Hace unos días viajamos en avión. La última vez que
hicimos un viaje aéreo mi hija se mareó tan fuerte de ida, que vomitó y se
sintió fatal. De regreso, para prevenir cualquier inconveniente le dimos una
pastilla antimareo que funcionó durante todo el vuelo y la hizo recuperar a
medias su confianza en los aviones.
Ahora en medio de la prisa (salimos en un día de
escuela, después del trabajo, corriendo para no perder el avión y llegar a
tiempo a la cita acordada en nuestro destino) me había olvidado por completo del
mareo, el remedio y la ansiedad de Lucía respecto a los aviones.
Quince minutos antes de subir al avión, ya en la sala
de espera y todavía sudando del taxi, la comida ingerida sin saborearla y las infinitas
revisiones de seguridad, mi hija se volteó y con toda confianza me dijo ¿a qué
hora me vas a dar mi medicina para no marearme?, por supuesto mi esposo y yo
nos volteamos a ver con una expresión de confusión, terror y risa difícil de
explicar, cuando le dije que no la necesitaba porque el día que se había
mareado fue porque el avión se había movido más de lo normal, me volteó a ver
con cara de ¿qué te pasa? Y me dijo que ella no quería marearse y sentirse mal
así que prefería tomar la medicina.
Acto seguido subí corriendo a toda velocidad a una
farmacia improvisada y fuera de lugar que se encontraba en la sala de espera
vecina, pregunté por la medicina antimareo y con toda la calma y apatía del mal
vendedor me contestaron que no les había llegado, en segundos decidí que la
situación ameritaba un remedio casero o mentira piadosa, cómo quieran ustedes
llamarlo.
Tomé una cajita, la pagué y al bajar de nuevo a
nuestra sala, minutos antes de subir al camioncito que nos llevaría al avión,
le entregué mi compra a mi esposo y le dije que discretamente sacara una
pastilla mientras nosotras íbamos al baño. Fuimos y de regreso mi compañero de
crimen le dio a nuestra hija una pequeña pastillita naranja. La pobre incauta
la tomó, la analizó y se la metió a la boca en espera de un desagradable sabor a
medicina que nunca llegó. Cuando se la terminó dijo “esa medi, hasta sabe rico”, nosotros nos volteamos a ver y
preferimos ya no decir nada.
Llegamos a nuestro destino sin atisbo de mareos o
malestares, de regreso la historia se repitió y el remedio funcionó de igual
manera. No nos sentimos orgullosos de utilizar un Tic Tac como medicina contra
el mareo, pero a veces hay que improvisar y ayudar a que ciertos miedos
desaparezcan con un poquito de ayuda.
cj
Ilustración Carmen Lara
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