En la maternidad casi nada es lo que parece, es decir todo lo que percibimos antes de ser mamás tiene un sentido cuando no tiene hijos y otro casi radicalmente distinto cuando eres mamá. Para ser más clara, no es lo mismo ver que un niño hace un berrinche llora, grita y patalea cuando no tienes hijos que cuando has experimentado el berrinche en carne propia y sabes que el llanto, los gritos y las pataleadas, son gajes del oficio, lo mismo con la lactancia que de lejos se ve hermosa y cuando la vives, pues, digamos que duele un poco.
Confieso que antes de que naciera mi hija yo era durísima con ese gremio abstracto y exagerado que eran las madres, las observaba pensando en como yo iba a hacer todo diferente. Así en mi inocente imaginación mis hijos iban a estar siempre limpísimos e iban a ser la estampa de la buena educación, los modales perfectos y por supuesto ¿berrinches? ¡¡¡Qué es eso!!! MIS HIJOS NUNCA LOS HARÁN.
Claro que el tiempo sabio y traidor consejero me ha probado equivocada en casi todos los sentidos y peor aún ha hecho que me desdiga implorando secretos perdones hacía aquellas madres que en algún momento osé criticar o juzgar de forma anticipada.
Caí en cuenta de las vueltas que da la vida hace unos días… eran las cuatro o cinco de la tarde, mi hija no quería dormir y yo TENÍA que mandar un correo, después de jugar todos los juegos posibles, de ofrecerle todos los refrigerios del universo y de cantarle y bailarle hasta desfallecer, decidí que no tendría más opción que invitarla a mi pequeño estudio, entretenerla con mis lápices, plumas y papeles y escribir y mandar el correo a la velocidad del rayo, antes claro, de que destrozara todos los objetos que invaden mi guarida.
Después de tres minutos de jugar con la canastita en la que están los lápices y las plumas los aventó y se acercó a mis piernas, me abrazó y tallo su pequeña cabecita en mi pantalón, mientras me veía con la cara más hermosa y tramposa que tiene, yo pensaba –cuatro minutos más y lo logró- por supuesto cuatro minutos al año y medio son una eternidad que mi pequeña no entiende ni tolera. Le saque una cajita de clips y cositas para jugar, se sentó y en menos de un minuto la volví a tener rondando mi silla. Busqué y le di otra cosa para entretenerla pero sucedió lo mismo descubre y analiza qué le di-lo juega tres segundo-lo prueba-lo avienta- se levanta y acto final se embarra en mis piernas y me pide que la levante.
Después de quince minutos yo estaba desesperada y ella también, mientras le rogaba que me diera un minuto más ella embarraba los mocos que le escurrían en el cojín de mi silla, mis pantalones y cuanta superficie absorbente encontraba, a la locura en la que estábamos inmersas se sumo un fuerte y putrefacto olor a popo, los ladridos del perro, los gritos de mi hija y mi eterna suplica por un minuto más.
Cuando por fin pude mandar el correo y fui consciente de la escena en la que estábamos inmersos no pude más que soltar una carcajada y pensar – si alguien me viera-. Y es que si alguien me hubiera visto hubiera dudado de mi habilidad de ser madre alegando que soy una madre negligente que tiene a su hija popeada, con mocos y sin atención alguna. La realidad en todos estos casos supera a la ficción y es un hecho, que el mito de la madre perfecta no es más que una simple ilusión artificiosa y superficial que nada tiene que ver con la realidad del día a día.
Para mi consuelo sé que así como nosotras no tenemos, ni podemos ser la estampa de la perfección, tampoco nuestros hijos son monedita de oro. Mi hija desde que nació tiene un carácter fuerte, terco y con tendencia a los berrinches. Como a cualquier adulto hay gente que le cae muy bien, algunas personas que la asustan hasta las lágrimas y otros que de plano no le simpatizan. Al principio me daba una pena enorme cuando lloraba si un extraño la saludaba o cuando no le sonreía a alguien que amablemente la elogiaba, con el paso del tiempo he aprendido a respetar y entender su forma de ser, como mamá mi obligación es educarla y evitar que sea descortés o chocante pero no puedo ni quiero obligarla a fingir afectos que no siente.
Ayer mientras mi ahijado y mi hija jugaban escuchamos un grito, cuando Michelle fue a ver que pasaba mi hija lloraba desconsolada y mi ahijado con la cara de travieso que tiene sonreía medio asustado, después de un breve interrogatorio el pequeño y astuto güero confesó que había mordido a mi hija, Michelle con toda la seriedad del mundo le dijo –tu eres malo de closet, mientras no te vemos eres un ángel y cuando nos volteamos sueltas la mordida- yo exploté de la risa, la verdad es que mi ahijado por el momento tolera como un santo las payasadas y caprichos de mi hija, pero la idea de ser malo de closet me pareció fabulosa, pues creo que en mayor o menor medida todos somos un poco malos, descuidados, flojos, y un largo etcétera de cosas que según nosotros no hacemos. En pocas y finas palabras – somos malos de closet- cj
Ilustración Carmen Lara
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