Es muy cierto cuando dicen que tener un bebé pone a prueba a cualquier pareja, por más estable o perfecta que parezca, y la mía no fue la excepción. Aún cuando mi embarazo fue planeado y deseado, nunca imaginamos que nuestra vida cambiaría tan radicalmente cuando llegara el tercer miembro de la familia (o cuarto, si contamos a Pancho nuestro perro).
Durante el embarazo vivimos juntos la incertidumbre de si convenía o no que yo dejara mi trabajo, pensábamos en las implicaciones de vivir de un solo sueldo considerando las deudas y los gastos futuros, y lo mucho que valía hacer algunos sacrificios para que yo me quedara en la casa con mi hijo. Afortunadamente siempre me sentí apoyada, pero en ese momento yo seguía trabajando y llevando mi vida normalmente, y no sabía con certeza lo que me esperaba en los siguientes meses.
Ya les he platicado lo que fueron para mí los primeros días después de la tan esperada llegada, y como es obvio, todas mis frustraciones y sufrimientos los tenía que descargar con alguien, para pésima suerte de mi esposo.
No podemos negar, que así como las mujeres somos afortunadas por ser las únicas que podemos llevar en nuestro vientre a otro ser humano, así como el resto de las maravillas de las que somos capaces, y que desde que tenemos uso de razón nos inculcan, por momentos es inevitable que nos sintamos en desventaja.
Durante el embarazo nos inflamos poco a poco, y en las últimas semanas llevamos un gigantesco balón que nos agota y nos hincha las piernas; el parto no es la experiencia más divertida que digamos, o cuando menos no lo fue en mi caso que pase por horas enteras de terribles contracciones, para que finalmente mi hijo naciera mediante cesárea; y así la lactancia, y el resto de las implicaciones de ser mujer.
Todos esos cambios y pasos difíciles se comparten para bien o para mal, pero siendo honestas, creo que todas pasamos por esos instantes en los que nos dan ganas de patear a nuestra pareja cuando ronca, mientras nosotras le damos de comer al bebé en la madrugada, porque “ellos no pueden amamantar”, o porque al día siguiente madrugan para irse a la oficina.
La mayoría de las mujeres que disfrutamos del trabajo y del ejercicio de nuestra profesión, inevitablemente sufrimos una silenciosa frustración cuando dejamos todo para dedicarnos a ser mamás de tiempo completo, y en mi caso, esa situación me orilló a vivir en un constante reclamo hacia mi esposo; “Claro, tú estás fresco porque dormiste toda la noche, en cambio yo me desperté doce veces a darle de comer y cambiarle el pañal al niño”, ó, “seguro no tienes hambre porque comiste delicioso con tus cuates del trabajo, mientras que yo no he podido ni bajar a la cocina porque el bebé quiere estar cargado todo el tiempo”, ó, “ahora si ni te me acerques porque ni tiempo tuve de bañarme ni lavarme los dientes”.
Afortunadamente como todo en la vida, esa etapa pasó, y poco a poco me desprendí de mi antigua realidad y empecé a disfrutar el momento, entendí lo afortunada que soy de poder compartir con mi hijo cada instante de su vida, y sin justificar algunas incomprensiones por parte de mi esposo, también acepté lo difícil que era para el estar con nuestro hijo solo un par de horas al día, y encima llegar a la casa y tener que aguantar a una esposa histérica y al borde de la locura. mj
Ilustración Carmen Lara
Definitavamente, es muy difícil empatar tantos aspectos en el ejercicio diario de vivir como mujer. En mi caso, entregué el último trabajo del momento dos días antes de que nacieran cada uno de mis hijos y un mes después ya merodeaba los institutos de CU con el hijo en brazos para acudir a llamadas desesperadas que me hacían reclamando que la persona que había recomendado en mi ausencia no llenaba las espectativas. Eso me hizo sentir importante, me llevó a pensar que seguía viva, que había vida más allá de los horarios de lactancia y las estancias aisladas que me solicita mi vida como madre. Ha sido hermoso seguir trabajando de esta manera freelancera, sin embargo, ni las prisas ni el estrés son buenos amigos. A mí me parece muy valiente que una mujer tan exitosa, deje a un lado esa parte de sí por un tiempo para volcarse a ser mamá. La inteligencia no se desgasta, la audacia se pule y nos volvemos más hábiles siendo mamás, como les digo a mis hijos: "uno debe ser inteligente pa todos lados".. les da risa, pero sí creo que ser mamás agiliza nuestro sentido de estar vivas y de ser selectivas, así que, disfruta este tiempo de bendición que la vida te presta por un rato.
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