Cuando renuncié a mi trabajo al nacer mi primer hijo, pasé por toda clase de frustraciones, desde la desesperación de pasar largas horas en la casa con un humano mínimo que todavía no se podía comunicar, hasta la necesidad de sentirme "productiva" y reconocida por mi trabajo.
Esos sentimientos se fueron disipando con el tiempo, y también gracias a determinados factores como la intensa labor de mi esposo y de mi familia para convencerme del importante trabajo que estaba haciendo como mamá, al rápido desarrollo de mi primer hijo, al nacimiento de mi segundo hijo, y eventualmente al trabajo como Abogada independiente que hacía desde mi casa.
Fue hace al rededor de un año, cuando mi última jefa con quien nunca perdí contacto y a quien le tengo un gran cariño, me buscó para proponerme que regresara a trabajar a la misma empresa, pero con un reto completamente diferente.
De entrada la propuesta era muy atractiva, no sólo por las actividades que iba a desempeñar, sino por el horario flexible que me ofrecían, porque el puesto era de tiempo completo pero sólo tenía que estar físicamente en la oficina por las mañanas. También me tranquilizaba el hecho de que mi jefa sería una persona sensible a la maternidad, alguien que había pasado por la misma situación unos años antes y que entiende que cuando eres mamá, tu prioridad por encima de todo y de todos son tus hijos.
Finalmente después de meditarlo, de platicarlo con mi esposo, y de analizar todos los pros y los contras acepté el trabajo. Al principio entraba en pánico sólo de pensar en lo que me había metido, me preocupaba tremendamente el hecho de que llevaba tres años con otro ritmo y con otros horarios, no sabía si sería capaz de organizarme, de manejar el estrés que implica el trabajo, de hacer frente a las responsabilidades que ahora había adquirido, en fin, eran muchos los factores que me causaban terror.
Los primeros días estuve tan acelerada que ni siquiera tuve oportunidad de reflexionar, disfrutaba mis horas en la oficina aprendiendo cosas nuevas y reaprendiendo otras tantas, y cuando llegaba la hora de salir trataba de desconectarme y de cambiar el interruptor de mi cerebro para estar con mis hijos sin preocupaciones laborales y sin estrés.
Pero aún cuando mi horario era flexible, era frecuente que algunos pendientes o reuniones atrasaran un poco mi salida, o a veces era el tráfico el que ocasionaba que no alcanzara a llegar por Gabriel a la hora de su salida, y para no interrumpirlo en la comida y solicitar que alguna maestra lo llevara a la puerta, optaba por dejarlo en la ludoteca de la tarde. Los sentimientos de culpa no tardaron en llegar, y mi manera de subsanarlos inconscientemente fue con una tremenda sobreprotección y una preocupación constante por su salud.
Gabriel había entrado recientemente al kinder, y obviamente (ahora que lo veo a lo lejos) las nuevas actividades y el espacio enorme en el que pasaba las mañanas eran suficientes para agotarlo, pero en mi mente un poco alterada por la situación, yo le atribuía su cansancio a un sinfín de factores, incluso googleaba sus "síntomas" y encontraba terribles resultados y pronósticos. Afortunadamente esa fue sólo una etapa, y Carol ayudó mucho para convencerme de que Gabriel estaba perfecto, y que cuando estaba en la escuela era el niño más activo y energético del grupo.
Pasaron cerca de 5 o 6 meses en los que a pesar del cansancio, del inevitable estrés que provoca el trabajo, y de ocasionales conflictos familiares para organizarnos, yo ya dominaba mi nuevo estilo de vida. Puedo decir que era un momento pleno porque era una mamá y una profesionista satisfecha, veía contentos a mis hijos y a mi esposo y yo estaba satisfecha con los resultados que veía en mi casa y en la oficina.
Tuve la fortuna de aprender de un tema apasionante, y de hacer mis propias aportaciones por mi condición de mujer y de madre. Incluso me dieron la oportunidad de viajar a Nueva York, al evento anual que organiza ONU para premiar a las empresas y organismos que implementan los 7 principios para el empoderamiento de la mujer. Fue increíble oír tantas historias y darme cuenta de que prácticamente en todo el mundo hay personas e instituciones luchando por la equidad de género, por que las mujeres tengan las mismas oportunidades, los mismos sueldos y el mismo reconocimiento que los hombres, e igualmente promoviendo derechos de maternidad y paternidad justos que vayan de acuerdo a la realidad y a las necesidades de nuestros hijos.
Y bueno, esta historia continúa y tiene un desenlace agridulce que les compartiré más adelante, pero lo importante es que al día de hoy sigo feliz y satisfecha. mj
Ilustración de mi mamá, Carmen Lara
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