miércoles, 7 de septiembre de 2011

¡Oh no! Otra vez fin de semana.


Antes de ser mamá, los fines de semana eran el momento más esperado, contaba los días para que llegara el sábado, y finalmente cuando llegaba, disfrutaba levantarme un poco más tarde de lo normal, desayunar en pijama, comer con mi esposo, y si no teníamos alguna reunión social programada, íbamos al cine a altas horas de la noche porque no importaba desvelarnos.
Ahora los sábados y los domingos son días de cansancio, de rompernos la cabeza pensando en nuevas actividades para mantener a los niños entretenidos, y obviamente agotarlos para que en la noche caigan rendidos y nos dejen dormir.
Yo pensaba que conforme pasaran los meses, y mi hijo creciera, esos días serían más fáciles y relajados; cuando era recién nacido, y aún en sus primeros meses, yo vivía en el estrés total porque no le podía quitar los ojos de encima ni un segundo, cada tres horas le daba de comer, le cambiaba el pañal, y lo tenía que mantener entretenido y abrazado porque dormía muy poco.
Ahora que ya es un niño, que se comunica un poco más con nosotros, tenemos que estar pensando constantemente en actividades, juegos y distracciones para que no se aburra y destruya la casa. A veces es un dilema si salimos o mejor permanecemos en el encierro, porque cada opción tiene sus pros y sus contras, pero ninguna es menos cansada que la otra.
Si decidimos quedarnos en la casa, por lo general comemos más tranquilos porque si no se le antoja una cosa le ofreces otra, y así hasta que logras llegar al punto en el que piensas “bueno, ya se comió dos chícharos, un brócoli, un rollito de jamón y dos galletas marías, yo creo que aguanta hasta la cena”, lo bajas de su silla para que corra libremente (y saque todo lo de la alacena, juegue con los sartenes y se coma una croqueta), pero cuando menos tienes oportunidad de comer algo.
Si decidimos salir a comer a un restaurante preparamos una pañalera de lo más profesional, con opciones para distraerlo, algunos snacks por si el servicio es lento y la comida tarda un siglo, y con un paquete grande de toallitas húmedas para el batidillo que de antemano sabemos que van a dejar. Una de las ventajas, aunque me da mucha pena admitirlo, es que cuando sales realmente no te importa si tu hijo escupe la comida, o si decide desbaratar un pedazo de pan, o ponerse el espagueti en el pelo, solo te haces de la vista gorda y escondes el tiradero con el pie, con la esperanza de que los meseros que más tarde tendrán que recoger no le escupan a tu comida.
Es una lástima que, aún viviendo en una ciudad grande como Guadalajara, son muy pocos los lugares a los que puedes ir con niños menores de dos o tres años que tienen área de juegos; y no me refiero a un McDonalds o Burger King que tienen juegos monumentales, que por lo general huelen a patas y puedes ver a niños de catorce años trepándose por el pasamanos, sino a lugares limpios, cerca de los papás, con alguien que los vigile y lo más importante, seguros.
Pero mientras no existan opciones amigables, tendremos que seguir con la disyuntiva de los fines de semana ¿cocino en la casa para después pasar tres horas limpiando, o salgo a comer para que me atiendan y paso tres horas estresada persiguiendo a mi hijo?. En fin, uno más de los dilemas que enfrentamos los padres, que vivimos para nuestros hijos, pero que de vez en cuando deseamos darnos uno que otro gustito. mj
Ilustración: Carmen Lara

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