Desde hace meses tengo pendiente esta entrada, y no quiero dejar pasar más tiempo sin platicarles mi experiencia con la lactancia por segunda vez, porque sé que puedo motivar a más de alguna mamá que vivió una experiencia anterior no tan fácil o feliz como en mi caso, o incluso para alentar a las futuras mamás primerizas para que vivan y disfruten esta etapa, que se pasa volando.
Debo confesar que durante mi segundo embarazo, la lactancia era uno de mis más grandes miedos, porque con mi primer hijo fue lo que más trabajo me costo; y es que la lactancia no es cosa fácil, es cansada, muy demandante, en ocasiones dolorosa e incómoda, pero definitivamente la recompensa es enorme.
Jerónimo Francisco (el segundo nombre en honor a su Abuelo materno), como ya se los platiqué, nació por cesárea a las 10:05 am, y después de un par de horas en recuperación, me lo llevaron al cuarto en dónde ya lo esperábamos con ansias mi esposo y yo, y cuando menos nuestra familia más cercana. La conexión fue inmediata, lo vi y me derretí de amor por segunda vez, porque aunque es difícil de creer cuando no lo has vivido, el corazón se divide en partes iguales cuando nacen los segundos hijos (supongo que pasa lo mismo con los terceros, y los cuartos...). Estaba diminuto y muy rosa, pelón igual que su hermano, pero muy sonriente y contento; después de un rato en el que pasó de brazo en brazo, y en el que recibió besos y ataques de su hermano y de su prima, finalmente nos dejaron solos para darle de comer por primera vez.
Al principio se quedó dormido, supongo que por la cercanía, el calor y la seguridad que les da a los recién nacidos estar con su Mamá, pero después de un rato empezó a comer sin problema, y afortunadamente la leche me bajó muy rápido y sin otros efectos, a diferencia de la primera vez que tuve fiebre, escalofríos y que tardó cuando menos un par de días en bajar.
No puedo decir que no me dolió, pero estaba tan mentalizada que ahora fue un dolor muy aguantable, eso si, me ponía religiosamente la mágica pomada lansinoh después de cada comida, para alcanzar a recuperarme antes de que le diera hambre otra vez.
Gabriel, mi primer hijo, comía casi cada hora y media de día y de noche, y tardaba en comer al rededor de media hora de cada lado; probablemente la frecuencia y el tiempo que le tomaba llenarse, hacían que a mi me pareciera como si todo el día se nos fuera en la alimentación, y por esa y otras razones yo estaba exhausta y adolorida, y honestamente no disfruté la lactancia como yo hubiera querido.
Con Jerónimo fue diferente, comía cada tres horas, a veces duraba un poco más, la mayoría de las veces comía solo de un lado y en 15 minutos se llenaba; pero creo que lo que me facilitó más las cosas fue el entorno, la experiencia, el momento y la realidad tan distinta que vivía de la primera vez que fui Mamá.
Y para mi es importante ser honesta, porque de otra forma no tendría ningún caso crear estos espacios para compartir lo que vivimos como mamás; cuando nació Gabriel la maternidad me tomó por sorpresa (a pesar de los 9 meses de embarazo y de las múltiples lecturas, cursos y demás fuentes de información), estaba en un momento muy egoísta en mi vida, no porque estuviera mal, sino porque básicamente no tenía que preocuparme por nadie más que por mi. Mi esposo y yo nos íbamos a trabajar por las mañanas, y a pesar del estrés normal y ocasional coraje, yo disfrutaba muchísimo el ejercicio de mi profesión; íbamos al cine cuando menos dos veces a la semana, salíamos a cenar casi todos los días, nos levantábamos tarde los fines de semana, y obviamente nuestros sueldos rendían para los gastos diarios, e incluso para uno que otro viajesito o lujo moderado.
De pronto llega un diminuto ser que te cambia por completo la vida, te mantiene en el encierro por lo menos durante su primer mes de existencia, y su alimentación te provoca unos dolores intensos y desconocidos que por momentos te dan ganas de aventarlo lejos. Al no tener a mi familia cerca, mis mañanas eran solitarias y largas, y lo que más deseaba era irme corriendo a la oficina y olvidarme de la gran responsabilidad que tenía (llorando desesperadamente y sin motivo aparente) en la casa.
En fin, sin darles más detalles creo que se pueden imaginar lo difícil que fue la primera vez; pero aún así, a Gabriel le di de comer durante casi 8 meses, el mismo tiempo que le di a Jerónimo, y aunque en este momento no lo podría entender aún cuando se lo tratara de explicar, le estaré eternamente agradecida a Gabriel por enseñarme a ser mamá, por tenerme tanta paciencia y por ser un niño de lo más normal y feliz a pesar de mi inexperiencia.
Tengo mucho más que contarles con respecto a la lactancia, pero por hoy aquí lo dejo para no saturarlas, de verdad espero que esta experiencia le pueda ayudar a alguien. mj
Ilustración: Carmen Lara