Cuando mi hija cumplió ocho meses mi esposo y yo empezamos a pensar en llevarla a la guardería. Desde el mes de nacida ella pasaba el día entero en el Centro Universitario en el que los dos trabajábamos. Le encantaba estar por ahí, que profesores y alumnos la saludaran, visitar salones y jugar con todo lo que encontraba a su paso. Ella podía con la rutina que llevábamos, nosotros en cambio, vivíamos desvelados y cansados.
Nos planteamos la posibilidad de que yo dejara de trabajar pero llegamos a la conclusión de que no era el momento de hacerlo. Cada vez que tocábamos el tema de la guardería yo terminaba llorando, sintiéndome la peor de las madres y haciendo acopio de todas las fuerzas que me quedaban para mantener la extenuante rutina en la que vivíamos. Bajé todos los kilos del mundo y vivía entre la culpa, la preocupación y la decisión que no me atrevía a tomar.
Y es que en mi mente, la guardería era lo peor que le podía pasar a un bebé. Yo crecí con una mamá de tiempo completo, cuando estudié psicología me encantó la teoría del apego, admiraba y apoyaba la decisión de Michelle de pasar el día entero con su hijo, en pocas palabras: sabía hasta el tuétano que lo mejor para los bebés es tener a su mamá cerca durante los primeros años.
Lamentablemente vivía en una ciudad en la que mis conocidos cumplían la misma jornada laboral de ocho horas que yo. Las opciones eran dos 1) conseguir a alguien que cuidara a mi hija en la casa o 2) buscar una guardería.
La primera opción la descartamos porque mi hija estaba tan acostumbrada a estar fuera de casa que quedarse toda la mañana encerrada la hubiera vuelto loca. Así que optamos por la segunda y empezamos a buscar una guardería.
Al principio parecía que estaba buscando una universidad, cuestionaba cada cosa del lugar y pedía que me describieran el método educativo que llevaban y demás especificidades, las maestras que no estaban acostumbradas a eso se me quedaban viendo como si estuviera loca. Después de ponerle peros a unos cuantos lugares decidí que lo más importante era que fuera un lugar seguro, limpio y con suficiente personal para atender a los pequeños.
Cuando por fin nos decidimos nos trataron como si la institución efectivamente fuera una universidad, nos solicitaron todo tipo de papeles y material y nos interrogaron durante casi dos horas sobre cada detalle de la vida de nuestra hija. Cuando todo estuvo listo ¡llegó el día!.
Con cámara en mano y el estómago revuelto nos acercamos a la puerta de entrada, según nosotros le explicamos a nuestra hija las actividades del día y avanzamos hasta el famoso filtro (espacio en el que reciben a los pequeños les toman la temperatura, revisan el pañal y cuestionan a los padres sobre la salud y el porvenir de su hijo). Todo estaba en orden, solo faltaba dejarla.
La que en ese momento se convirtió en su primera maestra la cargo y abrazo dándole la bienvenida, volteó hacía mí y con muchísima sensibilidad y ternura me dijo –no se preocupe señora, su hija va a estar bien, aquí se la cuidamos- tomó la manita de mi hija y la ayudo a despedirse, yo me aguante las ganas de llorar y patalear frente a la reja y vi como se la llevaban, mientras mi esposo me conducía hacía el coche.
Fueron tres horas eternas en las que no me separé del celular y vi el reloj cada cinco minutos, a la hora de ir por ella, nos la entregaron sonriente y tranquila. Las mañanas que siguieron se repitió la escena: filtro, despedida, condolencia por parte de la maestra, etc. Mi hija nunca lloró y siempre salía contenta. Poco a poco me fui haciendo a la idea de la guarde, la maestra me contaba y escribía los pormenores de las tres horas que mi niña pasaba con ella y atendía siempre amable mis dudas y preguntas.
He cambiado radicalmente mi postura sobre las guarderías, estoy convencida de que si uno encuentra el lugar y a la maestra adecuada son espacios de una enorme riqueza para los bebés y un gran apoyo para los papás. cj
Yo aun no tengo la dicha de ser madre, porque no estoy lista, pero mi mamá es educadora, trabajó en CENDIs y cuando yo tenía como 4 años abrió su propio jardín de niños además de estancia infaltil para lactantes. Nos cuenta sus experiencias, me tocó vivir varias ya estando más grande, cuando pasaba mis ratos libres con ella en el jardín de niños.. Y creo que el punto importante aqui es, que las guarderías no son malas cuando se encuentra la ideal, siempre y cuando sea un complemento de la educación y el amor en casa, sirve de refuerzo para las enseñanzas de los papás, los niños conviven con otros contextos, aprenden a compartir, a escuchar, a ser tolerantes, esperar su turno, saberse parte de comunidades más allá el entorno familiar, a hacerse entender, a equivocarse, participar etc.
ResponderEliminarPero también hay infinidad de casos de niños que son depositados cual mercancía, por HORAS y HORAS al día... y que reflejan una carencia total de congruencia entre lo que aprenden y que después les contradicen en casa. Entiendo que hay mamás y papás que no pueden quedarse en casa, ni dar tiempo de calidad a sus bebés e hijos, pero de ningún modo lo justifico, aunque se la guardería mas cara, la mas vanguardista o la mejor. No hay nada como la guía de una mamá, la compañía del papá... Felicidades por ser conciente de ello, y... ¡Qué bonito blog! :)