Olivia es la protagonista de una serie de álbumes ilustrados para niños creados por Ian Falconer. Una cerdita adorable que vuelve loca a su mamá, molesta al perro y no siempre quiere jugar con su hermano, un personaje tan entrañable para los niños que hace poco se convirtió en caricatura.
Sin embargo, Olivia en mi casa y en mi familia es OLIVIA, con mayúsculas y un tono serio mientras se le nombra, su importancia reside en el amor apasionado y sin límites que mi hija le profesa. Es una pequeña puerquita de peluche (la imagen de los cuentos) que mi mamá le compró a mi hija antes de que naciera. Al principio no la pelaba, cuando empezó a interactuar más con monos se la puse en la cuna junto con otros peluches y alrededor de los diez meses ya era la mona con la que se dormía y a la que acudía cuando algo no le parecía. Nosotros empezamos a notar el amor y a llevar a “Oli” a donde quiera que íbamos.
Oli es el “objeto de transición” de mi hija ¿de transición de qué? Se preguntaran, a lo que les respondo que de los brazos y seguridad de mamá y/o papá. El tema es apasionante y diversos psicoanalistas han dedicado mucho a su estudio, yo lo resumiré lo mejor que pueda. Los bebés al nacer no distinguen que son seres independientes de su mamá, los primeros meses creen ser la misma persona; puesto que los cambiamos, alimentamos, bañamos y sobre todo abrazamos y besamos al por mayor, no distinguen que su mamá es alguien ajeno a ellos, cuando empiezan a gatear y luego a caminar, no solo se dan cuenta de que el mundo es enorme y hay mucho por explorar, también constatan que su mamá y él o ella no son uno solo, descubrimiento que les causa muchísima ansiedad.
Los monos, cobijitas, chupones, trapos y sin fin de aditamentos que eligen nuestros hijos para dormir, acurrucarse y pasar el rato cuando están tristes, funcionan un poco como amuletos les ayudan a sentirse seguros cuando no estamos o cuando estamos pero no los tenemos en brazos y les estamos dando toda nuestra atención.
A estos objetos los quieren de verdad los identifican de entre otros monos, trapos o cobijas y empiezan a tratarlos como si fueran una persona, por lo que no solo los abrazan, besan y babean a su antojo, también los avientan, pisan y muerden (ojalá y así no traten a otra persona), es chistoso pero empiezan a descubrir ciertos límites a través de sus monos.
Mi tatito o tato, el objeto de transición de mi infancia, fue ni más ni menos que un camisón de mi mamá, mis papás me cuentan que me gustaba porque era muy suave y podía fácilmente hacerle tatito (acción que consistía en acariciar la tela mientras me chupaba el dedo), como me veía fatal danzando por todos lados con semejante camisón, mi mamá decidió cortarlo así además tenía repuestos para el tato, mismos que no sirvieron de nada cuando en un viaje el tatito en turno se me perdió en un supermercado, al que más tarde cándidamente volvió mi papá con la esperanza de encontrarlo.
Yo tenía mi tatito, Michelle su malila (una espantosa almohadita que hizo mi mamá) ¡que aunque no lo crean aún conserva!, mi hermano su rolote (un osito que mi mamá cosió y remendó innumerable veces), mi sobrina tiene a su fufu, mi ahijado a su oso y bueno como ya les conté mi hija a Ovivia (como ella la llama).
Yo por suerte tengo una Oli de repuesto que alterno con la primera para que se hagan viejas al mismo tiempo y se empuerquen y gasten al parejo porque para acabarla de amolar lo importante no es solo el mono sino los olores a babas, lágrimas y mocos que emanan de los mismos, las partecitas deshiladas que les sirven para sobar y las peculiaridades que el uso, el tiempo y nuestros pequeños les van confiriendo. Aún recuerdo cuando mi mamá se atrevió a lavarle a mi mejor amiga del kínder un popple morado (si fueron niñas en los ochentas seguramente los recuerdan eran unos monos raros que se podían hacer como una pelota) que amaba y adoraba, mi amiga lloraba desconsolada mientras mi mamá se disculpaba con el mundo por semejante atrevimiento.
En fin, como quiera que sea aprovechen, disfruten, fotografíen y por sobre todas las cosas cuiden muy bien a estos pequeños compañeros de sus hijos, pues quién sabe que puede pasar si se pierden antes de que llegue el momento de decirles adiós para siempre. cj
Ilustración Carmen Lara
jajaja yo soy la del popple y todavía no entiendo como Car se atrevió a lavarlo!!! Por cierto, todavía lo tengo, aunque ya no duermo con él... Besos
ResponderEliminarMo, que emoción leerte, no sabes la risa que me entró al recordar toda la escena. Te mando un abrazo enorme. cj.
ResponderEliminarMi hija tiene a pipo y como tu tengo varios que van y vienen por cualquier perdida. Besos
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