El día que mi hija estuvo en el campamento se me hizo
eterno. Vagué por los pasillos de la escuela que compartimos sin la emoción de
encontrarla en medio de cualquier jardín.
Entré y salí del comedor sin sus abrazos y sus
comentarios sobre la sopa del día, y la promesa de vernos en un ratito para
irnos a casa. A la hora de la salida tomé mis cosas y me fui al coche, sin
risas, sin su plática y sin los quince minutos que hacemos de mi oficina al estacionamiento porque para mi
hija es imprescindible la revisión
exhaustiva de cuantas hormigas, chinches y flores se encuentra en el camino.
En la casa me esperaba mi esposo, que conociéndome se
anticipaba a mis dramas y me invitó al cine para pasar la tarde. En el cine me
divertí, me atasqué de dulces y palomitas y sólo revisé dos o tres veces mi
celular (por si acaso había una emergencia).
Mi angustia llegó cuando salimos del cine. Pasamos
rápido al supermercado a surtir una lista que llevaba días pegada en el refri,
cuando por fin tuvimos todo y nos formamos en la única caja abierta de las 30
que existen, con lo que necesitábamos desbordándose de nuestros brazos (porque
yo insistí que el carrito era innecesario) de repente, sin aviso, tuve la
certeza de que no le había mandado traje de baño a mi hija, le dije a mi esposo
con los ojos llorosos, él se me quedó viendo tratando de entender si yo había
enloquecido o en efecto había olvidado enviar la única prenda básica para un
campamento en un balneario. Me dijo que me tranquilizara y que llegando a la
casa revisábamos. Yo le pedí que dejáramos todo y nos fuéramos en ese momento. Mi locura era tan
evidente que dejó las cosas y me siguió hacía el coche.
Al llegar a la casa subí como desquiciada a revisar
el closet de mi hija, en los cajones sólo encontré uno de sus dos trajes de
baño así que bajé al patio a ver si no estaba entre la ropa recién lavada o
colgado en el tendedero. A pesar de que no lo encontré seguí pensando que no se
lo había mandado. Angustiada y triste me encerré en el baño y me puse a llorar.
Dormí más de lo que esperaba sólo desperté a ratos a
revisar mi celular y a pensar que si no había noticias era porque todo iba bien.
En la mañana seguía confundida con todo el asunto del traje de baño. Esperé
ansiosa que fuera la 1:15 para irme al salón de kinder a esperar a mi hija.
Cuando llegué al salón me sentí tranquila en medio
del nervio compartido entre el resto de mamás, cuando llegó Michelle le
compartí mi angustia por el traje de baño y me dijo sin más que no me
preocupara que seguro si se lo había mandado. De repente alguien dijo que los
niños ya habían llegado y venían rumbo al salón, mamás y papás perdimos el
control y cual novias y novios aturdidos y emocionados comenzamos a estirarnos
para ver si a lo lejos veíamos a nuestros hijos.
Los niños llegaron felices, asoleados y llenos de
historias. Después de abrazar a mi hija, revisarla y decirle hasta hartarla que
la amaba con locura le pregunté ¿mi amor, dime algo, te mandé traje de baño?,
me volteo a ver y tan tranquila me dijo, si, pero sólo me mandaste uno…
La experiencia sobra decirlo fue mucho más una prueba
para mí que para ella que resultó ser una feliz e independiente campista.
… y pensar que ésta es la primera de tantas…
cj
Ilustración Carmen Lara
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