Pues así como Carol les contó que su hija tiene a Olivia, su eterna compañera para dormir, y a quien le embarra mocos, baba y todo lo que puede para incrustarle su olor, mi hijo tiene a Toto.
Toto es un oso gris (de ahí el nombre que le puso mi hijo), de peluche y con un cuerpo más bien desproporcionado; tiene una cabeza enorme, pero sus brazos y patas son flacos y su barriga alargada, la forma perfecta para que mi hijo lo abrace.
A diferencia de mi sobrina, que adopto a Olivia desde que era muy pequeña, mi hijo encontró a su mono favorito ya cuando estaba más grandecito; yo antes traté de enjaretarle a otros muñecos que le regalaron sus Abuelos, sus tías/tíos, y algunas amigas, pero el parecía totalmente hermético a esos seres desanimados.
Fue hasta que unos muy buenos amigos de Alemania, que conocimos a través del trabajo de mi esposo, nos enviaron un paquete con múltiples regalos, entre ellos el ahora amigo incondicional de mi pequeño. En un principio solo lo observó, se lo deje en su cuna y al poco tiempo ya eran inseparables.
Cuando lo sacaba de la cuna en la mañana volteaba a ver al oso y lo señalaba, como indicándome que el también tenía que salir, bajaban juntos a desayunar, y después de un ratito lo abandonaba por ahí, hasta que se volvía a acordar y angustiado lo buscaba. Lo empezó a llamar Toto después de que nos oyó a su papá y a mí hablar del oso con insistencia, nos causaba mucha gracia que al fin hubiera un elegido y que tomara tan en serio su relación con él.
Llegó un momento en el que estaba tan apegado al mono, que todos los días se lo quería llevar a la escuela, y fue necesario marcarlo con su nombre en la etiqueta porque nos causaba pánico que se le perdiera; afortunadamente sus maestras, muy comprensivas, no tenían objeción porque mi hijo se llevara a Toto al salón, y lo cuidan como si fuera otro niño porque saben la importancia que tiene para mi hijo.
Hace un par de semanas que se enfermó del estómago, al despertar de su siesta de la tarde vomitó, y para nuestra pésima suerte, además de la angustia de verlo pálido y enfermo, Toto estaba empapado. Cuando llegó mi esposo y finalmente me pudo relevar con mi hijo por un ratito, me apresuré a poner una lavadora con todas sus sábanas y cobijas, y con temor a que no sobreviviera eché también al atesorado oso.
Mi hijo estuvo tranquilo por la tarde, cuando bajamos para que cenara cambié las cosas a la secadora y por fortuna Toto había salido ileso de la primera etapa del proceso, pero se acercaba la hora de dormir y mi angustia empezaba a hacerse más evidente. Finalmente puse a mi hijo en su cuna, con la esperanza de que se durmiera sin más contratiempos, pero no cerró los ojos hasta que pudo abrazar a su ahora limpísimo amigo.
La ilustración del día de hoy, se debe a que desde hace un par de días mi hijo me obligó a ponerle pañal a Toto, lo estaba cambiando por la mañana antes de ir a la escuela y por error llevé dos pañales al lugar en donde siempre lo visto, y él ni tarde ni perezoso levantó a su amigo y me dijo “popó”, así es que no me quedó más remedio que ponerle el enorme pañal al pequeño muñeco.
Desde ayer decidió llevarlo nuevamente a la escuela, y cuando llegué su maestra me informó que en el trancurso del día, le había quitado y vuelto a poner el pañal alrededor de diez veces, así es que creo que finalmente está entendiendo lo difícil que es cuidar a un bebéJ. mj
Ilustración: Carmen Lara
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