Después de los agridulces días en el hospital al fin llegué a mi casa, moría por que mi hijo al fin ocupara todos los espacios que habíamos preparado para él, y que por tanto tiempo habían estado vacíos.
Estábamos felices con su presencia, pero yo estaba nerviosa todo el tiempo, el hacía un ruido y yo inmediatamente iba a revisar si estaba bien, si tenía hambre, frío, si estaba vivo...y fue ahí cuando me di cuenta de que así sería mi vida en adelante. Creo que ese día le di de comer como quince veces, lloraba un poco y todos me decían "seguro tiene hambre"; yo hacía lo propio, me lo pegaba, lo mecía y le daba de comer, al rededor de veinte minutos de cada lado, le daba palmadas para sacar el gas, le revisaba el pañal y lo regresaba al bambineto, que por cierto, era el mismo en el que me habían puesto a mí. Yo me reintegraba al grupo, oía las opiniones de todos con respecto al nuevo integrante de la familia, platicaba con mi hermana de tantos temas pendientes, y en lo que parecían cinco minutos, mi retoño empezaba a llorar otra vez.
Los primeros quince días afortunadamente estuvo mi Mamá con nosotros, porque ya me lo habían advertido, esas dos semanas son las más difíciles, o literalmente: "los primeros quince días son el infierno mismo"; yo soy una de esas personas que no funcionan si no duermen mínimo ocho horas diarias, pero aparentemente nadie se lo hizo saber a mi hijo, quien de día y de noche comía cada hora y media, y no solo era el desvelo lo que me costaba trabajo, sino mi tremenda sensibilidad a sus salvajes y eternas succiones, o cuando menos así lo parecían en ese momento.
Algunos días parecen nublados cuando trato de recordarlos, tengo presentes algunos momentos especiales, pero la mayor parte del tiempo estuvimos pegados. Me despertaba en la mañana como si me hubiera pasado un camión encima, mi esposo se iba temprano a trabajar, y mi Mamá venía a mi casa a desayunar y a ayudarme con el bebé, yo, como era natural, en cuánto la veía le entregaba al bultito como si fuera estafeta, y ahora si, ahí se ven cuando menos por un rato. Me metía a bañar con un ardor espantoso, me ponía tres kilos de pomada para el dolor de pezón y empezaba a vestirme cuando oía que se acercaba mi mamá: "aquí traigo un cliente con mucha hambre"; nooooooo, imaginaba yo, pero si hace diez minutos comió como loco, y pensaba en treinta pretextos para que entendieran que no era un buen momento, que estaban siendo imprudentes, pero después veía la cara de mi mamá, oía el llanto de mi hijo y reaccionaba, y hacía lo propio... mj
La ilustración es de Carmen Lara, hecha con cariño para las lectoras de Ácido Fólico
La ilustración es de Carmen Lara, hecha con cariño para las lectoras de Ácido Fólico
A veces algo que uno cree que es fácil porque así nos lo han hecho suponer durante toda la vida, y resulta que es todo lo contrario, puede ser TAN frustrante que acabamos pensando que de alguna forma es nuestra culpa.
ResponderEliminarEn el caso de la lactancia puedo asegurarte que NO es así; admiro tu entereza y tu fuerza para seguir alimentando a tu hijo durante el tiempo que lo hiciste! Eres un ejemplo de mamá y te aseguro que tu hijo te lo agradecerá por siempre!.