Pues tal como lo prometí, aquí estoy otra vez
haciéndome un tiempito para escribir y compartir las novedades de mi ajetreada
vida.
La última vez que escribí (antes de la entrada
del martes pasado, que no era más que un recordatorio de nuestra existencia),
estaba en la semana 35 de mi embarazo, y aunque me proponía escribir una reseña
de las últimas 5 semanas, creo que mejor voy a omitirla porque en este momento
solo me acuerdo del cansancio, la impotencia de no poder hacer muchas cosas, y
de uno que otro día triste por ver a mi hijo mayor alejarse un poco de mi al no
sentirse tan atendido como antes.
De ninguna manera es mi intención, desalentar a
aquellas mamás que planean o esperan ya a un segundo hijo, al contrario, la
verdad es que yo estoy feliz ahora que siento a mi familia completa (porque eso
sí, de un tercer hijo ni hablar, al menos no en un futuro cercano), pero creo
que es sano aceptar y compartir que hay momentos muy complicados, en los que
sientes que se te viene el mundo encima y que ya no sabes ni para donde
hacerte.
En fin, después de esta eterna introducción, que
como siempre es más mi afán por justificar esos sentimientos encontrados que a
veces quisiéramos ignorar, les cuento cómo fue la llegada de Jerónimo a este
mundo.
Estaba ya en la semana 40 de gestación, había
visitado regularmente a mi ginecólogo quien ya me había hecho dos de los
incomodísimos tactos vaginales, y el bebé ni sus luces... de alguna manera se
repetía la historia de mi primer parto, en el que después de casi 24 horas de
contracciones, sólo logré dilatar un centímetro y no hubo más remedio que
hacerme la (de pronto tan polémica) cesárea.
Creo que hasta ahora no les he compartido mi
experiencia con el nacimiento de mi primer hijo, que en su momento me causó
mucha frustración porque después de mi curso psicoprofiláctico, yo estaba empecinada
con tener un parto natural, y después de cómo sucedieron las cosas sentía que
de alguna manera había "fracasado", por ponerlo de una manera súper
dramática como suelo expresarme.
El hecho es que Jerónimo ya estaba listo para
nacer, mi doctor fue muy directo con nosotros y nos explicó que con el
antecedente de mi primer parto y dadas las circunstancias, le parecía difícil
que esta vez pudiera tener un parto natural (ojo: no imposible, esa decisión la
tomamos mi esposo y yo, porque luego nos encanta satanizar a los doctores);
decidimos esperar hasta cumplir las cuarenta semanas, y finalmente al no sentir
ninguna manifestación, me operaron el Jueves 28 de Junio.
Siendo muy honesta, eso de llegar en tus cinco
sentidos caminando al quirófano es verdaderamente aterrador, y más para una
persona como yo que soy coyonsísima cuando se trata de hospitales, doctores,
jeringas y demás parafernalia médica. Cuando mi esposo y yo llegamos a la
administración a registrarme yo ya estaba temblando, y cuando llegó un
enfermero con la silla de ruedas para llevarme a la "preparación", o
no me acuerdo bien que otro término halloweenesco utilizó, yo de plano empecé a
llorar como magdalena.
Me llevaron a un cuartito para que me encuerara y
me pusiera una de esas batas como de loco con un diseño súper fashion, la
enfermera me vio tan angustiada que me empezó a platicar de otras cosas para
distraerme, pero yo sólo pensaba en mi hijo mayor, en qué iba a ser de él si
algo me pasaba en la operación (insisto, yo vivo para el drama).
Finalmente llegue al quirófano con mis converse
medio puestos (pisando el talón) y sin calcetines, y ahí ya de plano no me
quedó de otra más que dejarme llevar y oír al personal médico hablando de mi
como si yo no estuviera (que supongo que es común).
Primero llegó el anestesiólogo, y entre chacoteos
con las enfermeras ni sentí cuando me puso la epidural, o cuando menos no sentí
dolor que ya es una ventaja; después llegó mi doctor, que en todo momento trató
de mantenerme tranquila, y finalmente llegó mi esposo que me pareció guapísimo
con su trajesito de dr. de grey's anatomy (o alomejor eran las drogas surtiendo
sus efectos).
Me parece increíble la forma en la que trabaja la
anestesia en el cuerpo humano, y que a pesar de que te están cortando y
moviendo no sientes dolor en ningún momento. Me acuerdo que yo no dejé de
llorar un instante, pero ya eran más lágrimas de emoción que de otra cosa, y
cuando por fin salió Jerónimo a las 10:02 am y me dijeron que estaba perfecto,
solté el llanto y el cuerpo y me sentí nuevamente la mamá más feliz del
planeta. mj