Como
ya se los comentó Carol en la entrada “El campamento (parte 1)”, no sé muy bien
por qué, pero a mi algunas situaciones que me deberían resultar de lo más estresantes
y preocupantes, me resultan totalmente lo contrario. En parte yo creo que es
una reacción normal de autodefensa, así es como funciona mi cabeza, “si no
pienso en todo lo malo que le puede pasar a Gabriel durante el trayecto y ya en
el campamento, voy a estar más tranquila”, y así pasó.
Tampoco
creo que es una situación que merezca tantísimo desgaste de energía,
seguramente algunas de nuestras lectoras pensarán que exageramos, pero lo
cierto es que cada experiencia que vives por primera vez como Mamá, cada
novedad, conlleva sentimientos muy fuertes y difíciles de controlar, y estoy
segura que así será el resto de la vida, aunque nuestros hijos ya sean adultos
independientes.
Por
otra parte, además de la diferencia de formas de ser entre Carol y yo, también
vivimos una situación muy diferente considerando que yo tengo otro hijo que
desvía gran parte de mi atención. Esto no quiere decir que por preocuparme por
uno se me olvida el otro, seguramente las mamás que tienen más de un hijo me
entienden perfecto, es chistoso como funciona mi cabeza ahora. Siempre estoy
pensando en los dos, pero me preocupan de manera diferente.
Lo
que si sucedió la tarde en la que Gabriel se fue de campamento, como ha
sucedido en otras ocasiones en las que se va con mis papás a algún lado, o que
se va a jugar a casa de Carol y por ser prácticas Jerónimo se queda conmigo,
cuando estamos los dos solos ya nos sentimos incompletos y hasta un poco
desubicados. Es increíble como en tan poco tiempo, la estructura de la familia
se acomoda de tal forma que si uno de los elementos falta, todo lo demás se
desajusta.
Esa
tarde traté de entretener a Jero con alguno que otro juguete, lo dejé jugar en
la tina hasta que el agua estaba congelada, me esperé a que comiera lentamente
su cena sin presionarlo, e inevitablemente la tarde se nos hizo eterna; incluso
Jero entró dos o tres veces a buscar a Gabriel en su cuarto, y sólo se me
quedaba viendo con cara de “¿qué le hiciste a mi hermano?”.
Al
día siguiente, ya cerca de la hora de llegada, la ansiedad era inevitable, y yo
sufría tratando de contener las lágrimas (como en todos los eventos que
involucran a mis hijos, días festivos, y especialmente los que tienen música de
fondo, aunque sea folclórica).
Ilustración Carmen Lara
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