No
quiero que mi hija crezca demasiado rápido. Tecleo la frase y siento que mis
palabras se alejan un poco de lo que intento decir ¿qué es lo que quiero
decir?, más que nada que no quiero que
mi hija sea un adulto en miniatura, una niña-adolescente a los cuatro años y
niña-señora a partir de los ocho.
Hace unos días una amiga comentó sobre un letrero que anunciaba el precio de: “uñas de gel para niñas”, me asombró saber que
a tan corta edad hay niñas que someten
sus deditos a semejante acto, luego pensé y dejé de sorprenderme recordé el
anuncio de una clínica de belleza para niñas en la que con el pretexto de
Barbie y las Princesas de Disney las pequeñas pasan horas sentadas en un salón
de belleza a escala, disfrutando de tratamientos capilares, alasiados y
maquillajes de todo tipo, también vinieron a mi mente las imágenes de diminutas
niñas desfilando en concursos de belleza y posando para fotografías.
Jugar
a ser grande siempre será el juego predilecto de los más pequeños, aprendemos
por imitación y pretender ser es también una excelente forma de prepararnos
para la vida, el juego es la esencia de la infancia y coartar el juego de roles
es en cierta forma limitar la infancia. Pero hay una línea clara entre lo que
jugamos y lo que es. Y es en este punto en el que yo creo que poco a poco
reducimos el juego y acortamos la infancia.
Cuando
yo era niña jugaba al salón de belleza con mi mamá y mi hermana; sacábamos un
banco de plástico y en el colocábamos unas cuantas ligas, diademas y nuestro
cepillos y peines, hacíamos como que nos rociábamos espray del pelo y nos
divertíamos peinando a nuestras muñecas y tomando turnos para peinar a mi mamá.
No tuvimos nunca nada de maquillaje y desde pequeñas estuvo claro que no
podíamos maquillarnos, nuestras amigas no se pintaban las uñas y tampoco tenían
nada de esto. Nuestras muñecas tenían ropa de bebés y no venían con
maquillajes.
Hoy
en día me sorprende encontrar a niñas desde los dos años con las uñas pintadas,
preocupadas en exceso por su apariencia y renuentes a jugar con tierra y
ensuciarse. Como mamá el asunto me preocupa porque sé que en estas cosas en
ocasiones no basta con lo que suceda en casa, se necesita un frente común que
promueva la infancia por encima de la voracidad de la eterna adolescencia. Es paradójico
pero vivimos en una sociedad que corre desaforadamente buscando la adolescencia
y luego se estaciona de forma perpetua en ella.
Si
me preguntan entonces qué es lo que quiero para mi hija, es más o menos lo siguiente:
Quiero
que corra en la lluvia y se ensucie las uñas, se despeine al abrazar y no se
preocupe por lo que lleva puesto, invente otros mundos y construya el propio,
cuide y arrulle a todos sus muñecos para al final del día ser ella a la que
arrullan, quiero que viva sin pensar en la marca de sus zapatos o el color de
sus mejillas, quiero que pinte con las manos y los pies, que se raspe las
rodillas y se suba a los árboles, que de vueltas hasta marearse y se aviente al
pasto para descansar, quiero que grite y cante sin importarle cómo lo hace, que
aprenda que el mundo es un lugar maravilloso para crear y que no hay creación
que ella no pueda hacer, quiero que viva por encima de las cosas, que aprenda a
tener compasión y se maraville con las flores, quiero que sea y no que
aparente, que pregunte y se asombre, …
No
es poquita cosa, lo sé, pero si somos
más los adultos preocupados por que esto suceda para mi hija y los hijos de los
demás, tal vez la tarea no será imposible y podremos garantizar que los niños y
niñas lo serán por el tiempo que les toque serlo.
Por cierto, un abrazo de regreso, nos fuimos por un rato pero aquí sigue AF. cj
Ilustración Quentin Blake