada parte de mi cuerpo.
Me encantó estar embarazada, compartirme y sentir el crecimiento y desarrollo de mi hija, pero todo esto no fue inmediato. Los primeros meses los pasé decepcionada porque no parecía embarazada, mi vientre todavía no salía lo suficiente y esto me confundía muchísimo. A pesar de haberme hecho una infinidad de pruebas caseras y análisis de sangre que confirmaban mi estado, había mañanas en que la duda era enorme y no podía dejar de preguntarme ¿de verdad estaré embarazada?, me concentraba con todas mis fuerzas para sentir mi vientre habitado pero no sentía nada, a pesar de que esto era lo más lógico y ordinario, algo en todo el asunto me decepcionaba.
Curiosamente empecé a sentir el vaivén de hormonas más en los senos que en el vientre, tuve muy pocas nauseas pero me sentía todo el día agotada, me quedaba dormida en todos lados, flotaba siempre en una especie de limbo entre la realidad y mis fantasías, me costaba trabajo concentrarme y lo que usualmente hacía en quince minutos me llevaba horas enteras.
Los primeros meses no me reconocía y era frustrante porque casi nada en mi apariencia había cambiado, cuando por fin salto un poco de panza me sentí extasiada, no solo era la muestra física de mi embarazo también una especie de permiso para vivir a profundidad todos los cambios que se me presentaban.
El cansancio del primer trimestre se transformó a partir del cuarto mes en un cúmulo desbordado de energía y fuerzas, me sentía invencible, quería hacer todo, pensar todo, resolver problemas, inventar cosas, en fin la mujer maravilla se quedaba corta junto a mis recién adquiridos poderes. Entonces empecé a preocuparme por la primera patada ¿por qué no la he sentido?, ¿en qué momento empezará a moverse?, ¿eso fue una patada o mi intestino?, todo hasta el instante en el que en realidad empezaron las patadas y mi atención se fue a esperar otra señal física de la existencia de mi hija.
Disfrutaba siempre correteando un nuevo cambio, siempre a la espera nunca pausada. El último trimestre mi energía bajo pero subieron las expectativas y el ansía por la llegada se convirtió en desesperación. Cansada de no poder dormir ni acomodarme, atenta a cada patada o movimiento de mi pequeña, los días se empezaron a hacer cada vez más largos.
Yo me había pronosticado que mi hija llegaría una semana antes, como profeta había dictado la sentencia de que nacería en la semana treintainueve, así que cuando esta culminó me sentí desolada ¿por qué no llegaba?, malhumorada entré en la semana cuarenta, con el vientre enorme el hartazgo de la espera, el miedo del parto y la sensación de que nunca llegaría el tan esperado encuentro.
Mi mamá hizo circo, maroma y teatro por entretenerme, mi esposo me llamaba a cada segundo para preguntar por alguna novedad, mi papá cansado de estar lejos de mi mamá y tener que viajar cada fin de semana me pedía entre bromas que por favor me apurara. En un pleito tremendo que tuve con Michelle, mientras lloraba inconsolable por alguna tarugada que nos habíamos dicho, caí en cuenta de que el momento llegaría tarde o temprano y que más me valía aprovechar los últimos momentos en el que mi hija y yo estaríamos habitándonos.
Mi hija nació en la semana cuarenta y uno, cuando ella se sintió lista para salir y conocer el mundo. Aproveché los días previos para observarme, grabar en mi memoria los cambios en mi cuerpo y despedirme del tiempo que compartimos, me hice amiga de los últimos insomnios, me burle de las frecuentes visitas al baño y aproveche los poderes extrasensoriales que te da el embarazo.
A partir del primer encuentro con mi niña, de esa primera vez que nos compartimos y conocimos, he tratado de dejar que las cosas pasen sin apresurarlas, a veces lo logro y otras no, pero no dejo de tener en el campo de mi consciencia el hecho de que el tiempo es tan dúctil cómo queramos hacerlo, no es posible ni justo apresurar el crecimiento de un niño, cada pequeño tiene sus tiempos y formas de irse haciendo en el mundo, nos hemos alejado de los procesos naturales y los tiempos que no se miden con un reloj, pero nunca es tarde para ignorar los calendarios y observar con atención el tiempo de nuestros hijos, ese que pasa entre pestañeos y es imprescindible tatuarnos en la memoria. cj
Ilustración Carmen Lara
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