jueves, 30 de junio de 2011

Las necesidades innecesarias



Como es natural, cuando te enteras de que vas a ser mamá empiezas a pensar en todo lo que necesitas para que cuando tu bebé nazca, no te haga falta absolutamente nada para atenderlo y cuidarlo. Desafortunadamente, y creo que nos pasa más a las mamás primerizas, todas las marcas de productos para bebés y demás aditamentos para su cuidado, se aprovechan de la inocencia, y por qué no decirlo, de la ignorancia de los padres que solo buscamos evitarles dolores, sufrimientos e incomodidades a nuestros hijos.
Mi caso no fue la excepción, cuando entraba a una tienda se me caía la baba al ver los diminutos ajuares para los bebés, desde la ropita para los prematuros que parece de muñecos, pasando por los recién nacidos, y así en adelante para todas las edades. Cuando nació mi hijo, me llevé cuando menos cinco trajesitos diferentes para que estuviera guapísimo cuando llegaran las visitas, sobra decir que pasó los días en el mameluco descolorido con el nombre del hospital, y me lo entregaron con un traje de cazador en el que prácticamente nadaba.
Con la ropa en realidad no hay pierde, porque aunque te regalen mucha y otro tanto tú la compres, es algo que los bebés obligatoriamente van a necesitar; la única desventaja es que crecen tan rápido, que solo tienes oportunidad de usarla un par de veces.
Pero lo que verdaderamente despierta mi asombro, es la serie de necesidades que se empiezan a crear con la saturada oferta de productos inútiles e inservibles. Y digo que se empiezan a crear, porque o bien podemos prescindir de ellos, o son productos nuevos que te ponen a pensar ¿y cómo le hacían las mamás de antes sin esta cosa estrafalaria?.
Yo por ejemplo, tuve una pésima experiencia con algunos productos relacionados con la lactancia; compré un sacaleches manual, que lo único que me provocó fue un tonificado bíceps en mi brazo derecho, pero nunca logré extraer suficiente leche para una toma. Igualmente compré sofisticadas pezoneras que pensé que solucionarían mi intenso dolor al amamantar, mi hijo lloró cuando usé las más caras y diseñadas anatómicamente, y en cambio funcionó la que compro mi esposo en la farmacia, horrible y amarilla, ya en el último intento por atenuar mi sufrimiento.
Igualmente, como en todo lo relacionado con la maternidad, nos hemos llevado sorpresas con productos que creíamos eran absurdos, como por ejemplo el bote de basura para pañales, que su función principal es aislar los olores; mi cuñado nos lo llevó al hospital el día que nació mi hijo, y yo sinceramente pensé que no lo necesitábamos, “¿cómo un pañal con popó de semejante criaturita iba a causar que toda la casa apestara?”…pues ahora puedo decir, sin temor a equivocarme, que ha sido uno de los mejores regalos que nos han hecho, porque de lo contrario, mi esposo, el perro y yo tendríamos que usar máscaras de oxígeno durante y después de cada cambio de pañal.
Mi recomendación, es que pensemos dos veces antes de comprar algo por la publicidad convincente, y también ayuda mucho preguntarles a otras mamás si han usado tal o cual producto para saber si funciona o es una compra inútil. Parece que no, pero sin darnos cuenta gastamos muchísimo dinero que bien podríamos ahorrar para otros gastos más importantes que se nos presentarán en un futuro; finalmente un hijo, además de la dicha más grande, la felicidad absoluta, el amor incondicional…¡¡es un gasto tremendo!!. mj

Ilustración: Carmen Lara

miércoles, 29 de junio de 2011

Misión imposible: hacer la maleta...


Preparar la maleta siempre es un asunto de cuidado. Antes de ser mamá con la emoción de un viaje en puerta empacaba pensando en lo que haría en las vacaciones, si el lugar era caluroso o estaba junto al mar sacaba traje de baño, gorro, chanclas y demás; si por el contrario el clima de mi destino era más bien frio empacaba para vestirme en capas y como una cebolla ir poco a poco pelando toda mi indumentaria según el frio o calor. En ese tiempo no me gustaba nada tener que hacer la maleta siempre me detenía demasiado tiempo pensando en qué zapatos llevar o probando la mejor bolsa para no llevar demasiado pero tampoco limitarme el espacio. Me quejaba antes de hacer la maleta y cuando tenía que rehacerla para regresar a casa.

Ahora me doy cuenta que mis quejas no tenían fundamento alguno, empacar para uno mismo es la cosa más sencilla, siempre y cuando no falte la ropa interior un par de jeans y unas cuantas camisetas no hay mayor problema. En cambio hacer una maleta para pasar una semana fuera de casa con mi hija de dieciséis meses fue como ir mil veces al súper pararte frente a la entrada y pensar ¿a qué vine? ¿qué me hace falta?.

Todo empieza cuando abres sus cajones  y te topas con  la diminuta ropa, ves las pequeñas camisetitas en las que sabes tu hija se ve hermosa y puede embarrarse a su antojo, luego los pantalones, las pijamas, los pañaleros, el coquetísimo traje de baño que le regalo su bisabuela, los calcetines, los zapatos, los vestidos (que nunca usa pero que se le verían divinos ahora que conozca a la familia), los shorts. Ves todo y de repente sientes que te tienes que llevar su closet completo. Respiras profundo y tratas de descartar algunas cosas, en principio las chamarras y los pants calurosos no tienen por qué ir a un lugar en el que hace un calor infernal, los deshechas y sigues viendo, eliges solo dos pantalones sin estar convencida de que sean suficientes, te llevas todas las playeras y camisas que tiene, luego recapacitas y te das cuenta de que ocho playeras y cuatro camisas para una semana son demasiadas, dejas la mitad y sigues, dudas en el tema de los pañaleros ¿son cómo la ropa interior de los bebés no?, entonces ¿hay que llevarlos o no? Si yo voy a llevar chones y bras, lo justo es que mi hija traiga pañalero saco cuatro los doblo y meto en la maleta, después de un rato pienso que la pobre que de por sí es muy calurosa se va a cocinar con ellos, los saco, meto los tres juegos de shorts y camiseta que tiene, y luego me debato por un buen rato sobre el asunto de los vestidos, al final meto cuatro, por si vamos a un lugar elegante o para que la vean linda en las mañanas, me llevo todos los zapatos que le quedan  y pijamas para frio, para calor y para climas templados.

Cuando creo que por fin terminé empiezo nuevamente a dudar, ¿qué tal si el aire acondicionado está muy fuerte y le da frio?, ¿y si se ensucia y no tengo cambios suficientes?, ¿le llevaré una toalla?, en medio de mis cavilaciones mi esposo me anuncia que faltan quince minutos para que sea la hora en la que quedamos de pasar por mi mamá, entro en pánico, veo la maleta repleta de la ropita de mi hija y me doy cuenta de que no he metido NADA para mí, como loca descuelgo y cuelgo ropa de mi closet, sin ver qué es meto una bola de ropa a la maleta, y luego voy por SU crema, medicina, liguitas, cepillo y demás, guardo mis cosméticos y doy por concluida la misión de empaque.

Bajo las escaleras y me doy cuenta que no he empacado: biberones, baberos, vaso de agua, juguetes, libros, pomada contra los moscos, pomada para los piquetes de moscos, medicina por si los mocos, medicina por si la diarrea, sus chupones y su adorada mona con la que se tiene que dormir. Mi esposo me ve desconcertado me anuncia que vamos cinco minutos tarde y va empacando a mi hija en sus sillita del coche, subo y bajo sin tener la menor idea de lo que hago, agarro un montón de porquerías que sé que no me van a servir de nada pero que en ese momento me hacen sentir mejor preparada.

Me subo al coche que ya casi va a media calle, mi esposo suelta tranquilo una pregunta que me parece un insulto ¿traes los pasaportes?, lo veo y sé que no los traigo, hago como que reviso mi bolsa, me bajo, azoto la puerta y entro a la casa a sacar esos malditos cuadernitos verdes, los tomo con fuerza y me subo de nuevo al coche. Ya vamos veinte minutos tarde, suena mi celular y veo un mensaje de mi mamá: pasaportes, visas, chupis, Oli, tupper naranja con cheerios, abua, etc. NO OLVIDAR. Lqm.

A estas alturas ya llegamos a su casa, -hola mi reina te mande un mensaje- -hola mamá, si ya lo vi, no sé si traigo todo y YO me voy a vestir horrible todo el viaje porque apenas y alcancé a hacer MI maleta (todo esto se lo digo con cara de muy pocos amigos y un tono de: mamá ni se te ocurra en este momento mencionarme una cosa más que pude haber olvidado).

El viaje queridas lectoras transcurrió sin contratiempos (sólo uno que luego me daré vuelo contándoles), mi adorada hija uso menos de la mitad de todo el ajuar que con esmero le prepare y en efecto yo me vestí horrible todos los días. Un abrazo, ya las extrañaba… cj

Ilustración Carmen Lara

lunes, 27 de junio de 2011

¡El avión!


Me acuerdo cuando de niña viajaba con mis papás, y en el avion nos tocaba la tipica pareja joven con el bebe llorón justo atrás, todo el vuelo pensaba en como era posible que no controlaran a su bestia que iba pateando y gritando cual guacamaya, picando cada botón y abriendo la mesita. Todos nos volteábamos a ver con la clásica mirada de no puede ser, que alguien les diga algo, y mis papás nos seguían la corriente como si a ellos también les pareciera extraordinario e irresponsable.

En nuestras vacaciones de la semana pasada, muchos años después, a nosotros nos toco ser la pareja joven (o eso creemos) con la bestia en el avión. Puedo decir con honestidad, que mi esposo y yo hicimos todos los esfuerzos humanamente posibles por mantener a nuestro hijo distraído, entretenido, alejado de todos los vecinos colindantes y, con intentos fallidos, dormido.

Y es que la verdad las aerolíneas, aeropuertos, y demás instalaciones y personas con las que uno tiene que convivir y lidiar cuando viaja, piensan muy poco en los niños, y mucho menos en los papás de los niños. No hay zonas seguras para entretenerlos y cansarlos si tienes que hacer una conexión, no hay preferencia en las eternas filas para registrar el equipaje, de hecho, no hay ninguna consideración para los pobres bebes aburridos, desesperados y cansados.

Tuvimos que tomar dos vuelos, tanto de ida como de regreso; de ida todavía estábamos frescos como lechugas, y nos parecía simpatico que se nos acercaran otros pasajeros a hacernos toda clase de preguntas absurdas acerca de nuestro hijo, todos íbamos emocionados por ver a la familia y por todo lo que habíamos planeado para la semana. De regreso, ya agotados, fingíamos la sonrisa cuando alguien se dirigía hacia nosotros, y casi matamos a la azafata que llego a platicarle al niñito cuando estaba a punto de quedarse dormido y dejarnos descansar por lo menos unos minutos.

No cabe duda que viajar con niños chicos es toda una experiencia, hay que cargar con la alacena por si les da sed o hambre, con libros para leerles, con el mono con el que se duermen, con cobija por que el aire acondicionado tortura, con una decena de pañales, con un cambio de ropa cuando menos, y la lista es interminable. Ademas, te tienes que convertir en contorsionista de circo porque todos los lugares son mínimos, no hay suficiente espacio para poner las cosas en el compartimento de arriba, entonces hay que llevar la pañalera y demás curiosidades entre las piernas por si algo se ofrece.

Lo mejor de todos los viajes, ademas de divertirte, disfrutar a la familia, conocer nuevos lugares, etc., es regresar a tu casa; ese sentimiento cuando vienes de regreso de "hoy por fin todos dormiremos en nuestra cama" es inigualable, y nosotros todavía lo estamos disfrutando, mi hijo se estira y ronca como un lirón.

Aprovecho para darles las gracias a las lectoras de ácido fólico por darnos una semana de vacaciones, ahora si regresamos con toda la energía, con muchas historias y anécdotas que compartir, y sobre todo, con muchas ganas de reír y llorar con ustedes. mj

viernes, 17 de junio de 2011

¡Un Mes de AF!


¡Increíble pero el sábado 18 de junio AF cumple un mes! Pronto dejará de ser recién nacido y empezará con más gracias y nuevos gestos. Estamos ansiosas por ver hasta donde llega esta aventura, contentas por sus respuestas y anécdotas y ante todo muy agradecidas por que nos leen.

La idea es no dejar de platicar sobre la maternidad, hacer del lenguaje nuestro mejor aliado y poco a poco alzar nuestra voz a favor de lo que implica ser mamá y/o papá.

Los temas no se acaban, siempre encontraremos nuevas historias y asuntos sobre los cuales escribir, pero queremos que efectivamente AF sea un dialogo por ello sus opiniones y sugerencias son fundamentales. Pueden dejar sus comentarios en el blog, escribir al correo acidofolicoblog@gmail.com, o seguirnos y comentar en Facebook o Tweeter.

Hemos charlado con algunos especialistas en temas relacionados con la maternidad que gustosos serán asesores de AF, esto no quiere decir que el espacio se volverá un sitio de consultas, al contrario, lo que buscamos es seguir con estas charlas de café y salpicarlas con información oportuna sobre los temas que tocamos.

 Un brindis por este primer mes compartido. Con cariño. AF

Collage Carmen Lara

jueves, 16 de junio de 2011

¡Qué belleza!


Hoy pondré a prueba a las y los lectores de Ácido Fólico. Para empezar les voy a pedir que cierren los ojos y recuerden el momento en el que conocieron por primera vez a su hijo, hija, nieto, nieta, sobrino, sobrina o cualquier pequeño que por razones especiales ocupa un lugar importante en sus afectos.

¿ya tienen la imagen?...


¿Qué imágenes inundaron su mente y desbordaron su corazón? (si quieren escríbanlas en los comentarios antes de terminar de leer, si no pueden dejar comentarios porque quién sabe que se ha confabulado en contra de esta sección de AF, manden un correo a acifofolicoblog@gmail.com) si no quieren escribir nada no se preocupen las seguimos queriendo…

Cuando yo hago este experimento lo primero que veo es un cuerpito largo y blanco como la leche, unas manitas que me parecen demasiado grandes, una carita roja y frunciendo el seño molesta por la luz y una hermosa cabeza repleta de cabello negro. Esa es la primera imagen que tengo de mi hija. Segundos después de abandonar mi vientre y mientras el pediatra la revisa y viste.

Cuando por fin me la acercan constato que efectivamente mi hija es color cereza, la olfateo cómo si fuera un perro y me pierdo en las sensaciones que despiertan en mi interior: es mi hija ¡ya soy mamá!, ¡no puede ser, ese pequeño bultito greñudo es mío!, pienso: ¡hola hijita mucho gusto!.

Se la llevan un rato y cuando volvemos a encontrarnos vuelvo a beberme cada parte de su diminuto cuerpo. Las uñas curveadas, las pestañas que le impiden abrir bien los ojos, su hermosa y mínima nariz, su boca color frambuesa… No es porque sea mi hija pero es realmente hermosa, increíble que nos haya salido tan bonita y ¡sana que es lo más importante!

El monólogo anterior me lo repito cada vez que tengo en brazos a mi pequeña, cuando llegan mis papás comentamos todos la hermosura y perfección de la recién llegada, cada visita me felicita y yo los obligo (sin darme cuenta) a decir que mi pequeña es la estampa de la belleza, cuando todos se van mi esposo y yo la observamos incrédulos: ¡es hermosa!

Los días pasan y yo sigo idolatrando a mi niña, aunque cada vez me resulta más familiar no deja de maravillarme su perfección. Cuando la desvisto para bañarla contemplo extasiada su cuerpo a escala, la peino, la visto y revivo el viejo sentimiento que experimentaba al jugar a las muñecas.

Si, si, si pensarán otra melosa historia de cómo una madre perdió el juicio ante su hija, nada nuevo ¿verdad? En efecto: nada nuevo. Pero les puedo asegurar que si hicieron sin trampas el experimento que les sugerí al inicio de este escrito, sus recuerdos no distan mucho de los míos. La revisión pormenorizada del pequeño, el olfateo descontrolado, la mezcla de asombro e incredulidad al constatar que ese perfecto ser tiene o tendrá una relación cercana contigo.

Los recién nacidos están diseñados para robarse nuestro corazón. Su olor, color y forma está hecho para que perdamos el sentido y nos sintamos más livianos y atentos a ellos en cuanto los vemos. La naturaleza los hace irresistibles, para que así no exista cansancio, dolor o pena que nos impida cuidarlos (aunque tristemente hay excepciones).

No conozco una sola mamá que al ver a su hijo o hija por primera vez diga: ¡pero que espanto, hijito te quiero mucho pero estás horrendo! Es casi imposible que esto suceda porque en ese momento a nuestros ojos son lo más hermoso que existe en la galaxia.

El tiempo va pasando y cada vez los vemos más chulos; unas semanas después porque ya no están hinchados, más adelante porque ya abrieron los ojos y ¡o sorpresa, son azules, verdes o grises! (el dulce engaño de los ojos claros), en los primeros meses porque están gorditos y queremos devorarlos, luego porque ya empiezan a moverse y nos hacen presas de su arma secreta: la sonrisa. Esa sonrisa que hace que nuestro corazón experimente un gozo profundo y dulce. Y bueno… la lista es larguísima, nuestro pequeño es un seductor que a mano a armada nos deshace y transforma en las personas más cursis, melosas y apasionadas.

La trampa queridas lectoras radica en qué (siento muchísimo tener que darles la noticia) nuestros hijos ni nacieron ni son los más hermosos del planeta. Mi esposo y yo caímos en cuenta de este hecho una tarde en la que decidimos ver las miles de fotos que tenemos de nuestra hija y ¡¡¡no puede ser!!! La verdad, la verdad es que era… mmmmmmm cómo decirlo, cómo cómo, bueno pues era más bien un poquitito fea. No fea, fea, pero estaba hinchada, color jitomate, con una melena negra y despeinada y una mínima naricita llena de puntos blancos. El shock no fue menor al constatar que las siguientes semanas tampoco era tan enteramente bella, se le cayó el pelo y lo que yo veía como una preciosísima cabellera consistía más bien en un puñado de pelos larguísimos en la parte superior de la cabeza acompañada de una calvicie evidente en todo el resto, además tenía unos cachetes de concurso y un cuerpo divinamente desproporcionado.

Cuando les comenté a mis papás (a manera de confesión) que la verdad, la verdad es que mi hija no había sido tan hermosa como yo la había visto, mi mamá alarmada me dijo -¡ahorita está muuucho más bonita, pero siempre ha sido hermosa ¿cómo puedes decir que era fea?- mi papá soltó una carcajada y dijo – todos los recién nacidos son espantosos, ahorita ya es una niñita y está linda, pero si estaba fea, los vemos bonitos porque los queremos-, claro que Michelle saltó a la charla y ni tarda ni perezosa dijo –pues mi hijo es la excepción, él siempre ha estado hermoso-, a lo que mi papá le contestó: -no también estaba horrendo, se le veían los cables de tan pelón, estaba medio morado y parecía un monjecito- después de esto no pudimos más que reír a carcajadas y pensar que ahora sí, nuestros hijos son lo más hermoso que existe en el planeta. ¿y ustedes qué opinan de sus querubines?. cj

Ilustración Carmen Lara

miércoles, 15 de junio de 2011

La estancia perfecta


En un principio, yo tenia el mismo concepto de la guardería que tenia Carol, lo veía como un lugar al que llevas a tus hijos unicamente cuando no tienes oportunidad de quedarte en tu casa a cuidarlos, como un lugar algo inhóspito e impersonal, en donde los niños son solo uno mas del montón y que lloran por largos ratos sin que nadie los atienda, pero como en todo lo relacionado con la maternidad, me he llevado muy gratas sorpresas.

Es verdad que yo tuve la fortuna de cuidar a mi hijo de tiempo completo, y a pesar de algunas piedras en el camino, y de que me he topado con grandes dificultades por mi falta de experiencia, lo he disfrutado tremendamente. Sin embargo, cuando cumplió al rededor de diez meses, que ya era mucho mas independiente, gateaba y se detenía con todos los muebles de la casa y arrasaba con todo lo que se le atravesaba, empece a notarlo frustrado por mis innumerables restricciones para desenvolverse libremente en el espacio en el que vivimos, además de las también limitadas actividades y diversiones que yo le ofrecía en los largos días.

Empece por buscar opciones, y como es natural en una ciudad grande como en la que vivimos, encontré decenas de propuestas de escuelas y lugares que ofrecen el servicio de guardería o estancia infantil, pero muy pocos me parecieron adecuados para lo que yo estaba buscando. Solo quería llevarlo unas pocas horas al dia para que jugara con otros niños, para que tuviera un espacio sin restricciones y conociera a otros adultos en los que confiara y de los que pudiera aprender.

Como caído del cielo encontré el lugar perfecto, cerca de nuestra casa, con unas instalaciones apantalladoras, y lo mas importante, integrado por especialistas que aman a los niños y los tratan como si fueran propios. En ese momento me sentí aliviada y contenta, pensaba en ese tiempo que los dos podríamos disfrutar todos los días, él jugando en un lugar seguro, y yo distraída en una actividad que no tuviera que ver con la maternidad, y de preferencia tuviera que ver con mi profesión.

Finalmente lo inscribimos, cumplimos con los miles de requisitos, y llevamos el material que nos solicitaron (pañales, un cambio de ropa, cepillo de dientes, cepillo para el pelo, vaso entrenador, etc.). A diferencia de muchas mamás, que aseguran que el dia en que por primera vez sus hijos vayan a la escuela van a llorar y a sentirse desoladas, yo me sentí tranquila y satisfecha, porque ademas mi hijo no mostró señales de inconformidad o de sufrimiento alguno. Los primeros tres días estuvimos en el proceso de adaptación, yo estaba un rato en su salón para que él me identificara en ese espacio, y después me salía para que conviviera con sus compañeros y se acostumbrara finalmente a la nueva comunidad a la que pertenecía.

Admito que las primeras semanas cuando me topaba con amigas o conocidas, y me preguntaban por mi hijo, yo me hacía chiquita cuando les respondía que estaba en la escuela, y de inmediato surgían las preguntas: ¿Cómo que en la escuela?, ¿No está demasiado joven?, ¿Ya estás trabajando?, ¿Y que haces cuando lo dejas?, incluso me hacían comentarios tan absurdos como "seguro te regresas a tu casa a dormir un rato".
La realidad es que nunca lo he hecho, las horas en las que mi hijo esta en la escuela yo las aprovecho para hacer miles de cosas que prefiero evitarlas cuando estoy con el, que implican estar horas en el coche caluroso, o que simplemente requieren de toda mi atención, misma que el merece al cien por ciento cuando estamos juntos.

Al dia de hoy ya lleva poco mas de cuatro meses en la escuela, semana con semana veo como avanza y descubre cosas nuevas, incluso puedo decir que lo veo adelantado con respecto a otros niños de su edad, y lo mas importante es que lo veo feliz. Igualmente yo, poco a poco he encontrado actividades que disfruto y que me hacen sentir productiva, lo que finalmente me convierte en una mujer plena en todos los sentidos.

Hoy ya no me muestro tímida cuando me preguntan si llevo a mi hijo a la guardería, por el contrario, presumo sus logros, sus avances y alguno que otro truco que le han enseñado sus maestras. Y con seguridad puedo decir, que nunca me había sentido tan orgullosa y feliz, como en mi primer festival del día de las madres cuando bailó en un escenario, en frente de un gran público, y con un bonche de niños llorando como acompañamiento. mj

martes, 14 de junio de 2011

La guardería...


Cuando mi hija cumplió ocho meses mi esposo  y yo empezamos a pensar en llevarla a la guardería. Desde el mes de nacida ella pasaba el día entero en el Centro Universitario en el que los dos trabajábamos. Le encantaba estar por ahí, que profesores y alumnos la saludaran, visitar salones y jugar con todo lo que encontraba a su paso. Ella podía con la rutina que llevábamos, nosotros en cambio, vivíamos desvelados y cansados.

Nos planteamos la posibilidad de que yo dejara de trabajar pero llegamos a la conclusión de que no era el momento de hacerlo. Cada vez que tocábamos el tema de la guardería yo terminaba llorando, sintiéndome la peor de las madres y haciendo acopio de todas las fuerzas que me quedaban para mantener la extenuante rutina en la que vivíamos. Bajé todos los kilos del mundo y vivía entre la culpa, la preocupación y la decisión que no me atrevía a tomar.

Y es que en mi mente, la guardería era lo peor que le podía pasar a un bebé. Yo crecí con una mamá de tiempo completo, cuando estudié psicología me encantó la teoría del apego, admiraba y apoyaba la decisión de Michelle de pasar el día entero con su hijo, en pocas palabras: sabía hasta el tuétano que lo mejor para los bebés es tener a su mamá cerca durante los primeros años.

Lamentablemente vivía en una ciudad en la que mis conocidos cumplían la misma jornada laboral de ocho horas que yo. Las opciones eran dos 1) conseguir a alguien que cuidara a mi hija en la casa o 2) buscar una guardería.

La primera opción la descartamos porque mi hija estaba tan acostumbrada a estar fuera de casa que quedarse toda la mañana encerrada la hubiera vuelto loca. Así que optamos por la segunda y empezamos a buscar una guardería.

Al principio parecía que estaba buscando una universidad, cuestionaba cada cosa del lugar y pedía que me describieran el método educativo que llevaban y demás especificidades, las maestras que no estaban acostumbradas a eso se me quedaban viendo como si estuviera loca. Después de ponerle peros a unos cuantos lugares decidí que lo más importante era que fuera un lugar seguro, limpio y con suficiente personal para atender a los pequeños.
Cuando por fin nos decidimos nos trataron como si la institución efectivamente fuera una universidad, nos solicitaron todo tipo de papeles y material y nos interrogaron durante casi dos horas sobre cada detalle de la vida de nuestra hija. Cuando todo estuvo listo ¡llegó el día!.

Con cámara en mano y el estómago revuelto nos acercamos a la puerta de entrada, según nosotros le explicamos a nuestra hija las actividades del día y avanzamos hasta el famoso filtro (espacio en el que reciben a los pequeños les toman la temperatura, revisan el pañal y cuestionan a los padres sobre la salud y el porvenir de su hijo). Todo estaba en orden, solo faltaba dejarla.

La que en ese momento se convirtió en su primera maestra la cargo y abrazo dándole la bienvenida, volteó hacía mí y con muchísima sensibilidad y ternura me dijo –no se preocupe señora, su hija va a estar bien, aquí se la cuidamos- tomó la manita de mi hija y la ayudo a despedirse, yo me aguante las ganas de llorar y patalear frente a la reja y vi como se la llevaban, mientras mi esposo me conducía hacía el coche.

Fueron tres horas eternas en las que no me separé del celular y vi el reloj cada cinco minutos, a la hora de ir por ella, nos la entregaron sonriente y tranquila. Las mañanas que siguieron se repitió la escena: filtro, despedida, condolencia por parte de la maestra, etc. Mi hija nunca lloró y siempre salía contenta. Poco a poco me fui haciendo a la idea de la guarde, la maestra me contaba y escribía los pormenores de las tres horas que mi niña pasaba con ella y atendía siempre amable mis dudas  y preguntas.

He cambiado radicalmente mi postura sobre las guarderías, estoy convencida de que si uno encuentra el lugar y a la maestra adecuada son espacios de una enorme riqueza para los bebés y un gran apoyo para los papás. cj

lunes, 13 de junio de 2011

El esposo



Es muy cierto cuando dicen que tener un bebé pone a prueba a cualquier pareja, por más estable o perfecta que parezca, y la mía no fue la excepción. Aún cuando mi embarazo fue planeado y deseado, nunca imaginamos que nuestra vida cambiaría tan radicalmente cuando llegara el tercer miembro de la familia (o cuarto, si contamos a Pancho nuestro perro).

Durante el embarazo vivimos juntos la incertidumbre de si convenía o no que yo dejara mi trabajo, pensábamos en las implicaciones de vivir de un solo sueldo considerando las deudas y los gastos futuros, y lo mucho que valía hacer algunos sacrificios para que yo me quedara en la casa con mi hijo. Afortunadamente siempre me sentí apoyada, pero en ese momento yo seguía trabajando y llevando mi vida normalmente, y no sabía con certeza lo que me esperaba en los siguientes meses.

Ya les he platicado lo que fueron para mí los primeros días después de la tan esperada llegada, y como es obvio, todas mis frustraciones y sufrimientos los tenía que descargar con alguien, para pésima suerte de mi esposo.

No podemos negar, que así como las mujeres somos afortunadas por ser las únicas que podemos llevar en nuestro vientre a otro ser humano, así como el resto de las maravillas de las que somos capaces, y que desde que tenemos uso de razón nos inculcan, por momentos es inevitable que nos sintamos en desventaja.

Durante el embarazo nos inflamos poco a poco, y en las últimas semanas llevamos un gigantesco balón que nos agota y nos hincha las piernas; el parto no es la experiencia más divertida que digamos, o cuando menos no lo fue en mi caso que pase por horas enteras de terribles contracciones, para que finalmente mi hijo naciera mediante cesárea; y así la lactancia, y el resto de las implicaciones de ser mujer.

Todos esos cambios y pasos difíciles se comparten para bien o para mal, pero siendo honestas, creo que todas pasamos por esos instantes en los que nos dan ganas de patear a nuestra pareja cuando ronca, mientras nosotras le damos de comer al bebé en la madrugada, porque “ellos no pueden amamantar”, o porque al día siguiente madrugan para irse a la oficina.

La mayoría de las mujeres que disfrutamos del trabajo y del ejercicio de nuestra profesión, inevitablemente sufrimos una silenciosa frustración cuando dejamos todo para dedicarnos a ser mamás de tiempo completo, y en mi caso, esa situación me orilló a vivir en un constante reclamo hacia mi esposo; “Claro, tú estás fresco porque dormiste toda la noche, en cambio yo me desperté doce veces a darle de comer y cambiarle el pañal al niño”, ó, “seguro no tienes hambre porque comiste delicioso con tus cuates del trabajo, mientras que yo no he podido ni bajar a la cocina porque el bebé quiere estar cargado todo el tiempo”, ó, “ahora si ni te me acerques porque ni tiempo tuve de bañarme ni lavarme los dientes”.

Afortunadamente como todo en la vida, esa etapa pasó, y poco a poco me desprendí de mi antigua realidad y empecé a disfrutar el momento, entendí lo afortunada que soy de poder compartir con mi hijo cada instante de su vida, y sin justificar algunas incomprensiones por parte de mi esposo, también acepté lo difícil que era para el estar con nuestro hijo solo un par de horas al día, y encima llegar a la casa y tener que aguantar a una esposa histérica y al borde de la locura. mj


Ilustración Carmen Lara

jueves, 9 de junio de 2011

¡Música maestro!


Si somos la música que escuchamos, por el momento yo soy la patita, el chorrito, la muñeca fea, el niño robot, la vaquita de Martín, caracol caracolito…

No sé bien en que momento deje de oír mi música para volcarme dentro del mundo de la música infantil, es decir, sé que todo empezó con mi hija cuando de recién nacida, mi esposo y yo emocionados y deseosos de ir sembrando en ella el gusto por la música le poníamos canciones de cuna de distintos países que a pesar de no entender en absoluto nos parecían hermosas y muy apropiadas para una pequeña de un mes.

De arrullos celtas, africanos y orientales pasamos a la música clásica, con la misma aprobación de mi pequeña y el deleite de sentirnos unos excelentes padres por irle despertando el oído musical.

Alrededor de los seis meses mi hija nos sorprendió bailando emocionada una pieza de danzón que escuchábamos en el radio, como era de esperarse corrimos a comprarle un disco de danzón que le pusimos tanto que estoy segura de que lo acabó odiando.

Poco después creímos pertinente ponerle música infantil pero ¿qué música era la mejor para seguir cultivando su sensibilidad y gusto musical?, después de exhaustivas evaluaciones acordamos que lo mejor sería acudir a nuestro entrañable y viejo grillito cantor, y tal cual lo imaginas querida lectora, le retacamos todas las canciones que probablemente ya tarareas: allá en la fuente había un chorrito se hacía grandote se hacía chiquito (esta además muy pertinente en estos tiempos de calor), negrita Cucurumbé, el comal y la olla, el ratón vaquero, che araña, etc. el chiste es que ella escuchaba atenta, bailaba un poco pero ante todo se asombraba con nuestra reacción a estas piezas musicales que cantábamos a todo pulmón e improvisando múltiples coreografías.

Después de un tiempo empezamos a aborrecer al grillo, así que pasamos otra vez a realizar un arduo trabajo de investigación y documentación en ritmos y melodías infantiles. Por azares del destino mi esposo compró un disco de Los Hermanos Rincón, que ninguno de los dos conocía pero se veía prometedor, triunfante y orgulloso lo puso en el coche y tataaaaaan: magia total. Mi hija se movía emocionada al compás de las voces que no solo cantan la letra de la canción sino hacen la música (para que me entiendan el disco es solo vocal no a capela porque mientras una Rincón canta el resto tatarea, hace coros y demás ruidos), sobra decir que la noticia circulo rápidamente (y el disco también) después de unas cuantas semanas toda la familia (abuelos incluidos) ya conocían a la perfección las canciones y los coros. Nos emocionábamos casi hasta las lágrimas al ver a nuestros pequeños gozando de la buena música que les proveíamos y pedíamos ¡pon la de la mosca, que me encanta!, ¡mi favorita es la vaquita de Martín ponla!, ¡mejor otra vez el niño robot!.

Hasta aquí mi historia es linda ¿no?, padres atentos, modernos y preocupados por que su hija tenga un amplio abanico de opciones y desarrolle un impecable gusto musical ¡eso parecía pero mi hija nos engañaba!. La descubrimos una mañana de domingo en la que agotados después de una noche de incesantes despertares mi esposo le puso en youtube un video que le encanta (algo muy culto y refinado por supuesto), no sabemos muy bien cómo pero sin darnos cuenta llegamos a los videos de Tatiana, a manera de experimento lo pusimos y sin quererlo desenmascaramos a la pequeña embustera que no pudo más y se puso a bailar el chango marango, la ranita maranga, los marcianos llegaron ya y todo tipo de pésimos remixes musicales enmarcados en videos de mala calidad pero con bailes poco menos que sabrosones.

Después del incidente empezamos a caer en cuenta de que nuestra pequeña ya nos había dado muchas señales de su peculiar gusto musical: cada vez que un coche pasaba con la música a todo volumen ella empezaba a moverse emocionada, si atravesábamos una construcción en la que se escuchaba el radio, ella se detenía y bailaba contenta, y bueno en donde se escuchara banda, cumbia, o cualquier resquicio de música guapachosa, todo servía para despertar en mi adorada danzante una sonrisa acompañada de movimientos de cadera, hombros y manos.

Lo anterior nos ha obligado a probar nuevos géneros musicales y seguir con los que ya funcionan, me niego a comprar un disco de Tatiana pero de vez en cuando le pongo uno que otro video, seguimos cantando emocionadas el niño robot y en ocasiones hasta le damos chance al grillito. Yo deseo que llegue el tiempo de ponerle canciones de Patita de Perro y Luis Pescetti (grandes cantantes infantiles contemporáneos) pero me voy a esperar para no quemarlos antes de tiempo.

Y bueno tengo que admitir que a veces me descubro sola en el coche cantando emocionada toda la serie de canciones infantiles. cj


Ilustración Carmen Lara

La alimentación y sus encantos

La alimentación de mi hijo ha sido desde que nació, un tema que todos los días me ha causado distintos sentimientos que van desde la frustración, hasta el mas grande orgullo.

Primero viví las dificultades de la lactancia, como ya se los platique antes, y en ese momento yo pensaba en el dia en que finalmente lo pudiera sentar en su silla alta para darle de comer con una cuchara, como comen el resto de los humanos. Empezamos con los sólidos cuando tenía al rededor de cinco meses, y lo que más le gusto fue la zanahoria, se la comió facilísimo y cuando menos me dejó descansar un rato antes de pedirme leche nuevamente.

Confieso que en un principio tenía toda la disposición para hacerle papillas caseras, pero por una extraña razón, mi hijo las escupía como máquina de helado, no le parecían de buen gusto y yo me enojaba y frustraba porque me había tardado tres horas.

Opte por darle gerbers la mayor parte del tiempo, que finalmente como todo lo relacionado con los bebes, puede causar empatía, o la más grande de las controversias.

Algunas mamás me decían que por ningún motivo les darían alimentos enfrascados a sus hijos, "imagínate la cantidad de conservadores y porquería que tienen" comentaban, y sí me quedaba pensando, pero finalmente llegaba la hora de la comida y yo abría la despensa para sacar un delicioso gerber de chayote.

Por el contrario, mi ya famosa Abuela a quién admiro por su excelente sazón y dotes de ama de casa, llegó a comentar que le deberían de hacer un monumento al señor gerber por su extraordinario invento, y decía "lo que hubiera dado yo porque en mis tiempos existieran esas cosas".

En fin, así pasamos de la etapa de las papillas a la comida en corte fino, como elegantemente le llaman en la escuela; empezaron a diluirse un poco las frustraciones porque había más sabores, colores y consistencias para deleitar el paladar de mi pequeño comensal. Aunque nunca me he caracterizado por mis dotes de cocinera, de vez en cuando disfruto de hacer algunos inventos en la cocina, y así como algunos funcionan, otros terminan en el piso, y finalmente en la panza de mi ya gordísimo perro.

Es impresionante como la alimentación, así como la mayoría de los gustos y comportamiento de los niños, tiene que ver con el ejemplo de los padres; aunque mi hijo no es de muy buen comer, a diferencia por ejemplo de mi esposo, ya le empiezan a gustar algunos alimentos que pueden parecer extraordinarios para su edad. Le gustan mucho las verduras como el brócoli, que es mi favorita, y hace unas semanas apantalló a sus Abuelos comiéndose una gigante aceituna verde rellena de pimiento morrón.

Así las cosas, lo que empieza siendo complicado finalmente se vuelve parte de la rutina de todos los días; ahora disfrutamos en familia la hora de la cena, y seguiremos con los experimentos hasta que mi pobre perro explote. mj

Ilustración Carmen Lara

miércoles, 8 de junio de 2011

Hijita ¡Cuidado con las cajas!


- Hijita ¡bájate de los libros!, ¡no te comas la tierra!, ¡nooooo, cuidado qué eso es de vidrio y te puedes cortar!, ¡suelta el cable!, ¡deja el contacto!, ¡saca la mano que te machucas!, ¡la basura está sucia huácala, cierra el bote!..

… Cinco minutos después escucho un llanto profundo, agudo y desconsolado, a punto de que  se me salga el corazón corro y veo que mi hija llora dentro de una caja –¡mi amor qué paso!, ¡te dije que no te metieras a la caja ¿ves? ¡hay que tener cuidado! ¿¡dónde está tu papá!?. Mi hija llora unos cuantos segundos más la saco de la caja y se va caminando como si nada en busca de otra caja o peligro. Yo me cercioro de que no encuentre un arma letal en su camino y como fiera salvaje busco a mi esposo –¿dónde estabas? Tu hija se metió a una caja, se volteó y se asustó?, no le paso nada, pero se pudo haber dado un golpe tremendo y tú…

La realidad es que él (mi esposo), estaba moviendo cajas, empacando libros, acomodando los muebles para prevenir accidentes, en fin haciendo de todo para que las horas se pasen rápido y sin más percances. Pero en el instante en el que algo le pasa a mi hija odio tener que asumir la responsabilidad y prefiero pensar que la culpa es de él.

Si empacar y mudarse es pesado, hacerlo con una niña de quince meses que no se está quieta y quiere jugar con todo lo que se encuentra a su paso es toda una prueba de salud mental. A estas alturas que se meta las manitas inmundas de tierra y polvo a la boca o se quede pegada con la cinta que cerramos las cajas ya es algo de todos los días. En este mes he constatado que definitivamente lo que no te mata te hace más fuerte.

Sin duda algo que para mí es muy desgastante es tener mil cosas que hacer y a la par tener que cuidar a mi hija. Porque sucede que trato de hacer todo al mismo tiempo y al final nada sale como esperaba y acabo sintiéndome mal por exigirle a mi hija que me entienda y con un terrible remordimiento de consciencia por reclamarle a mi esposo cada vez que algo no sale como quiero.

Hasta hace un mes mi esposo y yo trabajábamos en el mismo lugar y nos ocupábamos de mi hija casi en la misma proporción: los dos la bañábamos, cambiábamos, arrullábamos y pastoreábamos por igual. En el último mes nuestra vida se ha reconfigurado, no sólo cambiamos de espacio geográfico (mañana dejamos Lagos de Moreno para instalarnos definitivamente en Guadalajara), yo dejé de trabajar y por el momento me encuentro en una especie de tierra de nadie entre el caos de la mudanza, el cuidado de mi hija y la incertidumbre laboral.

No me quejo. He disfrutado no tener trabajo, me encanta contar con todo el tiempo del mundo para jugar con mi hija sin presiones, me gusta la idea de pasar las tardes con Michelle y los niños, pero todo ha sido tan rápido que a ratos siento que soy otra persona.

Sin duda lo que más voy a extrañar es el compartir todas las actividades del día con mi esposo; platicar de cada avance de nuestra hija, celebrar las nuevas palabras, exagerar sus gracias y saber que no son sólo mis ojos los responsables de su bienestar. Por supuesto sé que él estará ahí al final del día, que en el momento en el que lo necesite sólo tengo que llamarlo, pero no será lo mismo y tengo que empezar a acostumbrarme y volver a ser una persona agradable y amorosa, de lo contrario estoy segura de que le pedirá a la mudanza que mejor lleve sus cosas a otro lugar porque convivir con una esposa al borde de la histeria no está nada bien. cj

Ilustración Carmen Lara

lunes, 6 de junio de 2011

El orden inexistente

Soy una mujer obsesiva con el orden y la limpieza, y aunque eso pudiera parecer algo positivo, tengo que aceptar que vivo agotada mental y físicamente; esa obsesión ha sido parte de mi personalidad desde que era una niña, y en gran parte se la debo a mi Abuela materna, aunque ella misma se sorprende de los alcances de mi fijación por tener las cosas en orden y la casa impecable.

Desde que nació mi hijo, me sorprendió la cantidad de trabajo que implicaba la limpieza de su diminuta ropa, todos los días tenía que tallar camisetas, lavar mamelucos, y lo que más se acumulaba, que eran los trapitos famosos con los que le limpiaba los escupitajos de día y de noche. En ése entonces era cansado, porque tenía que encontrar el momento para lavar cuando él estaba dormido, y algunas veces era la última de mis prioridades, pero definitivamente no se compara a lo que vivo ahora que es un niño más grande e independiente.

Por salud mental, he tenido que aceptar que con un hijo pequeño no es posible conservar las ventanas transparentes, los pisos brillantes y el horno sin pequeñas huellas que evidencian su presencia; pero es indispensable que como mamá, te hagas a la idea de lo importante que es que tus hijos exploren, y saquen las cosas de los cajones, y conozcan los peligros de la casa, aunque eso implique que tengas que estar detrás de ellos todo el tiempo.

También es necesario sacrificar la decoración para garantizar que los espacios sean seguros para los bebés, y eso implica colocar grandes y horribles piezas de plástico en las esquinas de las mesas para evitar chichones, en las puertas para evitar deditos machucados, en los wc's para evitar que avienten objetos o metan las manos al agua sucia, en fin, aún así los riesgos nunca se eliminan por completo, y menos cuando tienes un hijo como el mío que siempre encuentra una actividad u objeto potencialmente mortales.

El orden y la limpieza son placeres o satisfacciones que en gran medida sacrifiqué desde que soy mamá, pero con orgullo puedo decir, que mi hijo poco a poco ha aprendido que las cosas tienen un lugar, y que después de usarlas o jugarlas hay que guardarlas. De ninguna manera espero que él, o que los hijos que llegue a tener, o que alguien más en el universo adquiera esta extraña e incómoda obsesión, pero si espero que cuando crezca un poco más, entienda que su mamá tiene ese gran defecto, y de paso que aprenda a usar el trapeador para cuando se le caiga el "abua". mj

 Ilustración Carmen Lara

¡Qué bonito brasier!

Hay ciertos detalles de la maternidad de los que no te enteras a menos que pases por ellos y una vez que los vives son cómo un pasaporte que te permite entablar largas charlas con otras mujeres. Para mí uno de estos temas fue la lactancia.

Había leído y platicado sobre el tema, pero casi todo era un poco superficial y polarizado: estaban a favor o en contra, era algo maravilloso o un asunto imposible. Yo quería amamantar pero sinceramente tenía pánico de hacerlo.

Nunca me asustaron las contracciones (ahora ya me asustan) ni el dolor del parto, pero la lactancia me parecía un asunto incómodo y doloroso. Unas cuantas semanas antes de que naciera mi hija decidí que era necesario comprar uno o dos brasieres para llevar al hospital, llegue a la tienda de lencería y con toda naturalidad pedí que me mostraran los brasieres de lactancia, en cuanto los vi casi salgo corriendo: ¡eran horribles!. No compré nada y al día siguiente le platique mi experiencia a una amiga que sabe del tema. Le dio una risa tremenda y con toda la sensibilidad del mundo me dijo que no buscará más, que todos eran similares y no encontraría unos bonitos, mucho menos sexys.

Mi hija nació a las 41 semanas, todo lo que les cuento lo viví con la panza y pesadez propia de las 39 semanas, mientras aborrecía toda mi ropa de maternidad y añoraba ponerme un pantalón sin resorte. Darme cuenta que tendría que seguir usando ropa “especial” no me apetecía en lo absoluto.

Dos semanas después llegó mi hija, que se pegó a mi pecho con tanta naturalidad que de inmediato se me acabaron los miedos, estuve un poco adolorida pero Michelle me regaló una muy recomendable crema de Lanolina que me ayudó mucho.

Poco a poco me fui acostumbrando a todas las nuevas sensaciones que acompañan la lactancia: el pecho duro cuando hay demasiada leche, la respuesta corporal cuando escuchas el llanto de tu hijo, la sensación cuando el bebé está bien acomodado y succionando sin problema. Antes de meterme a bañar preparaba mi brasier con los protectores de lactancia para no empaparme al salir y en la regadera me daba masajes para descongestionar los conductos. A los dos meses ya me sentía toda una experta en cuestiones de lactancia, conocía los ritmos de mi hija, mi producción de leche era constante y gozaba profundamente el tenerla tan cerca de mí.

Pero por esa época tuve que regresar a trabajar y empecé a salir a lugares públicos. Entonces me tope con una realidad que no esperaba: México no es un país a favor de la lactancia.

A pesar de que al amamantar no se ve casi nada, si lo haces en público la gente se siente incómoda y en muchas ocasiones se molesta ante tu supuesta falta de pudor y como son rarísimos los espacios que cuentan con un cuartito destinado a la lactancia, si estás fuera de tu casa acabas dándole de comer a tu hija encerrada en un baño público, en el coche, o escondida en algún rincón.

No dejará de sorprenderme que podemos ver mujeres con los escotes más pronunciados sin que nadie se escandalice, pero una madre amamantando causa toda una discusión. Resulta increíble pero he sabido de lugares en donde se le pide a la madre que se retire a alimentar a su hijo a otro lado.

En mi experiencia la lactancia es todo un mundo, con sus códigos, ritmos, mitos y realidades, siempre ligados a nuestra historia personal y el contexto social en el que nos movemos. Un mundo que tenemos que aprender a compartir,respetar y ver con más naturalidad. cj

Ilustración Carmen Lara

viernes, 3 de junio de 2011

Dejar la chamba...



Cuando me enteré que estaba embarazada, mil cosas pasaron por mi mente, como es natural primero pensé en el bebé que venía en camino, hice cuentas de cuando nacería, imaginé desde el principio que sería niño, y después de unos cinco minutos de volar emocionada, pensé ¿Qué va a pasar con mi trabajo?.

Desde que nos casamos, mi esposo y yo hicimos planes serios para tener familia en un corto plazo, y entre esos planes, incluímos un intensivo ahorro para que yo tuviera oportunidad de renunciar a mi trabajo cuando nacieran nuestros hijos; en ese entonces, que todo se veía aún lejano, yo no imaginaba todo lo que pasaría cuando llegara ese momento.

Profesionalmente vivia un momento estable y feliz, tenía un trabajo que disfrutaba, en el que aprendía todos los dias y que me daba la oportunidad de crecer, y esa situación me llevo a cuestionarme durante todo mi embarazo, si realmente quería abandonar lo que tanto me había costado para dedicarme a ser mamá de tiempo completo.

Es un hecho que las dudas se disiparon en el instante en que vi a mi hijo por primera vez, no me podía imaginar que teniendo la oportunidad de estar con él todo el tiempo, decidiera irme a la oficina a perseguir mi desarrollo profesional, pero pensaba en las mamás que por necesidad lo tenían que hacer y compartía su dolor.

Las primeras semanas después del nacimiento de mi hijo fueron tan difíciles, que yo pedía a gritos regresar a mi trabajo, pensaba en mi oficina con escritorio naranja y paredes de cristal, en la convivencia diaria con mis compañeros que si me escuchaban y me respondían, a diferencia de mi hijo que solo me veía, y en todos los proyectos que me emocionaban y que había dejado inconclusos.

No cabe duda que el mundo en el que vivimos ahora es muy distinto al que vivían antes las mujeres, ahora tenemos otras oportunidades, otras expectativas, otras aspiraciones, pero definitivamente la labor de madre nunca perderá valor, y como me lo dijo quien era mi jefa en ese momento, "Abogada vas a ser toda la vida, pero los momentos con tus hijos nadie te los devuelve".

Admiro enormemente a las mamás que van todos los días a trabajar, que aunque regresan agotadas les dedican a sus hijos tiempo de calidad, los bañan, les hacen la cena y les platican, pero tengo que decir que ser mamá las 24 horas del día es igual de cansado, no hay pausas ni chacoteos, no hay la celebración del cumpleaños del compañero, ni tiempo para checar tus correos.

Este tema tiene mucha tela de donde cortar, pero quería empezar por contarles lo difícil que fue para mi tomar la decisión de renunciar a mi trabajo, de dejar a un lado algo que amo, por alguien que amo más. mj

Ilustración Carmen Lara