viernes, 30 de mayo de 2014

La otra versión de El Campamento



Como ya se los comentó Carol en la entrada “El campamento (parte 1)”, no sé muy bien por qué, pero a mi algunas situaciones que me deberían resultar de lo más estresantes y preocupantes, me resultan totalmente lo contrario. En parte yo creo que es una reacción normal de autodefensa, así es como funciona mi cabeza, “si no pienso en todo lo malo que le puede pasar a Gabriel durante el trayecto y ya en el campamento, voy a estar más tranquila”, y así pasó.

Tampoco creo que es una situación que merezca tantísimo desgaste de energía, seguramente algunas de nuestras lectoras pensarán que exageramos, pero lo cierto es que cada experiencia que vives por primera vez como Mamá, cada novedad, conlleva sentimientos muy fuertes y difíciles de controlar, y estoy segura que así será el resto de la vida, aunque nuestros hijos ya sean adultos independientes.

Por otra parte, además de la diferencia de formas de ser entre Carol y yo, también vivimos una situación muy diferente considerando que yo tengo otro hijo que desvía gran parte de mi atención. Esto no quiere decir que por preocuparme por uno se me olvida el otro, seguramente las mamás que tienen más de un hijo me entienden perfecto, es chistoso como funciona mi cabeza ahora. Siempre estoy pensando en los dos, pero me preocupan de manera diferente.

Lo que si sucedió la tarde en la que Gabriel se fue de campamento, como ha sucedido en otras ocasiones en las que se va con mis papás a algún lado, o que se va a jugar a casa de Carol y por ser prácticas Jerónimo se queda conmigo, cuando estamos los dos solos ya nos sentimos incompletos y hasta un poco desubicados. Es increíble como en tan poco tiempo, la estructura de la familia se acomoda de tal forma que si uno de los elementos falta, todo lo demás se desajusta.

Esa tarde traté de entretener a Jero con alguno que otro juguete, lo dejé jugar en la tina hasta que el agua estaba congelada, me esperé a que comiera lentamente su cena sin presionarlo, e inevitablemente la tarde se nos hizo eterna; incluso Jero entró dos o tres veces a buscar a Gabriel en su cuarto, y sólo se me quedaba viendo con cara de “¿qué le hiciste a mi hermano?”.

Al día siguiente, ya cerca de la hora de llegada, la ansiedad era inevitable, y yo sufría tratando de contener las lágrimas (como en todos los eventos que involucran a mis hijos, días festivos, y especialmente los que tienen música de fondo, aunque sea folclórica).

Por fin llegaron, y Gabriel, digno hijo de su madre en cuanto me vio soltó el llanto, y nos abrazamos como si no nos hubiéramos visto en un año. mj

Ilustración Carmen Lara

martes, 27 de mayo de 2014

El Campamento (parte 2)

El día que mi hija estuvo en el campamento se me hizo eterno. Vagué por los pasillos de la escuela que compartimos sin la emoción de encontrarla en medio de cualquier jardín.

Entré y salí del comedor sin sus abrazos y sus comentarios sobre la sopa del día, y la promesa de vernos en un ratito para irnos a casa. A la hora de la salida tomé mis cosas y me fui al coche, sin risas, sin su plática y sin los quince minutos  que hacemos de mi oficina al estacionamiento porque para mi hija es  imprescindible la revisión exhaustiva de cuantas hormigas, chinches y flores se encuentra en el camino.

En la casa me esperaba mi esposo, que conociéndome se anticipaba a mis dramas y me invitó al cine para pasar la tarde. En el cine me divertí, me atasqué de dulces y palomitas y sólo revisé dos o tres veces mi celular (por si acaso había una emergencia).

Mi angustia llegó cuando salimos del cine. Pasamos rápido al supermercado a surtir una lista que llevaba días pegada en el refri, cuando por fin tuvimos todo y nos formamos en la única caja abierta de las 30 que existen, con lo que necesitábamos desbordándose de nuestros brazos (porque yo insistí que el carrito era innecesario) de repente, sin aviso, tuve la certeza de que no le había mandado traje de baño a mi hija, le dije a mi esposo con los ojos llorosos, él se me quedó viendo tratando de entender si yo había enloquecido o en efecto había olvidado enviar la única prenda básica para un campamento en un balneario. Me dijo que me tranquilizara y que llegando a la casa revisábamos. Yo le pedí que dejáramos todo y nos fuéramos  en ese momento. Mi locura era tan evidente que dejó las cosas y me siguió hacía el coche.

Al llegar a la casa subí como desquiciada a revisar el closet de mi hija, en los cajones sólo encontré uno de sus dos trajes de baño así que bajé al patio a ver si no estaba entre la ropa recién lavada o colgado en el tendedero. A pesar de que no lo encontré seguí pensando que no se lo había mandado. Angustiada y triste me encerré en el baño y me puse a llorar.

Dormí más de lo que esperaba sólo desperté a ratos a revisar mi celular y a pensar que si no había noticias era porque todo iba bien. En la mañana seguía confundida con todo el asunto del traje de baño. Esperé ansiosa que fuera la 1:15 para irme al salón de kinder a esperar a mi hija.

Cuando llegué al salón me sentí tranquila en medio del nervio compartido entre el resto de mamás, cuando llegó Michelle le compartí mi angustia por el traje de baño y me dijo sin más que no me preocupara que seguro si se lo había mandado. De repente alguien dijo que los niños ya habían llegado y venían rumbo al salón, mamás y papás perdimos el control y cual novias y novios aturdidos y emocionados comenzamos a estirarnos para ver si a lo lejos veíamos a nuestros hijos.

Los niños llegaron felices, asoleados y llenos de historias. Después de abrazar a mi hija, revisarla y decirle hasta hartarla que la amaba con locura le pregunté ¿mi amor, dime algo, te mandé traje de baño?, me volteo a ver y tan tranquila me dijo, si, pero sólo me mandaste uno…

La experiencia sobra decirlo fue mucho más una prueba para mí que para ella que resultó ser una feliz e independiente campista.

… y pensar que ésta es la primera de tantas…


cj

Ilustración Carmen Lara

jueves, 22 de mayo de 2014

El campamento


Sucede que los niños se fueron hoy de campamento, salieron tempranito, cargando su mochila, sleeping y más ánimos de los que se pueden contar. Sucede también que los campistas en cuestión tienen cuatro años recién cumplidos y somos las mamás las que tenemos que guardarnos el corazón en la bolsa al despedirlos.

Michelle lo tomó con calma, ella siempre reacciona tranquila frente a esas experiencias de crecimiento y reto tanto para los niños como para las mamás. Yo en cambio llevo una semana con las tripas hechas nudo, pensando en todos los posibles pretextos que podría inventar para que mi hija no fuera al campamento, y sondeando de todas las maneras posibles si realmente ella quería ir, (porque por supuesto soy una de esas mamás sensible y si no se le antoja el paseo NO la voy a obligar).  El caso es que mi hija no dudó en ningún momento, la sola mención del evento le iluminaba la cara y desataba un monólogo extenso y puntual sobre todo lo que harían allá, mismo que siempre terminaba con la misma cantaleta “y como los papás no pueden ir, yo voy a estar con mis maestras y mamá y papá se quedarán en casita”. Al principio pensé que la frase era para convencerse de la separación, pero luego me di cuenta que era más bien para convencerme a mí y para dejar muy claro que no era en absoluto necesaria mi presencia en el campamento.

Así las cosas, mi hijita (que se veía más pequeña, hermosa y feliz que nunca) se fue hoy a las nueve de la mañana a pasar la noche a un balneario para vivir con desparpajo su independencia prematura rodeada de sus amados maestros y amigos.

Mientras despedíamos a los campistas tuve la oportunidad de platicar y observar a otras mamás, la mayoría estaban igual de compungidas y nerviosas que yo, algunas compartieron el terror que sentían y un puñado de fantasías que en otras circunstancias parecerían una lista de inventos escalofriantes sobre accidentes poco probables, pero en ese momento todas asentíamos un poco más tranquilas  de saber que no éramos las únicas locas que habían pasado horas angustiadas por todo lo que les podría pasar a los niños estando lejos de casa, una mamá hasta  investigó la ruta a tomar para llegar al balneario lo más pronto posible en caso de que requirieran su presencia.

No me puedo adelantar a decir que todo salió perfecto, sé que mi hija a duras penas se acordará de que tiene madre porque hace quince días que hicieron una dormida en la escuela, Lucía y Gamba fueron los últimos en dormirse (dignos hijos de su madre, decidieron quedarse platicando en la noche)  y ni una sola vez preguntaron por mí o por Michelle.

Lo que me queda clarísimo es que esta sensación de tener el corazón atorado en la garganta, el estómago contraído y apretado y una añoranza que se me cuelga de las pestañas, es la primera de las muchas separaciones que tendré que enfrentar por ser mamá. Porque no importa que sea mentira, mientras yo estoy junto a ella siento que puedo protegerla de todo, que puedo encargarme, que nada es demasiado grave o peligroso. Pero basta que se suba a un coche en el que yo no estoy para que todo pueda suceder lejos de mí.


Mañana les cuento cómo pasé la noche y cómo regresaron los campistas…

cj

Les dejo el video de Luis Pescetti “El campamento” para que se rían un rato.




martes, 20 de mayo de 2014

Un susto colorido



Queridas lectoras (y lectores también), por fin encuentro el tiempo para retomar esta sana costumbre de compartir mis experiencias como mamá de dos niños, como profesionista, mujer y todo lo que estos agotantes roles combinados implican.

La anécdota que les voy a compartir en esta ocasión, sucedió hace al rededor de 8 o 9 meses, y desde que me pasó pensé en compartirlo con ustedes, primero con fines informativos, y luego con fines recreativos porque es realmente chistosa, cuando menos ahora que lo veo a la distancia.

Resulta que mi esposo se había ido de viaje por su trabajo, se atravesaba el fin de semana y el único plan disponible era unirme al viaje al rededor del medio maratón que correrían mis papás y mi hermana, esos viajes que me fascinan porque tienes que invariablemente comer carbohidratos un día antes (aunque se te queden guardados por la eternidad porque no vas a correr), dormirte a las 8:30 pm a más tardar, y levantarte a las 6:00 am con olor a linimento para deportistas.

En fin, era eso o quedarme en la casa con los dos niños sacándonos los ojos, asi es que decidimos empacar e irnos a la aventura. Nos fuimos con Carol, su esposo y Lucía a Querétaro, el viaje de ida transcurrió sin contratiempos, solo nos detuvimos en una ocasión para que los niños hicieran pipí y para comprar algunos dulces y porquerías para quitarnos el hambre y para empezar a acumular carbohidratos.

Tardamos horas en atravesar la ciudad, con un tráfico terrible y un calorón, llegamos al estacionamiento de la expo en dónde entregan los números, (otra de las dinámicas que me encantan), con los niños ya histéricos y después de una extraña maniobra de mi cuñado al volante que dejó mi camioneta sin defensa trasera, por fin nos reunimos con mis papás que venían de Morelia. Total, para no extenderme tanto fuimos al hotel a dejar las maletas, comimos, caminamos (para estirar) y nos encerramos en el hotel, yo en el cuarto con mis hijos que no tenían ni medio sueño.

Antes de seguir, quiero platicarles un poco del momento por el que estaba pasando mi vida, para ponerlas un poco en contexto; resulta que unas semanas antes yo había regresado a trabajar, había aceptado una propuesta muy interesante de quien había sido mi Jefa 4 años antes, y en ese momento tenía una serie de sentimientos encontrados. Una de las ventajas de mi trabajo era el flextime, que me permitía estar en la oficina toda la mañana, y después recoger a mis hijos en la escuela para disfrutarlos (a veces aguantarlos) el resto de la tarde, pero creo que como la mayoría de las mujeres, sentía cierta culpabilidad, y mi manera de canalizarlo fue con una extraña e intensa preocupación por la salud de Gabriel, mi hijo mayor, quien había entrado recientemente a primero de kinder. Gabriel toda su vida ha sido un niño muy sano que rara vez se enferma, pero en esas semanas lo empecé a notar más cansado de lo normal, quejumbroso, y entre mi hipocondria y mi gran imaginación empecé a pensar lo peor.

Esa noche (ya regresé al viaje), antes de dormirnos llevé a Gabriel al baño, y noté que su pipí era de color rosa. Al principio entré en pánico y él me preguntó porqué su pipí era de ese color; yo disimuladamente le contesté que no sabía pero que no tenía de qué preocuparse. Lo llevé a la cama y lo dormí junto a mi, y como nunca falta el drama en mi vida, empecé a escuchar una música de fondo como en las películas gringas, y a inventarme una historia que me mantuvo despierta casi toda la noche.

Los niños como siempre se despertaron tempranísimo, y yo sólo pensaba en llevar a Gabriel al baño para ver el color de su pipí. Llegó el gran momento y el color no era rosa, era fuscia, casi fosforescente, y entonces me empezaron a sudar las manos. Sabía que los corredores ya estaban en los aeróbics de calentamiento, entonces con mucha pena fui al cuarto de mi cuñado que se había quedado con Lucía, para ver si ya habían despertado. Muy amable como siempre me abrió la puerta y me escuchó atentamente, mientras le enjareté a los dos niños le hablé al doctor y le conté mi desgracia. El doctor, muy tranquilo, me comentó que la única manera de saber que tenía Gabriel era haciendo un examen general de orina, y yo ni tarde ni perezosa cambié a los niños y les pedí a Juan y a Lucía que hicieran lo propio.

Ahí empezó la verdadera aventura del viaje. Nos subimos los 5 a un taxi y le pedimos que nos llevara a la cruz roja, que por cierto estaba lejísimos. Llegamos a preguntar por el laboratorio y como era de esperar estaba cerrado, pero amablemente nos enviaron a otro hospital, al que podíamos llegar caminando. Emprendimos nuestro trayecto, agradeciendo los carbohidratos que habíamos consumido el día anterior, y llegamos a formarnos y a pagar la consulta correspondiente. Para esto los niños ya se estaban portando fatal, y nos pedían una concha o lo que les pudieramos dar para comer porque se morían de hambre.

Por fin entré con Gabriel a la consulta, nos atendió un doctor extremadamente amable, seguro por mi cara y mi actitud de mamá aprensiva y compungida. Me preguntó cual era el problema y le conté toda mi desgracia, con voz entrecortada y a punto de soltar el llanto. Después de una pausa el doctor, muy despacio, me preguntó si mi hijo no había comido "esas obleas de colores que a los niños les encantan, ya sabe", y yo entré en shock. 

Efectivamente las obleas eran parte del repertorio de porquerías que comimos el día anterior, y les llamo porquerías porque no son más que harina con colorante. De todos modos para descartar cualquier otra cosa le hizo un análisis rápido a la pipí de Gabriel con una cinta de colores, y resultó que no tenía absolutamente nada.


Probablemente a estas alturas de la lectura ya están llegando a distitnas conclusiones, como "que exagerada", que fue lo que pensó Carol un par de horas después cuando me comentó que Lucía había hecho pipí azul y de otros colores, o "pues cómo le das eso a tus hijos"... En fin, mi objetivo, además de compartir y entretener, es tratar de evitar que alguna de las mamás o papás que nos leen pasen por una experiencia tan amarga como ésta, porque aunque ahora me río , fueron de verdad momentos angustiantes que no le deso a nadie. mj

Ilustración de Carmen Lara