El tiempo se ha pasado tan rápido que apenas ahorita
soy consciente de que dejé de escribir para AF hace casi un año, el asunto con
la maternidad es que acelera el tiempo y deja poco espacio para todo lo demás. Por
supuesto que a pesar del año de ausencia sigo siendo mamá y sintiendo las
penurias y alegrías de tener a una pequeña de tres años, si he dejado de
escribir no es por falta de experiencias, creo que ha sido más bien por falta
de organización (mi eterno problema), sin embargo estoy lista para retomar
estos diálogos de maternidad que en verdad disfruto.
Hoy les cuento mi penuria de los últimos días “el
bicho”*.
Todo empezó hace una semana. Lucía que siempre ha
gozado de un apetito ejemplar, se levantó y sin alarde alguno dijo que no
quería desayunar, me sorprendí al escucharla pero pensé que era consecuencia
del atasque que se había dado el fin de semana, no le di mayor importancia y
tampoco me sorprendí cuando comió poco al medio día y luego en la cena, el
martes la cosa estuvo por el estilo, hasta la cena cuando después de dos
bocados empezó con unos vómitos como del exorcista.
Como seguía con hambre y buen ánimo atribuí las
expulsiones gastrointestinales a una indigestión, al día siguiente Lucía se fue
a la escuela después de un desayuno ligero, con buen semblante y ninguna queja
de malestar. Y aquí empieza la historia de terror:
Poco antes de las dos me hablan de la escuela de Lú
para decirme que acaba de vomitar y que por favor pase por ella, la encuentro
sonriente en las piernas de la directora, apenas me ve me pregunta si hay
comida en la casa, al instante me relajo y pienso que no puede estar tan mal si
tiene hambre. En el camino se queda dormida y al llegar a la casa me dice que
no quiere comer nada, se acuesta en un sillón y pasa toda la tarde entre el
sueño y la vigilia, con una temperatura que va subiendo hasta llegar a 39.5.
A las 7:30 nos
recibe el pediatra nos dice que va a sobrevivir y nos da indicaciones sencillas
y esperadas: dieta blanda, un antidiarreico e instrucciones de para que le
realicen unos estudios.
Nos vamos a la casa felices, Lucía agotada y con
hambre, apenas cena y se duerme al instante. Durante la noche no hay más
eventualidades que unas cuantas visitas al baño para deshacerse de lo que yo
pensaba eran los últimos rastros de la diarrea.
Llegamos al jueves y entre mi esposo y yo hacemos
malabares para coordinar nuestro trabajo con el bicho intestinal de Lucía,
preparo comida para dolor de panza y espero que mi niña mejore… pero no mejora,
sigue yendo al baño a echar cosas que no sé de dónde salen pues no ha comido y
está muy débil. Por la noche comienzan otra vez los vómitos.
A la una y
media de la madrugada le llamamos al doctor asustados porque Lucía no retiene
ni el agua, nos dice que nos mantengamos alerta para que no se deshidrate y que
mañana le comuniquemos como sigue, el viernes todo sigue igual, Lucía no come y
si acaso ingiere algo lo vomita al instante. Para este momento yo ya estoy como
un zombi a medio morir, con cara de muy pocos amigos y pensado los peores
escenarios del mundo para mi pequeña ¿qué le pasa?
El sábado visitamos de nuevo al pediatra, como en los
estudios no salió nada, concluye que se contagio de un virus por andar
besuqueando a Jerónimo (su primo de ocho meses), la receta de nuevo, nos reafirma
que va a sobrevivir y le indica la dieta más blanda de la comarca.
El sábado el bicho se rinde, Lucía ya no vomita y
visita menos el baño. Además recibe
gustosa la mejor medicina que existe: una visita inesperada de sus preocupados
abuelos (el paterno en el consultorio del pediatra y los maternos desde
Morelia).
Una semana después el problema casi se ha acabado… y
digo casi porque ahorita lo difícil es que entienda que no puede comer todo lo
que se le antoja, se me queda viendo con toda la expectativa del mundo y me
pregunta ¿huevito si?, ¿quesadilla?, ¿aguacate?, ¿salchicha?, cuando por fin se
rinde ante el reducido menú me pide otro poquito de caldo de pollo.
* El asunto con el bicho es que en una de sus
múltiples idas al baño en un pésimo intento de mi parte por consolarla le dije
–mi amor, no te preocupes sigues yendo mucho al baño porque tiene que salir el
bicho- ella volteó a verme a punto de gritar y me dijo – mamá no quiero que me
salga ningún bicho, no lo quiero ver, por favor- para variar, gajes del oficio
e imprecisiones del lenguaje ;)
Nos leemos, cj