Sucede que los niños se fueron hoy de
campamento, salieron tempranito, cargando su mochila, sleeping y más ánimos de
los que se pueden contar. Sucede también que los campistas en cuestión tienen
cuatro años recién cumplidos y somos las mamás las que tenemos que guardarnos el corazón en la bolsa al despedirlos.
Michelle lo tomó con calma, ella siempre
reacciona tranquila frente a esas experiencias de crecimiento y reto tanto para
los niños como para las mamás. Yo en cambio llevo una semana con las tripas hechas
nudo, pensando en todos los posibles pretextos que podría inventar para que mi
hija no fuera al campamento, y sondeando de todas las maneras posibles si
realmente ella quería ir, (porque por supuesto soy una de esas mamás sensible y
si no se le antoja el paseo NO la voy a obligar). El caso es que mi hija no dudó en ningún momento, la sola
mención del evento le iluminaba la cara y desataba un monólogo extenso y
puntual sobre todo lo que harían allá, mismo que siempre terminaba con la misma
cantaleta “y como los papás no pueden ir, yo voy a estar con mis maestras y
mamá y papá se quedarán en casita”. Al principio pensé que la frase era para
convencerse de la separación, pero luego me di cuenta que era más bien para
convencerme a mí y para dejar muy claro que no era en absoluto necesaria mi
presencia en el campamento.
Así las cosas, mi hijita (que se veía más
pequeña, hermosa y feliz que nunca) se fue hoy a las nueve de la mañana a pasar
la noche a un balneario para vivir con desparpajo su independencia prematura
rodeada de sus amados maestros y amigos.
Mientras despedíamos a los campistas tuve
la oportunidad de platicar y observar a otras mamás, la mayoría estaban igual
de compungidas y nerviosas que yo, algunas compartieron el terror que sentían y
un puñado de fantasías que en otras circunstancias parecerían una lista de
inventos escalofriantes sobre accidentes poco probables, pero en ese momento
todas asentíamos un poco más tranquilas
de saber que no éramos las únicas locas que habían pasado horas angustiadas
por todo lo que les podría pasar a los niños estando lejos de casa, una mamá
hasta investigó la ruta a tomar
para llegar al balneario lo más pronto posible en caso de que requirieran su
presencia.
No me puedo adelantar a decir que todo
salió perfecto, sé que mi hija a duras penas se acordará de que tiene madre
porque hace quince días que hicieron una dormida en la escuela, Lucía y Gamba
fueron los últimos en dormirse (dignos hijos de su madre, decidieron quedarse
platicando en la noche) y ni una
sola vez preguntaron por mí o por Michelle.
Lo que me queda clarísimo es que esta
sensación de tener el corazón atorado en la garganta, el estómago contraído y
apretado y una añoranza que se me cuelga de las pestañas, es la primera de las
muchas separaciones que tendré que enfrentar por ser mamá. Porque no importa
que sea mentira, mientras yo estoy junto a ella siento que puedo protegerla de
todo, que puedo encargarme, que nada es demasiado grave o peligroso. Pero basta
que se suba a un coche en el que yo no estoy para que todo pueda suceder lejos
de mí.
Mañana les cuento cómo pasé la noche y
cómo regresaron los campistas…
cj
Les dejo el video de Luis Pescetti “El
campamento” para que se rían un rato.
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