miércoles, 31 de agosto de 2011

La terrible fiebre


Pues desafortunadamente hoy tendré que ser muy breve, porque mi hijo está en casa con una infección en la garganta, y unas calenturas de miedo.

Desde la semana pasada les platiqué en alguna de mis entradas, que el terrible moco había regresado a nuestras vidas, pero parecía inofensivo hasta que este pasado Lunes, a las once y media de la noche, mi hijo se despertó con 39 grados de temperatura.

Lo saqué de la cuna hirviendo, rojo como jitomate y sudando, le quitamos el mameluco y de inmediato le dimos tempra. Afortunadamente está acostumbrado a tomar muchísima agua, así es que él mismo la solicitó cuando vio mi vaso lleno en mi buró…y tomó y tomó.

Estuvo con nosotros en la cama alrededor de media hora, hasta que la fiebre cedió y finalmente lo regresamos a su cuna con todas las precauciones; en ese momento pensábamos en los dientes, se asoman un par de colmillos y me han contado historias de terror alrededor de esos temibles y picudos dientes, así es que asumimos que nosotros empezábamos con lo propio.

Ayer amaneció con temperatura, un poco más baja, le administré nuevamente el medicamento, que como ya les he platicado me costó un par de gritos y empujones, le di de desayunar, y para cuando llegó la hora de ir a la escuela ya estaba perfecto. Yo, todavía pensando que eran los colmillos, le comenté a la enfermera que lo recibe de la calentura, de la medicina, y ella solo se limitó a decirme que no me preocupara, si la fiebre volvía me hablarían de inmediato.

Cuando lo recogí de la escuela lo note algo desanimado, pero no tenía fiebre, si a caso “febrícula” como le dice nuestro pediatra; Carol nos invitó a comer, y cuando llegamos a su casa mi hijo ya estaba hirviendo otra vez.

Regresamos rápido a la casa y lo metí a la tina con agua tibia, estuvo un rato jugando y tallándose los ojos, lo saqué y lo eché en su cuna para la siesta. Teníamos cita a las 6 con el doctor, lo tuve que despertar a las 5:30 y prácticamente le salía humo, con escalofríos lo subí rápido al coche y salimos de la casa.

Llegamos al doctor y ya nos esperaba mi esposo, yo ya un poco alterada porque cada vez veía peor a mi bebé; nos recibieron diez minutos después, y a mí se me hizo una eternidad, y en cuanto entramos al consultorio mi hijo se puso como loco y lloró como magdalena, a pesar de que el doctor es su tío abuelo le tiene un miedazo.

Lo revisó en mis brazos, vio sus encías y me preguntó por las temperaturas que le habían dado, en ese instante me confirmó que después de los 38 grados ya no pueden ser los dientes, e insistió que por esa razón solo les da febrícula, me dio un poco de risa internamente.

Salimos del doctor con receta para antibiótico, al parecer tiene una infección en la garganta y por eso está comiendo poco, tiene alta la temperatura y el moco incesante; en fin, gajes del oficio pero que no dejan de sacar importantes sustos, ahora estoy en mi casa vigilando cada uno de sus movimientos, lo he metido a la tina cuatro veces en dos días y seguiré al pendiente. mj
Imágen: Carmen Lara

martes, 30 de agosto de 2011

El periodo de adaptación (parte 1)


En la mayoría de las escuelas, kínderes, maternales o guarderías desde hace algún tiempo se instauraron periodos de adaptación, esto para que los pequeños poco a poco se habitúen a la separación de mamá y/o papá y se integren mejor al nuevo ambiente.

Cuando mi hija entró a la guardería en Lagos tenía ocho meses, todavía era muy pequeña y el periodo de adaptación lo vivió como un día más en el lugar que poco a poco fue conociendo y convirtiéndose en su escuela.

El lunes pasado inició de nuevo su carrera escolar, está vez en una pequeña escuela Montessori  que desde siempre me ha encantado.

Dicho lo anterior les comparto la crónica de los primeros días:

Lunes 15 de agosto: la escuela estuvo abierta de nueve a doce para que los pequeños junto con papá y/o mamá la visitaran, exploraran sus espacios y jugaran con todo lo que se encontraban a su paso. En la mañana mi hija y yo nos apuramos para estar listas y aprovechar la visita a su escuela para conocer la ruta que haríamos día a día, probar el tráfico, encontrar un buen sitio de estacionamiento, etc. Llegamos temprano, yo contenta mi hija todavía somnolienta, encontramos el patio de la escuela lleno de pequeños exploradores y padres nerviosos y a la expectativa. Pasamos un par de horas recorriendo la escuela JUNTAS pues en ningún momento mi hija se aparto más de dos metros de mi lado.
El veredicto: mi hija sospecha ampliamente que pronto pasará toda la mañana en la escuela.

El resto de la semana mi hija no asistió a clases, pues los niños van entrando de uno por uno para contar durante su primer día con toda la atención de su maestra. Por orden de inscripción el primer día de mi hija fue el 22 de agosto, durante toda esa semana estuvo en el periodo de adaptación que consiste en ir dolo dos horas diarias.

Madrugada entre el domingo y el lunes 22 de agosto: yo no dormí un segundo, mi hija se levanto a las 6:34 de la mañana.

Lunes 22 de agosto: todos sabíamos que sería un día diferente pero tratamos de iniciarlo sin mucho arguende, el desayuno transcurrió normal a pesar de que fue más temprano, luego el cambio de ropa y a las 8:37 salimos rumbo a la escuela. ¡Terror! Todas las escuelas iniciaron oficialmente el día de hoy y el tráfico está peor que nunca, llegamos a las 9:18, después de llantos en el coche y la suplica interminable de mi hija pidiendo el agua que estúpidamente dejé sobre la barra de la cocina. A pesar de que le canté y traté de no sulfurarme ante la fila interminable de autos y las calles abarrotadas todo el tiempo me sentí culpable de someter a mi pequeña a un horario y luego a ese caos vial.
Al llegar a la escuela yo solo quería llorar y mi pequeña también, su amable maestra la recibió tan rápido que apenas nos despedimos. Ella se quedó llorando y yo también. Lloré durante todo el camino a casa, cuando por fin me calme un poco le hablé a mi esposo y entre sollozos le dije que era la peor madre del mundo por haber dejado a nuestra hija en el llanto, por llevarla a la escuela y someterla al tráfico. Antes de colgar le comenté que estaba pensando seriamente en renunciar a mi trabajo y sacar a mi niña de la escuela.
Pasé cada segundo de las dos horas en las que estuvimos separadas sintiéndome la peor de las madres, llorando y extrañando cada gesto y movimiento de mi hija. Cuando entré a la escuela a recogerla la vi en el patio jugando tranquila con un carrito de plástico.
Veredicto: la separación nos costó a las dos, a pesar de que traté de ocultar mis nervios se los contagié por completo. En general la mañana fue MUCHO más difícil para mi que para ella.

Martes 23 de agosto: después del drama que le hice a mi esposo el día anterior decidió que lo mejor era que fuéramos los dos a dejar a nuestra hija a la escuela. La mañana transcurrió normal, salimos diez minutos antes y llegamos sin ningún contratiempo a la escuela. Al dejar a mi pequeña en brazos de la directora, lloró y pataleó un poco. Mi esposo apretó mi mano y me aseguró que estaría bien. En cuanto llegué a la casa encontré un mensaje de la directora en mi celular que decía: sólo lloró un minuto ahora está con el material muy concentrada.
A las once que pasé por ella la encontré contenta, pidiendo un pedazo de naranja y emocionada porque había tortillas como parte del lunch. Camino al coche me encontré a una mamá que con tono solemne me pregunto qué tal había pasado estos días, le dije que yo no paraba de llorar y ella me comentó que estaba igual –lo peor, es que mi hijo se queda encantado y soy yo la que se queda deshecha-.
Veredicto: un mejor día para las dos pero sigo dudando de la decisión. Tal vez soy una pésima madre por mandar a mi niña tan pequeña a la guardería, tal vez debería de quedarme en casa con ella hasta que cumpla quince años. Tal vez lo mejor será que nunca me separé de ella para que nada le afecte o angustie.

Miércoles 24 de agosto: todo bien en la mañana, MUCHO tráfico a pesar de que salimos muy temprano. Al llegar a la escuela mi hija jugó un poco con unos muñecos que adornan la puerta. Salió la maestra, la tomó de la mano, volteó  a verme y en cuanto recordó los últimos días soltó el llanto. Me fui con el corazón cansado, llegué a casa de Michelle y me lamenté por mi vida. ¡Tan bien que estaba antes! ¡Por qué se me ocurrió trabajar y que mi hija entrara a la escuela!
La recogí temprano porque a las once yo tenía que dar clases, no alcanzó a desayunar pero salió muy contenta.
Veredicto: si queremos que de verdad se acople tiene que quedarse a desayunar, con mi hija el afecto pasa primero por la panza.

Jueves 25 de agosto: llegamos a tiempo y sin contratiempos, brinco y jugó en el trayecto del coche a la escuela, cargó ella misma su morral en el que empacó a Olivia y su chupón, al llegar a la puerta casi se fue sin verme, después de dos pasos soltó el llanto. Me fui al coche sin sentirme tan culpable. Para que pudiera desayunar mi esposo pasó por ella, la sorprendió persiguiendo a la maestra y pidiéndole otro pedazo de pan.
Veredicto: vamos bien, ya casi nos adaptamos…me pregunto ¿para quién es el periodo de adaptación?

Viernes 26 de agosto: la rutina de la mañana poco a poco queda mejor, como es el único día que trabajo de nueve a una mi esposo la lleva a la escuela y la recoge. El reporte a detalle que me pasó es similar a mi experiencia del miércoles y el jueves, mi hija entró  pegó un grito y lloró un poco, cuando la recogieron estuvo tranquila y jugaba contenta.
Veredicto: ¡por fin se acabo esta semana a ver qué tal nos va el lunes que irá la jornada completa!

… y el jueves, queridas lectoras, seguiré con esta historia…cj

Ilustración Carmen Lara 

lunes, 29 de agosto de 2011

Después de la tormenta...



Este fin de semana viví a todo color el dicho “Después de la tormenta viene la calma”, porque es una realidad que a veces, como papás, perdemos la paciencia y explotamos a lo que parece ser la menor provocación, pero que en realidad es un cúmulo de estrés, de cansancio y de desesperación por tener momentos de paz y de relajación en la casa.

Todo empezó el sábado en la mañana, cuando recibí un mensaje de una buena amiga y ex compañera de trabajo, recordándome la cena de cumpleaños que celebraría esa noche; cómo la mayoría de las mamás que decidimos quedarnos en casa a cuidar a nuestros hijos, a veces pido a gritos una salida de diversión, que se resume a mi necesidad de tener contacto con otros adultos, y que no necesariamente las pláticas se centren en los cambios de pañales y en el día a día con los hijos.

Mi hermana aceptó quedarse con mi hijo, y yo anticipadamente hice todo un plan para que cuando llegara la noche, no hubiera pretexto o justificación de por medio para quedarnos en la casa. Mi hijo hizo su acostumbrada siesta por la mañana, mientras yo recogí la casa para no tener que trabajar por la tarde; cuando se despertó nos fuimos los tres a comer, después por un café, y regresamos a la casa a jugar, tratando por todos los medios de evitar la segunda siesta, para que cuando llegara la noche mi hijo cayera rendido y no se diera cuenta de que no estaba en su cama.

En toda la tarde no paré un instante, cuando mi hijo encontraba una distracción, yo preparaba la pañalera, sacaba la cuna viajera, agrupaba todo su equipo para dormir que incluye una cobija especial, una almohada especial y un oso especial, y pensaba en lo que me faltaba por si las dudas. Llegó el momento de arreglarme, mi esposo ya se veía cansado y un poco harto, y mi hijo seguía con toda la pila corriendo por toda la casa, persiguiendo al perro que ya estaba notablemente molesto.

Definitivamente arreglarme es una de las partes que más disfruto cuando voy a salir, y mucho más ahora que mis salidas por la noche son tan esporádicas; tomando eso en cuenta, le pedí a mi esposo que cuando menos por quince minutos, vigilara a nuestro hijo para que no destruyera la casa o matara al perro, y yo me fui al baño a peinarme y pintarme.

Los primeros dos minutos solo oía “nooo, ahí no, deja a Pancho en paz, no tumbes el mosquitero, nooo”. Traté de conservar la calma, pero era obvio que mi esposo estaba dirigiendo la orquesta desde la comodidad de la cama, mientras el pequeño destructor disfrutaba de su libertad, que solo se veía opacada por los ocasionales gritos de su ya agotado papá.

Cinco minutos después, mi hijo se apareció en el baño interrumpiendo mi tan añorado ritual; yo traté de ignorarlo, pero fue imposible cuando empezó a desenrollar el papel, sacar mis cepillos, y lo que me llevó al límite, estuvo a punto de meterse el destapa caños a la boca.

Fue entonces cuando decidí que ese plan no iba a funcionar, teníamos que depositar a mi hijo en casa de sus padrinos antes de arreglarnos y salir a la cena, porque el tiempo pasaba rápidamente, y no había forma de hacer treinta cosas a la vez. Desafortunadamente para entonces, tanto mi esposo como yo ya estábamos muy sensibles, cansados y estresados, y no pudimos ponernos de acuerdo, así es que finalmente decidí llevar a mi agotado hijo a su cuna, darle su leche y dejarlo descansar en su cama tranquilamente.

Histérica le hablé a mi hermana, sin darme cuenta empecé a llorar y a gritar en el teléfono “ya no vamos a ir a ningún lado, mi hijo ya está dormido en su cuarto y nos quedaremos en la casa porque nadie me ayuda, yo tengo que resolver todo y estoy harta”, y le colgué.

A los cinco minutos Carol tocó la puerta, y después de una plática terapéutica de media hora, decidí irme sola. Subí, me arreglé y le avisé a mi esposo, y con sentimientos encontrados me fui a la aventura, o cuando menos lo era para mí en ese momento.

No puedo negar que me divertí muchísimo, platiqué, canté y me relaje como hace mucho que no lo hacía, pero eso si, en ningún momento deje de pensar en mi esposo y en mi hijo, que aunque sabía que ya dormían en sus camas plácidamente, no dejé de extrañarlos.

A la menor provocación sacaba mi teléfono y enseñaba las fotos más actuales de mi pequeño, empezaba a platicar de las palabras que acaba de descubrir, de su interminable energía y de su gran inteligencia, hasta que la persona con la que platicaba me cambiaba abruptamente el tema.

Así transcurrió la noche, por instantes volví a ser Michelle la abogada, la amiga, la del carácter fuerte y la adicta al trabajo, pero en ningún momento dejé de ser la mamá, porque eso ahora es imposible.

El Domingo mi vida volvió a la normalidad, después de una productiva conversación mi esposo y yo llegamos a la conclusión de que necesitamos comunicar nuestros planes y necesidades con más claridad, porque es obvio que el día anterior no nos entendimos, y finalmente regresó la calma. mj
Ilustración: Carmen Lara

jueves, 25 de agosto de 2011

Entre la torta ahogada y el supermercado...


Algo tarde pero por fin escribo. La verdad tenía casi pensado saltarme el día y no hacer AF el día de hoy, Michelle me dio permiso pero… ahorita mi hija por fin duerme y me entró un poco el remordimiento de consciencia (es extraño pero AF se ha vuelto una responsabilidad, que como tal tomamos muy en serio) pero más que nada me dieron ganas de contarles nuestra pequeña odisea del día de hoy.

Resulta que yo ya empecé a trabajar (otro día les contaré más al respecto) y mi hija empezó de nuevo a ir a la escuela (en otra ocasión les contaré  MUCHO más al respecto) por lo que esta semana ha sido algo pesada pues estamos las dos tratando de reajustarnos y adaptarnos a los cambios en  nuestras vidas.

Así las cosas para lo último que me da tiempo es para hacer la comida, actividad que desde que nació mi hija detesto más que nunca, sobre todo porque me agarra desprevenida y por mucho que trate de organizarme, cuando me doy cuenta ya es la hora y tengo que preparar algo de volada que sea medianamente saludable y nutritivo para mi hija, pues yo a veces termino comiendo cereal, papás o cualquier cosa que me encuentro en el camino.

Hoy fue uno de esos días en los que el reloj estuvo correteándome y por supuesto cuando llego la hora de la comida no había nada listo, Michelle amablemente me había comentado que había puesto a cocer brócoli y tenía algo de pasta –alcanza para los niños, nosotros luego vemos que comemos-  muchas veces con alimentar a los hijos nos basta, pero hoy yo moría de hambre y por el tono de Michelle intuía que ella también, así las cosas le hice una de las propuestas más indecorosas que se pueden formular –¿oye y si nos alocamos y nos lanzamos a comer tortas ahogadas?- Michelle NO PUEDE resistir este platillo tapatío que para quien no lo conozca consiste en una torta con bolillo salado y deliciosa carne de puerco picada en su interior, uno la “baña” con salsa de jitomate, salsa picosa, col, cebolla, limón y un poco de sal (¡ya estoy babeando!), el caso es que aceptó encantada y quedamos que pasaría por ella y su hijo en cinco minutos, para que se den una idea de la relación entre Michelle y las tortas les digo que apenas íbamos saliendo de la casa cuando vimos a Michelle y a su hijo caminando por la banqueta, ¡fue tanto el antojo que no aguantaron y llegaron caminando a la casa!

En cuanto llegamos a las tortas nos dividimos, mientras una va a comprar la comida y cuida a los niños la otra a la velocidad del rayo arrastra las sillas y acomoda el lugar en donde nos vamos a instalar, luego subimos a los niños y por fin llegan los manjares. A los niños como buenos tapatíos les encanta este platillo, pero en esta ocasión mi ahijado nos sorprendió pues agarraba puños de carne y como naufrago se los metía a la boca encantado de la vida.

Después de cincuenta servilletas y un reguero de carne en el piso (que por más que intentamos recoger quedo hecho un chiquero) salimos del restaurante, todos satisfechos y contentos.

Michelle tenía que ir al súper y yo muy valiente le dije –si quieres vamos de una vez- así que trepamos a los niños en un carrito del supermercado que parece coche y empezamos el recorrido.

¡¡¡Error!!! Apenas atravesamos el pasillo de entrada los dos “recién comidos” empezaron a pedir todo lo que veían a su alcance, jugaron tres segundos con el volante del pesado e impráctico carro del súper y luego gritaron “pan”, a toda velocidad Michelle fue por el pan que tenía que comprar y lo escondió mientras yo los entretenía con unos bailes alusivos a las verduras y frutas que se encontraban cerca de nosotros. En el pasillo de las galletas, tortillas y demás los dos intentaron brincos casi suicidas con tal de salirse del carro y tomar una galleta. En los congeladores mi hija se dio cuenta de que su querida madrina había puesto una bolsa de ciruelas pasas y ¡oh perdición! No hubo poder humano que la tranquilizara, una ecuánime  y tranquila Michelle me dijo –ábrelas y dale una, de todos modos las vamos a pagar y la verdad pobres están chiquitos y se les antoja lo que ven- yo me sorprendí con su comentario, abrí las ciruelas y le di una, dos, tres… su hijo a quien ni le gustan también se comió unas cuantas.

Dos minutos después empezaron a pedir otra cosa Michelle como energúmeno les dijo –no ya comieron ciruelas, ahora espérense que ya casi nos vamos-, mi hija aventó un paquete de cuernitos que traía en las manos y aplastó la lechuga que mi hermana se había tardado tres horas en escoger y que después de ver algo abollada decidió ir a cambiar.

El tiempo paso y los niños siguieron alocados, gritando y pidiendo TODO lo que veían a su paso, a ratos se abrazaban entre ellos y se volteaban a ver como diciendo –hay que tener calma o si no estás viejas se van a volver locas-

Por fin llegamos a la caja, pagué tres cosas y cargué a mi hija mientras el hijo de Michelle se las arregló para sacarle el palo a una paleta payaso y comerse el bombón que tenía pegado, mi hija empezó a gritar porque también quería paleta y un poco de todas las porquerías con las que saturan las cajas. Cuando por fin nos íbamos mi ahijado se aventó pataleo emocionado y aplastó por completo la lechuga que con tanto esmero su mamá había seleccionado, cambiado y cuidado en todo el trayecto. A estas alturas solos nos volteamos a ver, nos atacamos de la risa y juramos que por un tiempo cada quien irá al súper sola. Nuestros hijos están en una edad en la que no son en absoluto compatibles con este tipo de lugares. cj

PD 1: al final esta publicación saldrá el jueves y no el miércoles como me tocaba, pero ayer mientras escribía mi hija se despertó y yo tuve que abandonar el teclado y dirigirme con ella al parque más cercano.

PD2: no acostumbramos poner fotos de los niños pero la imagen del día e hoy dice más que mil palabras ;-)

PD3: son mucho más bonitos en persona!!.

martes, 23 de agosto de 2011

Peor el remedio que la enfermedad


No puedo decir que mi hijo ha sido un niño enfermizo, los primeros seis meses de vida no se enfermó para nada, yo se lo atribuyo a la leche materna que les proporciona todas las defensas que necesitan, y aunque si me dio un par de sustos regresando litros de leche después de comer, nunca padeció reflujo ni otras molestias digestivas.

Fue a partir de los ocho meses más o menos, que empezó con resfriados que iban de lo más simple, hasta las infecciones que nos visitaban con altas temperaturas y mocos verdes fosforescentes. Y era hasta cierto punto lógico, empezaba el invierno, que aunque en Guadalajara no es particularmente fuerte si se llega a sentir el aire frío, y por primera vez en su vida su cuerpo tenía que adaptarse a los cambios de clima.

Y con eso de que mi pequeño era el niño del eterno moco escurrido, constantemente teníamos que recurrir a los remedios que iban de lo natural, a medicinas amigables que aliviaban los molestos síntomas, y en algunas pocas ocasiones a los odiosos e invasivos antibióticos.

Cuándo era más joven no teníamos problemas para darle las medicinas, era incluso motivo de orgullo la forma en la que abría su boquita para que nosotros metiéramos la cucharita, o la jeringa, o el instrumento que fuera para darle la medida exacta de lo que necesitaba.

Empezó a crecer y a ser más consciente, y afortunadamente tuvimos una muy buena racha en la que prácticamente no se enfermó para nada, pero este fin de semana ese periodo de tranquilidad se vio interrumpido, y recibimos la temible y agotadora visita de nuestros enemigos los mocos.

Resulta que mis papás celebraron su aniversario en Morelia, y obviamente querían a los nietos en la fiesta para presumirlos; la tarde estuvo muy bonita pero hacía calor, y los niños corriendo obviamente sudaron como carnitas. Mi hijo además, ahora tiene la nada agradable costumbre de hacer buches cuando toma agua, así es que inevitablemente se empapa cada vez que toma el vital líquido, mismo que por lógicas razones no le puedo negar.

Empezó a anochecer, Carol y yo bailábamos y cantábamos como locas y nuestros hijos seguían corriendo, yo negligentemente no le cambié la playera al mío, y no es justificación, pero es que se veía hermoso con su pequeña guayabera, de esa ropa para enano proporcionado que ya les conté antes, y pues ahora estamos pagando las consecuencias.

Empezamos con el constante lagrimeo y el flujo de mocos transparentes, ya se, nada agradable, pero la mayoría de ustedes son mamás y han pasado por lo mismo, así es que no siento ni la más mínima pena al contarles. Durante la fiesta, y a pesar de mi contenida negligencia, decidí pedir a domicilio la medicina que siempre nos manda el doctor en estas situaciones, antes de recurrir a medidas más drásticas cuando se agrava la situación, pero esperemos que no sea el caso.

Decidí no bañarlo, porque el aire estaba muy frío y no quería que se durmiera con el pelo mojado, y anticipando el drama para tomarse la cucharada de medicina decidí ponerla en el biberón que se toma antes de dormir.

Cuando regresé a verlo estaba profundo, cada respiración le costaba un tremendo esfuerzo y se oían los mocos obstruyendo; no se tomo ni media onza de leche, pero yo se lo atribuí a que no podía respirar.

Al día siguiente amaneció un poquito peor, como pasamos pésima noche mis papás nos hicieron el favor de darle de desayunar y entretenerlo en lo que nosotros nos dormíamos un poco (por cierto, que alivio cuando cuentas con alguien que te ayude en esos casos), y cuando llegó la hora de la siesta, decidí ponerle nuevamente la medicina en el biberón.

No tomó nada, y me hice a la idea de que llegando a Guadalajara iba a tener que luchar con él para que se tomara la cucharada de jarabe, a costa de lo que fuera.

Sobra decir que este par de días nos hemos puesto unos pleitos de concurso, pasajeros afortunadamente porque ninguno de los dos somos rencorosos, pero de verdad he tratado con jeringa, cuchara y ayer hasta con un vasito para medicina de adulto; claro que primero le expliqué que él ya es un niño grande, y que tomar en ese pequeño vaso implicaba su nivel de madurez, se le quedó viendo, lo tomó entre sus deditos y lo volteó en su recién estrenado mameluco.

En fin, intentaré otras técnicas a ver cual funciona, pero que gran frustración tener que pasar por esto, porque ahora sí como dicen por ahí “te sale peor el remedio que la enfermedad”. mj
Ilustración: Carmen Lara

lunes, 22 de agosto de 2011

Extrañas aficiones...


Hay ciertas aficiones de mi hija que me causan una enorme curiosidad. Es verdad que uno revive su infancia con los hijos, sobre todo porque volvemos a observar lo que no veíamos desde hace mucho tiempo y actividades cotidianas y sin importancia vuelven a ser todo un ritual.

Hace unos cuantos meses tuve a bien mostrarle a mi hija por primera vez un cepillo de dientes, ya lo conocía pues con frecuencia me veía lavarme los dientes y se carcajeaba cuando la saludaba con la espuma de la pasta asomando por mi boca. La primera vez que le entregue su pequeño cepillo rosa, con un poco de agua pero sin pasta, lo primero que hizo fue intentar peinarse, después de reírme un poco pensé que era lo más sensato, si uno nunca ha visto dicho instrumento y por el contrario ha pasado mucho tiempo jugando con el cepillo del pelo, es lógico inferir que el pequeño cepillito sirva para lo mismo.

Después de explicarle que el nuevo instrumento era para la boca y no para los dientes, de lavarme los dientes al por mayor buscando que me imitara y de cantarle todo tipo de canciones alusivas a la higiene bucal, mi niña empezó a entender la actividad. Encantadas nos lavábamos los dientes después de cada comida, nos despedíamos del cepillo y presumíamos nuestro fresco aliento a los cuatro vientos.

Yo me sentía muy orgullosa por iniciar a mi hija en está actividad que creía ya conocía de principio a fin. Pero mi hija empezó a desarrollar una pasión desmedida por el cepillo de dientes y nuestra rutina antes llena de risas y cantos, se convirtió en un ritual de culto hacía todos los cepillos de dientes de la casa, mismos que por supuesto quería portar a todas horas y llevar a donde fuera.

Pasé de llamarla para lavarnos los dientes a esconderme en el baño y lavarme en absoluto silencio para que no me descubriera, mi esposo que no conocía del todo la nueva obsesión de nuestra hija al principio le entregaba su cepillo sin problema y luego se quejaba de que lo dejaba casi inservible y con un ligero sabor a perro (por supuesto mi hija compartía su hallazgo con su peludo cómplice).

Toda mi familia cayó en la trampa de prestarle a mi hija su cepillo de dientes, mismo que le devolvía hecho un asco. Michelle asombrada me preguntaba por qué le llamaba tanto la atención y como no queriendo comparaba el uso justo que mi ahijado le daba al cepillo – yo sólo mojo un poco su cepillo, llamo a mi hijo y le digo los dientes de arriba, de abajo, de un lado y de otro, se los lavo y ¡listo!- yo sonreía hipócritamente y no decía nada.

Pero llego un día que sin aviso mi amado ahijado cayó en el vicio, pasé por Michelle y su pequeño para ir de paseo, (llegué tarde, harta y peleada con mi hija que no quería soltar el cepillo) y taraaaaaaaaaaan salé Michelle con su hijo y ¿qué trae en la mano? ¡¡¡su cepillo de dientes!!!, antes de que lo vea mi hija le pido que lo quite y me dice –quítaselo tú, yo traté y llora como magdalena- dicho y hecho se lo quite y el llanto total.

Actualmente ha disminuido un poco el fervor de ambos para con el asunto de la higiene bucal, hay días en los que se acuerdan y no sueltan el cepillo y otros en los que pueden lavarse el puñado de dientes que tienen, despedirse y no hacer mayor drama. Pero otros en los que dejar el cepillo les cuesta sudor y lágrimas. Un día mi papá tuvo el atrevimiento de decirles -¿quién se quiere lavar los dientes con abuelo?- los dos brincaron de emoción y lo siguieron hasta su cuarto, después de un rato Michelle, mi mamá y yo solo lo oíamos decir –ya se acabó, dejen el cepillo y vamos  a hacer otra cosa- tardó un buen rato en convencerlos y cuando por fin estuvo listo bajaron todos tan campantes, mi papá les dijo –ahora díganle a su mamá que ya se lavaron los dientes y hasta les puse cremita para que no se les reseque la boca- nos los entregó felices y sin saber que habíamos escuchado todo el alegato sobre los cepillos. Curiosamente desde aquel día mi papá corre a lavarse los dientes sin invitar a nadie a que lo acompañe. cj

Ilustración Carmen Lara

jueves, 18 de agosto de 2011

¡Qué facha!



Pues hoy me pasó otra vez, me levanté a las 7:30 de la mañana y me metí a bañar antes de que se despertara mi hijo, cuando salí de la regadera ya lo oía platicar desde su cuna, así es que me apresuré a encremarme (que por el tipo de piel que tengo resulta obligatorio) y así, como casi todos los días, me puse lo primero que vi en mi clóset.

Con el pelo todavía empapado, fui por él a su cuarto, lo cambié y bajamos a desayunar; después de un huevo revuelto con jamón y un jugo de naranja nos dirigimos a la escuela, mi pelo ya empezaba a esponjarse, porque con este clima húmedo es irremediable.

Llegué a la casa y me serví un cereal, para entonces ya parecía una adolescente en los ochentas, con el crepé a todo lo que da. Pensé en subir a peinarme con la secadora, porque afortunadamente no tengo el pelo complicado, pero la realidad es que tengo otras trescientas cosas que hacer y que son mucho más importantes, así es que nuevamente me hago un chongo y me pongo un pasador para detener mi abandonado copete.

Este es un tema que puede parecer secundario, y con todo lo que tenemos las mamás en la cabeza realmente lo es, pero no deja de ser importante que nos demos el tiempo para arreglarnos y sentirnos bonitas, aunque a veces resulte casi imposible.

Después del embarazo y la lactancia me cambió el cuerpo por completo, en promedio peso más o menos lo mismo que antes, pero mis pompas desaparecieron y mis pechos se hicieron un poco más pequeños; esta referencia puede parecer un verdadero desastre, pero siendo honesta me gusta mucho más mi cuerpo ahora, sobre todo porque lo conozco mejor y sé de lo que es capaz.

Como ya se los he platicado, antes de ser mamá trabajaba en una oficina en dónde obligadamente hay que estar arreglados, no con el típico e incómodo traje sastre, pero si la mayor parte del tiempo traía altísimos tacones, faldas o vestidos y pantalones más formales. Siempre tenía en mi clóset cuando menos un par de jeans que me acomodaran mucho, porque eran mi uniforme los fines de semana. Pues ahora todo es al revés, mi ropa formal y mis zapatos altos están guardados en el fondo del clóset, esperando un paseo o una salida para distraerse.

En ocasiones cuando Carol y yo salimos con los niños, nos toca ver mamás empujando carriolas y tratando de balancearse con unos tacones kilométricos, nos volteamos a ver y creo que las dos pensamos “pero que incomodidad, cómo le hace para cargarlo y no caerse”, en la mayoría de los casos las siguen una o dos nanas, que cuando menos restauran un poco nuestro ego al sentirnos las mamás más fachosas del universo.

Con respecto al peinado, cuando nació mi hijo a mí se me empezó a caer el pelo tremendamente, cuando me bañaba tapaba la coladera, cuando me cepillaba dejaba el cepillo como plumero y de plano era muy impráctico porque hasta mi hijo tenía pelos entre sus manitas y en su ropa. Carol, una fanática del pelo corto me llevo de urgencia a una estética, en donde finalmente me convenció y prácticamente me raparon, tenía el pelo incluso más corto que ella, y aunque tengo que aceptar que estaba comodísimo porque solo me tenía que poner un poco de cera y moldearlo después del baño, nunca me sentí yo.

Yo creo que lo más importante es que siempre estemos súper limpias y presentables, a mí me parece muy desagradable encontrarme señoras en el súper a las seis de la tarde y todavía en pants y con una telaraña en la cabeza. Definitivamente cuando tienes hijos, el estar arregladísima como muñeca pasa a segundo o tercer término, pero por nuestra propia autoestima, no debemos descuidarnos ni dejar de arreglarnos para sentirnos bien con nosotras mismas, ya los piropos de terceros son un valor agregado. mj
Ilustración: Carmen Lara

miércoles, 17 de agosto de 2011

Que se vaya...



Cualquier relación se altera con la llegada de un hijo, uno tiene que reajustar los quereres y acomodar el tiempo y las formas de estar con otros para que no haya problemas o sentimientos de abandono en la pareja, los papás, hermanos, amigos, familiares cercanos y también… en el perro.

En mi caso la relación con Tomás mi pequeño pero ya maduro perro chihuahueño, la adaptación ha sido mucho más difícil de lo que imaginé. Cómo bien señaló Michelle en la entrada Panchito, Panchito, nuestros perros antes de que tuviéramos hijos eran los depositarios de todo tipo de apapachos, cariños y jugueteos.

Durante el embarazo Tomás no se me separaba y siempre pensé que cuando llegara mi hija los cuatro íbamos a ser una familia feliz, amorosa y sin complicaciones… no podía estar más equivocada.

Cuando salí rumbó al hospital retorciéndome por las contracciones e ilusionada por conocer a mi hija, abracé a Tomás y me despedí de él como si me fuera por años,  no tenía idea de que lo que sentía por él iba a cambiar tan súbita y profundamente.

A los dos días que regresé a la casa, con mi pequeña en brazos y el cuerpo adolorido, saludé a mi perro con cariño y un extraño sentimiento de nostalgia. Él que seguía siendo el mismo se lanzaba contra mi, babeaba y me buscaba por todas partes reclamando mis caricias y juegos.

La verdad es que desde que nació mi hija, el problema fue que Tomás se volvió un perro, me preguntaran ¿no lo era ya?, a lo que tímidamente les respondo que sí pero no. Era un perro en forma y especie pero no en trato, pues yo malamente desde el día en el que lo conocí lo traté como a un pequeño bebé, mismo que ocupaba mis pensamientos cuando yo estaba fuera de casa y mis atenciones cuando lo tenía cerca.

Cuando llegó mi bebé, mi hija humana y dependiente de mí en todos los aspectos, me avergüenza muchísimo aceptarlo, pero Tomás pasó a ser una verdadera lata. Sus celos y mi falta de atención eran el motivo ideal para que él hiciera todo lo que sabía que no tenía que hacer. Se hacía pipi en todos los lugares que ocupaba mi hija (en las patas de la bañera, la base del bambineto, y las ruedas de la carriola), y empezó a mostrar su inconformidad para conmigo ladrando a todas horas sin parar.

Tomás y yo nos declaramos la guerra, yo por más que intentaba quererlo como antes lo detestaba y me sentía atacada por sus protestas y él mientras menos caso le hacía peor se portaba. A la menor provocación yo le rogaba a mi esposo que se lo llevará y él que seguía sacándolo a pasear y jugando con él me decía que tuviera paciencia y entendiera lo resentido que estaba el pobre animal.

El tiempo pasó y como pudimos nuestra relación perro-madre recién parida, siguió, mentiría si les dijera que un día mágicamente volví a adorar profundamente a mi perro porque eso no ha pasado, pero por suerte mi lugar en su vida lo ha llenado mi hija.
Tomás siempre ha sido un perro ejemplar con mi hija, la trata con mucho cuidado, la cuida, corre a mi lado cada vez que ella llora y en fechas recientes le tolera todo con tal de tenerla cerca. Mi hija ha crecido en compañía del perro, lo conoce, quiere y ataca (para jugar pues nunca lo lastima), a la menor provocación.

La relación entre Tomás y yo sigue en proceso de reconstrucción hay días en las que me cae perfecto, jugamos y lo abrazo como en los viejos tiempos y otros en los que de verdad me gustaría no tenerlo cerca.  Ya no le pido a mi esposo que se lo lleve sobre todo porque sé que mi hija lo extrañaría mucho.

Finalmente un perro requiere de mucha atención, cariño y cuidados y un hijo… mil veces más, compaginar las dos cosas y quedar con fuerzas y ánimos para hacer otras cosas puede ser difícil. Sé que nuestras mascotas no tienen la culpa de que llegue un nuevo miembro a la familia y que estas situaciones deben de preverse antes de asumir la responsabilidad de tener un perro, pero es complicado y lleva tiempo readaptarse. cj
Ilustración Carmen Lara

martes, 16 de agosto de 2011

El sexo...del bebé


Parece un tema simple, pero en realidad, de él se derivan muchos otros de los que hemos escrito, cómo el peinado, la ropa, e incluso la forma de ser y comportarse cuando son pequeños.

Ahora la tecnología nos ha alcanzado, e incluso existen métodos para conocer el sexo de tu bebé a las pocas semanas de la concepción, lo cual antes era imposible. Mi Mamá, por ejemplo, como todas las mujeres antes de que existieran los modernos ultrasonidos, se enteró del género de sus hijos cuando nos vio nacer, y me parece que eso tenía también sus implicaciones positivas.

Yo por ejemplo, desde que supe que estaba embarazada me imaginé a un niño, pero cuando la gente te pregunta ¿y tú qué quieres que sea?, la respuesta generalizada de las mujeres embarazadas (no me dejarán mentir) surge en automático: “lo que sea mientras esté sano”.

Mi esposo y yo deseábamos y pensábamos en un niño, no lo gritábamos a los cuatro vientos porque siempre piensas que si es una niña lo va a resentir, o va a percibir una clase de rechazo, lo cual causa pánico y preocupación, pero me atrevo a decir que en la mayoría de los casos, los padres tenemos preferencia por uno u otro sexo, aunque si resulta el contrario no significa que lo queremos menos.

Cuando fuimos al ultrasonido de los cinco meses, que es cuando se supone que ya se puede ver con claridad el sexo del bebé (algunos se ven antes y otros después), en un principio el doctor nos dijo que era una niña; yo creo que noto una ligera decepción en nuestras caras, porque que de inmediato nos contó que él tenía tres hijas y que en realidad las mujeres son mucho más fáciles que los hombres, que son más hogareñas y no te dan tantos problemas en la adolescencia (que buenos que no me conoció porque se hubiera llevado una desagradable sorpresa). De un momento a otro se vio un giró en la pantalla, y mi bebé nos enseñó un panorama que era por demás claro, se trataba de un hermoso y bien equipado niño (también eso lo mencionó el doctor).

En ese momento se iluminaron nuestros ojos, empezamos a pensar en su nombre y mi esposo ya hablaba de jugar futbol en el jardín y llevárselo al estadio, sueños que al día de hoy todavía no suceden. Pero como es obvio, en el instante que se lo comunicamos a nuestra familia y amigos más cercanos no dejaron de hacernos recomendaciones y comentarios, algunos atinados y que tomamos en cuenta, otros un tanto absurdos que de plano decidimos descartar.

Es una realidad, las niñas son más fáciles y más tranquilas que los niños, cuándo menos de lo que a mí me ha tocado experimentar con mi hijo y mi sobrina que son de la misma edad; pero como en todo existen excepciones,  he conocido niñas súper salvajes que hacen ver la suerte de sus papás, y he conocido niños súper tranquilos que no despiertan la más mínima preocupación.

Por lo que respecta a la ropa, me imagino que debe ser divertido tener todo un clóset lleno de vestidos con sus calzones incluidos, tener el moño y los zapatos que combinan y poder peinarla de diferentes formas todos los días, pero yo soy feliz pensando en la comodidad de los prácticamente uniformes que le pongo a mi hijo semana tras semana, por la mañana unos pants cómodos y calientitos, por la tarde unos jeans con los que pueda jugar sin complicaciones.

Y en cuanto a mis preferencias por el sexo de mi segundo (y último) bebé, que todavía no sabemos cuándo tendremos el valor de buscar, en realidad me encantaría tener una niña, porque cuando crecen son grandes compañeras, más cercanas a la mamá (que a la suegra por ejemplo), y además son más cariñosas; en fin, eso solo se lo dejaremos al destino, si tengo otro niño seré una mamá súper feliz y afortunada, y sobre todo, mi hijo lo va a disfrutar tremendamente, porque serán excelentes compañeros… pero ya veremos qué pasa. mj

Ilustración: Carmen Lara

lunes, 15 de agosto de 2011

...después del berrinche



Sigo con el tema de los berrinches…

Sobra decirles que el PRIMER BERRINCHE fue el primero con mayúsculas y en todo el esplendor de la palabra. Como padres primerizos nos tomó por sorpresa y al no entender que es lo que pasaba hicimos todo lo que se recomienda no hacer en estos caso: saturamos de información, atención y opciones a nuestra pequeña, lo que solo la frustró más y aumentó la intensidad del berrinche.

Después de la sensación de susto, angustia y enojo que me causó el altercado llegó la curiosidad ¿qué fue lo que hizo que mi hija se enfureciera a tal grado?, por lo que comencé a preguntarle a cuanto padre y madre de familia me encontraba ¿qué hacían para calmar o mejor aún evitar un berrinche? y ¿cuándo y por qué sus hijos hacían berrinches?.

Algunos “padres perfectos” volteaban los ojos y me decían hipócritamente (tal vez era cierto, pero me cuesta trabajo creerles) que sus hijos no hacían berrinches o que ellos siempre los evitaban, cuando les contaba mi pequeño cuento de terror, me miraban apenados y negaban haber pasado por una situación similar. El resto de los papás, simples mortales y con hijos que de vez en cuando atentan contra la armonía familiar con sus berrinches, se detuvieron cariñosa y pacientemente a explicarme el abc de estos episodios, compartieron anécdotas, frustraciones, sustos y lo más importantes excelentes consejos para implementar antes, durante y después del berrinche.

ANTES
Tanto los papás y mamás a los que les he preguntado, como mi experiencia y algunas lecturas sobre el tema, atinan a decir que un berrinche no llega sin aviso, los pequeños nos dan señales para prevenir el  berrinche o evitarlo. El problema es que muchas veces no las sabemos identificar o estamos tan absortos en nuestro mundo adulto que las ignoramos por completo.

Yo he tratado de identificar estas señales en mi hija, a veces lo logro y otras no, pero cada vez me queda más claro que el berrinche es la forma que tiene mi pequeña para decirme: ¡estoy enojada porque no entiendes lo que te quiero decir y/o necesito en este momento!.

Además de los elementos obvios (qué a veces la verdad que ni tan obvios) como cansancio, sueño, hambre o algún malestar, para mi hija grandes detonadores de berrinche son: la prisa (por supuesto mía), mi inconsistencia en algunos asuntos (Ej. hoy le doy una galleta antes de comer y al día siguiente le exijo que espere hasta que la comida este lista) y por último la negación ante algún capricho o antojo.

En principio me ha servido tratar de evitar caer en los extremos, demasiada hambre, sueño o estimulación hacen enojar a cualquiera, la prisa por otra parte es un elemento que en mi caso siempre es un síntoma de un día mal organizado en el que me levante más tarde de lo que pensaba, no preparé con tiempo bolsas, pañalera, etc., todo esto se refleja en mi relación con mi hija y su frustración por no contar con las palabras para decirme que mi tiempo y el de ella no son iguales, en cuanto a la inconsistencia ¡qué les puedo decir!, me encantaría ser la estampa de la madre perfecta pero como no lo soy,  es mi hija en uno de sus arrebatos la que me hace darme cuenta que un día hago y le digo una cosa y otro otra, trato de no contradecirme y tener ciertas reglas claras pero no siempre es posible, el caso de los berrinches por capricho es un asunto laaaaaargo y que creo que se tiene que ir tratando con calma, al año y medio hay poca tolerancia y muchas ganas de tenerlo todo, jugar con todo y comer de todo, yo trato con todas mis fuerzas de evitar tentaciones, si nos vamos a topar con algo que sé que se le va antojar prevenirla desde antes (se lo digo y explico con todas las palabras, según su edad  y lo mejor que puedo), intento que aprenda a compartir y a esperar su turno, como en todo hay días en que logra controlar sus ganas y otros en los que le gana el llanto.

DURANTE
A mí me funciona, en principio no caer en el pleito, no enojarme y empezar a explicarle todo lo que está pasando, si no logré hacerlo antes durante el berrinche NO es el momento de entrar en detalles. Por lo que me alejo, me cercioró de que este segura (en caso de que quiera patalear o tirarse al piso) y le digo “ si estás enojada y quieres hacer berrinche está bien yo voy a estar en _______ (sitio en el que estaré), puedes ir ahí o vengo por ti cuando estés tranquila” , esto me cuesta un trabajo inmenso, pero he comprobado que si no tiene público el berrinche se termina rápido o no empieza.

DESPUÉS
Como en cualquier pleito después de la tormenta viene la calma, mi hija y yo cada vez aprendemos más a no caer en los berrinches (que en la mayoría de los casos son causados por las dos), pero cuando no podemos evitarlos después del enojo, llanto y demás yo procuro que tengamos un momento especialmente tranquilo y amoroso en donde yo pueda poner en palabras aquello que ella no atinó a expresar y la hizo enojar, la abrazo y beso hasta casi acabármela, le explico lo que pasó, y siempre irremediablemente le hago saber que no importa cuanto nos enojemos siempre la voy a querer y estaré ahí para que aclaremos las cosas. cj

Ilustración Carmen Lara 

jueves, 11 de agosto de 2011

El outfit


Pues hoy se me ocurrió platicar de un tema que si bien parece superficial, en el fondo no lo es tanto, porque es una realidad que como mamás, nos preocupa mucho la ropa que les ponemos a nuestros hijos, principalmente para que estén cómodos y se vean bien.

Yo no he sido una mujer obsesionada con la ropa de mi hijo, cuando mi esposo y yo nos enteramos de que tendríamos un niño, fuimos a una tienda de bebés y compramos un conjunto de pantalón y camisa, y eso fue prácticamente lo único que tuvimos que comprar antes de que naciera.

Fuimos muy afortunados, porque entre baby showers y regalos de familiares y amigos, particularmente de Abuelos y Bisabuelos, completamos su clóset cuando menos para los primeros meses. Y la realidad es que cuando tienes a tu primer bebé, no tienes mucha idea de cuál es la ropa más práctica y cómoda, e insistes en ponerle el conjunto complicado pero que lo hace ver como un verdadero muñeco.

Siguiendo los prácticos y atinados consejos de mi Mamá, lavé la ropa un mes antes de la fecha en que esperábamos a mi hijo, la tendí al sol para que no se encogiera en la secadora, y la doble con mucha paciencia para finalmente acomodarla perfectamente alineada en sus cajones.

Cuando preparé mi maleta para el hospital, empaqué alrededor de cinco outfits completos para que mi hijo recibiera a las visitas de lo más presentable y elegante; sobra decir que vivió sus primeros dos días en el mameluco desteñido que le ponían las enfermeras, y no me acuerdo de haber protestado o pedido que lo cambiaran, creo que fue lo último que me importó en ese momento.

Los primeros quince días tuvimos la fortuna de tener a mi Mamá en Guadalajara, y enfatizo la fortuna porque entre muchas otras cosas, me daba pánico vestir a mi diminuto bebé. Yo veía como ella le torcía los bracitos y le apachurraba la cabeza para ponerle el pañalero, obviamente él no se inmutaba y seguía viendo al infinito, como todos los bebés a esa edad.

Empezaba el calor, así es que lo más cómodo era dejarlo en pañalero, y si refrescaba le poníamos uno de los hermosos suéteres tejidos por su abuela, y calcetines, porque cuando son recién nacidos es importante que conserven el calor en los pies (y en la cabeza, pero mi hijo y yo siempre odiamos los gorros).

Como era de esperarse, cuando se fue mi mamá y empecé a vivir en la realidad me olvidé de tender pacientemente cada una de sus micro prendas, y todo iba directo a la lavadora y a la secadora. Lo doblaba como podía y lo guardaba en donde cupiera, porque además es típico que acumulamos una serie de objetos imprácticos que jamás les ponemos a nuestros hijos, como los famosos guantesitos para que no se rasguñen, que mi pasivo bebé se arrancaba furioso por ver coartada su libertad de expresión.

Así transcurrieron los primeros meses, mi hijo empezó a crecer y nos dimos cuenta de que todo lo que nos habían regalado ya no le quedaba, y que nuestro almacén desaparecía rápidamente. Mis papás no han dejado de ser nuestros más importantes proveedores de simpáticas vestimentas, igualmente mis Abuelos, que en cada uno de sus viajes les traen a nuestros hijos sobre todo prendas clave, como son pañaleros, pantalones y calcetines, y de vez en cuando mi esposo y yo nos vemos obligados a comprar una que otra cosa que de plano urge.

Yo personalmente disfruto ver a mi hijo con ropita más bien infantil (si eso tiene algún sentido considerando su corta edad), pero mi esposo prefiere, por mucho, verlo en pantalones y camisas como las que él usa, como si fuera un enano perfectamente bien proporcionado, y yo generalmente le doy gusto.

No incluyo los zapatos porque esos son otra complicada historia, mi hijo yo hemos padecido grandes dificultades para encontrar el calzado ideal para sus pies en forma de bolillo y con una tendencia más bien inclinada hacia el mal olor, pero los detalles se los contaré más adelante.

En resumen, yo creo que lo más importante es la comodidad, cuando son bebés es necesario tener un acceso fácil y rápido al pañal, porque todo el día hay que cambiárselos, y así evitamos rosarlos o lastimarlos, y ya cuando son adultos bebés, como el mío, lo más importante es que puedan moverse con libertad, restregarse en el pasto, y embarrarse si que nos preocupe que después del juego parezcan refugiados de guerra, porque de todas formas se ven hermosos. mj

Imágen: Carmen Lara

miércoles, 10 de agosto de 2011

Un cuento de terror

Todo sucedió una tranquila y fresca tarde de febrero, unos días antes de que mi adorada y angelical hijita cumpliera un año. Era viernes y la mañana había transcurrido como de costumbre, papá y mamá en el trabajo y la pequeña en la guardería. Comimos tranquilos en la casa cuando empezamos a notar que nuestra princesa tenía un poco de sueño pues se tallaba los ojitos y se acariciaba la cabeza (señales clarísimas de que tiene sueño). Mi esposo sin pensarlo dos veces sacó a mi pequeña de su periquera y me dijo – la llevaré a que se duerma un ratito- luego volteó hacía ella y le dijo –tienes sueño ¿verdad?- la pequeña embustera sonrió y se acurrucó en los brazos de su papá.

Segundos después de que mi esposo depositó a mi hija en la cuna escuché el llanto, no me preocupé porque en ocasiones esto solo es la confirmación del sueño que usualmente llega unos minutos más tarde, seguí lavando los platos pero el llanto no desaparecía, irritada por el sonido subí a ver que pasaba. Mi esposo escondido afuera del cuarto de mi pequeña se me quedo viendo con cara de no tengo idea de qué es lo que quiere.  Yo lo vi  haciéndole un gesto que intentaba decir: lo que quiere es que la arrulles o abraces un poco ¡es obvio!.

Entré al cuarto y encontré a mi pequeña bañada en mocos  y lágrimas, la saqué dispuesta a arrullarla y ¡oh sorpresa! Se empezó a retorcer en mis brazos, gritando con más fuerza y haciendo todo por soltarse de mi abrazo, mi esposo frente me dijo –eso mismo me hizo a mí, pero la pongo en el piso y llora más, ¿qué hacemos?-

En estos momentos queridas lectoras, como bien saben, la cabeza bombardea información a una velocidad inimaginable, de inmediato pensé que algo le había picado, que la comida le había caído mal o se había lastimado estando en la cuna. Tomé a mi pequeña que se resistía con todas sus fuerzas a que la cargara y examiné con cuidado todo su cuerpo, pero no encontré absolutamente nada. El pañal estaba seco y el biberón intacto ¿qué le pasaba?.

Mi hija no dejaba de llorar lo que hacía que cada segundo mi esposo y yo perdiéramos un poco más de la ya escasa calma y tranquilidad que nos quedaba, intentábamos todo pero nada funcionaba, en los momentos en los que mi hija tomaba aire y bajaba un poco los decibeles de su llanto, notaba como bostezaba y se tallaba los ojos, ¡sin duda tenía sueño!.

Como no se dejaba abrazar o arrullar la cargamos a la fuerza y la pusimos en su cuna, su reacción casi nos dio un ataque, grito más fuerte de lo que se puedan imaginar, se pegó contra los barrotes y agitó su pequeño cuerpo tan violentamente que empecé a entrar en pánico. Intente sacarla de la cuna pero se acostó con fuerza, era evidente que no quería que la tocara y algo le molestaba, pero ninguno de los dos sabíamos qué hacer, por lo que la contemplábamos frente a la cuna profiriendo todo tipo de palabras y sonidos tranquilizadores a lo que ella respondió con más llanto y coraje,  lo que hizo que se atragantara y luego se vomitara.

Cambié las sábanas con ella dentro y después de revisar que no quedara nada en la cuna con lo que pudiera lastimarse mi esposo y yo nos salimos del cuarto. Mi pequeña siguió llorando otro rato, mientras nosotros en la voz más baja del mundo nos preguntábamos qué le pasaba.

Con el llanto y el episodio de ataque llegó el sueño que duró casi dos horas, mientras dormía yo la contemplaba sin creer que esa apacible pequeña había sido un encolerizado monstruo minutos antes. Asustada empecé a pensar que mi hija tenía un problema de doble personalidad o algo así pues no había otra causa que explicara su comportamiento, mi esposo que suele ser menos impulsivo me sugirió que buscara información en Internet, seguí su consejo y me llevé la sorpresa de mi vida, encontré foros enteros en los que padres desesperados compartían episodios similares al que acabábamos de vivir con nuestra hija, al final la mayoría preguntaban ¿pero qué es eso, significa que nuestro pequeño tesoro tiene un problema de personalidad o algo así?, las respuestas de padres más experimentados, psicólogos o pediatras aseguraban que los terroríficos episodios eran simple y llanamente un berrinche.

El balbuceo de mi hija interrumpió mis cavilaciones ¡el monstruo se había despertado!, mi esposo y yo nos agarramos de la mano y con todo el miedo del mundo nos acercamos a su cuarto, la nena nos recibió parada en la cuna con una sonrisa de oreja a oreja, el único recuerdo de su transformación eran sus ojitos rojos y las sábanas sucias frente a la cuna. El resto del día transcurrió sin eventualidad alguna, mi hija jugó, cenó y se durmió sin contratiempos.

Pensé que todos los consejeros de los foros que había leído estaban equivocados y decidí que mi hija no había hecho un berrinche, algo inexplicable había pasado pero no se volvería a repetir. En la noche hablé por teléfono con mi mamá y le conté con todo detalle el episodio, antes de terminar mi historia ella se carcajeo y me dijo: -una sopa de tu propio chocolate, bienvenida al mundo de los berrinches-. Cuando le dije que ESO no pudo haber sido un berrinche, me contestó –tú hacías lo mismo, te tirabas al piso, gritabas, no dejabas que nadie te tocará y llorabas hasta dormirte-.

El impacto fue terrible, mi hija, mi angelito y hermoso bombón tenía la capacidad de convertirse en una pequeña y temible criatura, capaz de acabar con mi paciencia e insensible a mis abrazos y cariños. La noticia me dejo helada ¿qué se suponía que tenía que hacer en estos casos?... Esto queridas lectoras se los contaré el viernes… un abrazo berrinchudo. cj

Ilustración Carmen Lara