El mundo de la maternidad se construye
sobre un piso de cristal, todo brilla y nos hacen creer que el resplandor debe
cegarnos para no ver los obstáculos que implican ser casa, comida y sustento
físico y emocional.
Mi entrada anterior verso sobre un
aborto, mi aborto, esa perdida profunda que no esperaba y me ha enseñado tanto.
¿Qué me ha enseñado? Aquí lo bueno, lo
malo y lo que sigo construyendo.
1-
El día que comencé a ser
mamá, el caparazón que había construido durante años para que no me afectara el
mundo se desintegró por completo. Cuándo el bebé se fue busqué algo que
pareciera un caparazón para no tener que enfrentar a los otros. Esta vez fueron
las otras, las que me hicieron ver que no necesitaba cubrirme con nada.
2- La otras son mis mujeres. Mis
amigas. Cada una de esas miradas cómplices que entendieron mi dolor sin sacarle
la vuela, cada mensaje amoroso, cada llamada, cada silencio compartido y tantas
y tantas experiencias similares que al escucharlas me ayudaban a darle forma al
momento por el que transitaba.
3-
La maternidad duele a
cualquier edad. Mientras yo lloraba al bebé que no llegó, mi mamá lloraba a su
hija que no quería hablar y mi abuela lloraba el dolor que cargábamos todas. El
dolor se reparte entre quién se animé a cargar para tolerar la batalla y seguir
adelante.
4- Los papás también lloran,
sufren y viven una perdida profunda. Cuando comenzó el sangrado y entre
sollozos le conté a mi papá lo que estaba pasando, me abrazó con la fuerza y el
cariño con el que me abrazaba de niña, me aseguró que todo iba a estar bien y
me dijo que a él también le dolía la ausencia. Juan, mi cómplice eterno,
articuló los miedos que yo no sabía que teníamos, atendió el dolor de Lucía
cuando las palabras se me escapaban y me regaló su energía para poder sanar y mantenerme
de pie. Él también lloró y sintió el vacío, así nos prometimos que seguiremos
compartiendo la vida.
5-
La familia del otro se vuelve
la propia. Mi suegra, mi suegro, los que eran y ahora son. Se unieron en
lágrimas y sintieron lo que sentíamos. Ellos habían vivido dos abortos y fueron
tan generosos, que se animaron a recordarlos para brindarnos consuelo.
6- Hay que ser valientes para
llorar y astutos para encontrar calma. Mi astucia casi siempre es prestada,
desde pequeña aprendí a leer para calmarme con las historias de otros y así
entender la propia. El libro “La cuna vacía” de Rosá Jové, M. Ángels Claramunt
Armengau, Mónica Álvarez y Emilio Santos Leal. Fue una excelente medicina.
7- No todo tiene una respuesta,
un por qué o un para qué. La perdida sucedió a pesar de mi buena salud, de que
llevaba una vida de cuidados y tenía la fortuna de poder procurarme una
alimentación sana. Los abortos en el primer trimestre son más comunes de lo que
se dice y no hay explicación que convenza. Aunque la tentación es enorme,
culparse del hecho no tiene ningún sentido. Éstas cosas pasan, así es y así ha
sido.
8-
En algún momento cambiarás el
dolor por una furia sin destinatario. A ratos lloraba y luego me sentía
incendiada, molesta, enojada, irascible con todos por todo. Dale tiempo al
coraje; grita, insulta y siéntete molesta. Se vale estar enojada.
9- Encuentra la espiritualidad
que te funcione. A mí no me funcionan las explicaciones religiosas, me ayuda
encontrar “señales”, inventos que juegan en mi imaginación para conservar el
recuerdo de lo que sucede enmarcado en un halo de destino que me da consuelo y
me permite insertar el evento en la historia de mi vida.
10- No dejes
de querer. No quiero parecer un comercial gastado y cursi. Pero el amor que
surge de las entrañas es el que nos ayuda a superar estas perdidas, el amor a
la pareja, a Lucía, a la vida que he construido, a mis papás y mi familia, a
los proyectos en los que creo, a las causas que quiero cambiar, a las amistades.
Esa fuerza no se apaga y nos ayuda poco a poco a sanar y seguir andando.
¡Gracias! A quién pasa por AF y se toma
un tiempito para leer y compartir mi historia. Desde el fondo de mi corazón,
gracias. No saben cuánto ayuda este espacio compartido.
cj
La imagen es del libro Mamá de Mariana Ruíz Johnson, un álbum ilustrado delicioso.
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